martes, 24 de agosto de 2010

Los motivos del cardenal




Roberto Blancarte


24 agosto 2010
blancart@colmex.mx

Hay muchas explicaciones de por qué el cardenal Juan Sandoval Íñiguez tiene un comportamiento tan primitivo, injurioso y provocador, como el que lo llevó a afirmar la semana pasada que los ministros de la Suprema Corte de Justicia recibieron dádivas y fueron por lo tanto corrompidos para aceptar la constitucionalidad de los matrimonios entre personas del mismo sexo, así como su derecho a adoptar. Sostengo, como lo hice la semana pasada en este espacio y en algunos medios de comunicación que, desde mi punto de vista, el del cardenal no es un problema de senilidad, ni de educación, ni de inteligencia. Para mi gusto, la actitud del arzobispo de Guadalajara se puede entender por dos razones principalmente: 1) el creciente aislamiento de la jerarquía católica respecto al entorno social y cultural de la época, y 2) una consecuente incomprensión de los límites de su jurisdicción en la sociedad civil. Vayamos por partes.

A pesar de su avanzada edad (77 años) y de que, como procede según el derecho canónico, al cumplir los 75, hace dos años, tuvo que presentar su renuncia al Arzobispado de Guadalajara (que es una norma impuesta entre otras cosas para evitar este tipo de desaguisados), no parece que las declaraciones de Juan Sandoval Íñiguez se relacionen con alguna clase de demencia senil. Por el contrario, yo diría que dichas aseveraciones buscan de manera lúcida comprometer al Estado mexicano en sus bases más esenciales, es decir en lo que llamamos estado de derecho o el imperio de la ley, a través de su institución más representativa: la Suprema Corte de Justicia.

El cardenal no es una persona carente de educación. Por el contrario, de la misma manera que muchos otros sacerdotes, y sobre todo obispos, tiene estudios de licenciatura en filosofía y un doctorado en teología dogmática, por la universidad más importante de la Iglesia católica: la Universidad Gregoriana en Roma. Luego fue profesor, vicerrector y rector del seminario de la Arquidiócesis de Guadalajara. Sus comentarios, que muchos han calificado con justa razón de indignos de alguien de su rango eclesiástico, no son producto de falta de educación. Tampoco parece ser un problema de inteligencia, pues el cardenal ha logrado hacer una carrera dentro de la estructura eclesiástica que lo ha llevado hasta los lugares más altos. De la rectoría del seminario pasó a ser coadjutor en Ciudad Juárez en 1988 y cuatro años después asumió la titularidad de la diócesis. Finalmente, ayudado por la trágica muerte del cardenal Posadas, en 1994 fue nombrado arzobispo de Guadalajara, cuya sede es considerada cardenalicia, por lo que obtuvo dicho nombramiento tan rápidamente, como a finales de ese mismo año.

¿Qué explica entonces el comportamiento del cardenal? Desde mi punto de vista, es su origen y su entorno, que ha sido siempre el eclesiástico. Juan Sandoval proviene de una familia numerosa residente en Yahualica, Jalisco, en la famosa región de los Altos. Nació durante lo que Jean Meyer llamaría “la segunda Cristiada”, en 1933. A los 12 años ingresó al seminario diocesano de Guadalajara y desde entonces no conoce otro mundo. Dicho de otra manera, a pesar de su educación, a pesar de haber vivido en Roma, a pesar de ser una persona inteligente o por lo menos astuta, el cardenal Sandoval Íñiguez siempre ha vivido en su pequeño mundo eclesiástico y religioso. No entiende, o no parece querer entender, lo que sucede fuera de ese mundo. Pero, además de eso, hay un elemento explicativo clave de algunos rasgos de su personalidad: Juan Sandoval Íñiguez siempre ha vivido en el mundo de la autoridad eclesiástica, misma que ha usado y manejado, por lo menos desde que fue nombrado director espiritual y prefecto de disciplina en el seminario de Guadalajara. En otras palabras, está acostumbrado al poder y desde muy joven.

Todo lo anterior, sin embargo, podría ser anecdótico si no agregáramos un elemento importantísimo al análisis: Juan Sandoval Íñiguez es, como todos los obispos, quien concentra todos los poderes de gobierno en su diócesis: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Es por lo tanto, el juez principal en su arquidiócesis. Puede decidir en muchas materias que entran en su jurisdicción eclesiástica, como por ejemplo la declaración de nulidad de un matrimonio o cualquier otro litigio que involucre a los sacerdotes o laicos católicos que se sometan a su juicio (como al parecer está haciendo equivocadamente Marcelo Ebrard, al aceptar la jurisdicción de Roma en su posible excomunión). Sandoval Íñiguez está acostumbrado a ser el único poder y por lo tanto juez último y supremo en su circunscripción eclesiástica. No concibe que su jurisdicción tiene los límites de una iglesia y que su poder está sujeto, como el resto de los ciudadanos, a la ley de los hombres.

El problema del cardenal es entonces muy claro: no entiende al mundo secular y no entiende que su jurisdicción no abarca a la sociedad entera, sino que se circunscribe a las cuestiones eclesiásticas entre aquellos que aceptan someterse a su gobierno, sus leyes y su justicia. Para él, la Suprema Corte de Justicia de la Nación es una institución que no está por encima de él, juez supremo avalado por Dios. De allí a la calumnia hay un paso, que, al parecer (los tribunales dirán), él ya dio.
blancart@colmex.mx

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