Acentos
Epigmenio Carlos Ibarra
Serán los potros negros
de bárbaros Atilas
o los heraldos negros
que nos manda la muerte.
César Vallejo
Se les hizo fácil; abrieron la caja de Pandora sin pensar que una vez abierta ya no hay forma de dar marcha atrás. Poseídos ellos mismos por un miedo cerval, aterrorizados por la sola posibilidad de perder sus prebendas y privilegios históricos, herencia divina más bien, decidieron romper, sin más, las reglas de la apenas recién nacida democracia con el más pernicioso de los enemigos de la misma: el miedo.
No les fue difícil lograr que una población sin las defensas y los anticuerpos para resistir el contagio, esos que nacen de una cultura de la legalidad profundamente arraigada, contrajera esta perniciosa enfermedad. Apelaron a los más oscuros y primitivos instintos del ser humano y lograron, tras un intenso bombardeo, inocular el virus en una “masa” que comenzó a temer la diferencia como el más grave de los peligros.
Lograron pues, sin calcular que algún día el efecto habría de alcanzarlos a ellos mismos, desacreditar hasta hacerla perder sentido por completo a la democracia y convirtieron, pulsando sus demonios, al hombre, como dice Hobbes, en el lobo del hombre.
Los barones del dinero, la televisión privada y el segmento de la clase política nacida a su amparo y que trabaja siempre a su servicio, conspiraron juntos.
La inoperancia de las instituciones de control y aseguramiento del funcionamiento limpio y cabal del sistema democrático y la falta de escrúpulos de un Presidente que, a contrapelo del mandato recibido en las urnas, metió ilegalmente las manos en el proceso hicieron el resto.
A la tarea de demolición se sumó, igualmente aterrada, la alta jerarquía eclesiástica. Desde el púlpito y la pantalla prelados y sacerdotes pintaron con los más vivos colores, los de la condenación eterna, la apocalíptica amenaza que se cernía sobre la nación mexicana.
Así, líderes empresariales y políticos, pastores religiosos, cadenas de tv se unieron en la tarea de hacer del proceso electoral de 2006 una “santa cruzada”, y tratándose de “guerra santa” lanzaron anatemas, condenaron al fuego eterno a quienes se les oponían y prometieron la salvación eterna.
Profetizaron que, si la oposición se alzaba con una victoria electoral, las siete plagas asolarían al país. El crimen, la inseguridad, el desempleo, la miseria, la falta de libertades, la impunidad y la corrupción, si vencía López Obrador, campearían en México.
No llegó el opositor a la Presidencia pero sí las plagas tan irresponsablemente invocadas; las trajo el miedo que con su presencia se nutre, se extiende y crece entre nosotros y todo lo devora.
Fue y sigue siendo el suyo el discurso del odio; el de conversión de los adversarios políticos, cualquiera que sea su bandera, merced a la propaganda, en un “peligro para México”. Ante la fe ciega perdieron sentido ideas y palabras. Se impuso el dogma, se sembraron entre nosotros la discordia, el encono.
A las profundas heridas de la pobreza, a las que 70 años de régimen autoritario hicieron al país, se suman hoy otras de aún más difícil curación; las de la frustración y la pérdida total de confianza en las instituciones de la democracia.
Con Andrés Manuel López Obrador, que cometió el imperdonable pecado de la soberbia, recurrieron al expediente de tacharlo de “Mesías” en obvia alusión al “anticristo” encarnación ancestral de todos los males, heraldo del fin del mundo.
Nada distinto hicieron y hacen hoy aquí de lo que en aquel “tiempo de canalla”, que diría Lilian Hellman, guío las acciones del gran inquisidor Joseph Macarthy y de Edgar J. Hoover, el verdugo.
Continúan aplicando el método, tropicalizado, de incentivar la paranoia colectiva a partir de la existencia de conspiraciones, que en la Alemania nazi eran judeo-masónico-comunistas y que aquí ponen en el mismo saco a opositores y al crimen organizado.
Émulos de Goebbels, los propagandistas gubernamentales lo adelantan en la capacidad inmediata y masiva para promover, de ahí el discurso de la “unidad nacional”, la descalificación y el linchamiento de quien sostiene una posición crítica.
Pero la epidemia continúa, incontenible, extendiéndose y alcanza a quienes la desataron. El miedo y el odio marcan a este gobierno, están en la raíz de su fallida doctrina de guerra contra el narco, de su insensibilidad ante la pobreza, de su adicción a la propaganda, de su irresponsable tarea de destrucción de consensos.
Demoledor nato, corta este gobierno los últimos puentes dejándonos a todos, incluso a él mismo, sin más vía de escape aparente que el retorno al pasado, y es que el miedo, como Saturno, devora a sus hijos.
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