Manrique Solsona Sánchez Dragó
¡Pero qué lluvia! Ya hace 3 horas que el cielo no deja de llorar. Me acompaña mi fiel taza de café, mi puro y esta tenue luz que alumbra mi viejo escritorio. Por la ventana veo algunas personas corriendo, tratando de esquivar las decididas gotas que caen como torpedos. En los últimos meses me he concentrado mucho en casos del narcotráfico; como viejo roble he soportado fuertes tormentas, casos que han puesto en vilo mi propia existencia, pero he salido bien librado de ellas. Ahora, por primera vez, siento miedo; miedo de que mi vida quede archivada en el cajón del olvido, que sea enterrada en un baldío sucio y abandonado donde ni siquiera Dios se atreva a voltear; convertirme en un cero más de aquella escalofriante cifra de los muertos por el crimen.
He pisado aquéllos lugares manchados por sangre, odio, revancha, traición y claro, muerte. ¿Debo callar, hacerme el tonto, que no pasa nada?, por supuesto que me he preguntado eso una y otra vez, es algo que por las noches, al apagar mi puro, se apodera de mi mente y no me deja en paz. A pesar del miedo, tengo muy clara mi respuesta: NO. Sin embargo reconozco que he tomado ciertas precauciones, no es fácil seguirle la huella a sicarios, narcos, criminales. Es mi trabajo, mi profesión, mi pasión, pero insisto, hay un miedo que hoy, sin pedir permiso, me ha tomado por completo.
Es usual que a mi despacho lleguen cartas de todos lados y todos tipos; al principio me daban escalofríos cuando al revisarlas me percataba de que no tenían remitente, palabras escritas sin autor, palabras anónimas. Con el tiempo me fui acostumbrando al grado de olfatear inmediatamente cuando se trataba de una estúpida broma. Esta tarde llegó una y pensé que sería una de tantas, pero no podía estar más equivocado. Se trata de algo muy diferente. Viene en un sobre blanco de papel finamente trabajado, se percibe al más íntimo tacto; en relieve un membrete con las iniciales “C.S.” Por más que he intentado interpretar dichas letras, no he podido siquiera acercarme a una débil respuesta. Aquí, lo que sus complejas letras dicen y que todavía me produce una rara ‘temblorina’ al releerlas…
“… Mi estimado Manrique: He decidido escribirle estas líneas, ya que es la única forma en la que puedo establecer, por ahora, contacto con usted. Primero que todo, he de comentarle que reconozco y admiro su trabajo, es bastante bueno. Mire que varios compadres míos han caído debido a sus investigaciones. Seguramente se estará preguntando cómo es que sé donde vive, pues ahora tiene mi carta en sus manos, cómo sé su nombre y varios detalles más que podría enlistar, pero que realmente no son importantes por ahora. Lo qué puede hacer el dinero y el poder ¿no?; yo no puedo darle muchos detalles de mi persona, por obvias razones. Es curioso, pocos saben de mí, en cambio yo comprendo mucho o casi todo de varios. Así se trabaja en este negocio donde los tratos se cierran de palabra y se rompen con sangre. ¿Sabe?, soy relativamente joven y desde que nací no he conocido otra cosa que el mundo en el que vivo: dinero, poder, caprichos, buena vida, mujeres, pero también muerte, traición y sí, mucho dolor; suena cursi, pero ni con todo el “cash” del mundo se logra desaparecer cuando cala profundo en el corazón.
Mi padre murió hace unos años, lo sorprendieron en la pinche sierra y lo mataron a sangre fría; lo agarraron por la espalda, ni tiempo le dio de defenderse. Años y años de haber vivido a salto de mata terminaron ahí, en un rancho que, por cierto, abandonamos por los malos recuerdos que trae a la familia. Por eso nos mudamos a este lugar donde hay edificios, gente, ruido, ¡vaya! donde podemos medio pasar la vida como gente normal, como manda Dios nuestro señor. Mi padre era un hombre de campo, toda la vida lo fue. Desde pequeño supo lo que era el trabajo y ganarse las cosas con el pinche sacrificio de joderse el lomo de sol a sol. Recuerdo perfectamente sus botas, sus camisas de seda o satín estampadas y su sombrero de paja color miel. Yo en cambio, fui, soy y seré un “poco” o bastante diferente al igual que mis hermanos, me parece. Desde niños, mi madre nos vistió con las mejores marcas: Lacoste, Louis Vuitton, Tommy, CK; puedo hacerle una lista interminable. Muchos las ven como grandes e inalcanzables, para mi, para los míos es lo más habitual del mundo. A la par de los “negocios” de mi padre estudié una carrera, arquitectura, es una gran pasión, sólo que por mi condición, no he podido ejercerla como quisiera. Cuando entré a la Iberoamericana, mi padre me regaló una camioneta Mercedez ML 500, poco la usé; después de unos meses llegaba a la universidad en mi Porsche Diablo, era divino; las viejas me caían por montón y claro las preguntas comenzaron a surgir ¿Pues qué negocio tendrá su padre? Mi mente les contestaba en silencio:”Mi padre es narcotraficante”. Nunca supe lo que era invitar a los amigos a casa, eso era imposible. Mi vida, la de los míos, se tenía y se tiene que llevar en el más absoluto anonimato. Paso en falso y caes en manos de la ley o del enemigo, que para el caso en estos días, no se quien es más sanguinario, ruin y traicionero.
Durante mi época universitaria fui un excelente estudiante y también un extraordinario desmadroso. Conocí los excesos como nadie; mujeres para coger diario, una distinta cada día; en una de las fiestas, que podían durar días, me echaba hasta 10. Viajé por todos lados, más fiestas, más mujeres, pero nunca descuidé mis estudios, ¡vaya! si me atrevía a hacerlo, conocería entonces sí la furia de mi padre y madre. Ahora tengo hijos, dos y la situación ha cambiado bastante. De manera muy discreta los llevó y los recojo en el colegio, asisto a sus festivales, los llevó a las casas de sus amigos y por supuesto a sus clases de “fucho”, porque eso sí, son un talento en la cancha. Ahora hago con ellos todo lo que mis padres no pudieron hacer conmigo. Pero nunca se borrará de mi mente que en cualquier momento, e incluso frente a mis hijos, una bala hija de su puta madre puede terminar con mi existencia. Es algo que me acompaña cada segundo, en cada respiración. Tal como lo hace el rosario de oro que siempre llevo colgado al cuello. El anonimato en la sociedad es algo que se hereda generación tras generación. Es vivir como una sombra, alguien sin identidad, o mejor dicho una que cambia día con día. Sí, mis manos están sucias también, han jalado el gatillo y han segado muchas respiraciones. Pero así es esto, no me remuerde la conciencia ya que en este negocio no mueres porque sí nada más, las pendejadas se pagan y caro, es la advertencia que nunca se debe olvidar en mi línea de trabajo. Mi esposa y mis hijos duermen ahora, apenas regresamos de unas vacaciones en Disneylandia; vaya que la pasamos bien. He decidido tomarme unos días de descanso más, las cosas en los últimos meses se han puesto medio complicadas; las autoridades se las quieren dar de muy pinches honestas cuando siempre han tragado de nuestro dinero. Por eso quiero liberar mi mente y dejar la carga pesada en manos de los achichincles; cambiaré toda la jardinería de la casa, quiero poner un laguito con patos, cambiar algunos muebles y remodelar la palapa de visitas. Porque eso sí, nos encanta hacer carne asada los domingos, invitamos a los más allegados con sus hijos, son reuniones bastante agradables. Cuando preguntan a que me dedico, mi respuesta es:“A los bienes-raíces en el norte del país y en los Estados Unidos”.
Pocos sospechan siquiera que soy narco, dicen que ‘no tengo la facha’, incluso se ríen cuando les digo que acompaño a mi vieja y las ‘chachas’ a hacer el súper, simplemente no me lo creen. Mucho menos creen que paso horas y horas leyendo libros de arquitectura. Pero yo sé que la gente no es pendeja, me doy cuenta perfecto que cuando salgo y camino se percatan de mi verdadera personalidad. Bastaría con contar las miradas al entrar a un restaurante o a los ‘Malls’. Siempre me hago acompañar de mis muchachos y aunque se comportan, están bien pinches feos y no pueden pasar desapercibidos. ¡Y ni qué decir de mi pinche vieja! sus bolsotas Vuitton y Chanel, sus tacones, sus vestidos y sus joyas mientras más vistosas, mejor, pero así la quiero a la cabrona. Con todo el dinero que tengo, me he puesto a pensar que debería dejar el negocio, dedicarme a mis hijos, mi casa, mi madre, mi vieja. Por más que insisten, no se dan cuenta que esto tiene puerta de entrada, más no de salida; bueno, la única salida es con los pies por delante.
Le escribo esto para decirle que puede ser que me conozca, a lo mejor he charlado con usted y ni siquiera se ha dado cuenta. Sé perfectamente que anda usted tras de mí, que uno de sus encarguitos es dar con mi paradero, echar el pitazo y joderme. No lo tome como amenaza, pero… no pierda el tiempo. Le respeto por ser un hombre mayor, y eso me lo inculcó mi padre a sarta de chingadazos, pero eso no significa que no voy defenderme cuando el momento llegue, así que mejor dejemos esto por la paz, nos conviene a ambos. Joda a los demás, a mi no. Estoy decidido a ver a mis hijos crecer, verlos exitosos y llenos de vida, y nadie ni nada me impedirá eso. Recuerde, una sola cosa: La situación ha cambiado y tal vez, tal vez, alguna ocasión cuando esté en la calle caminando y volteé, puede que sea yo quien le esté vigilando a usted.
Reciba un saludo.
C.S.
La lluvia no cesa. Las luces de los arbotantes hacen juegos de brillos y sombras con las gotas que desordenadamente se escurren por el cristal de la ventana. Una silueta, que miro de reojo al otro lado de la calle, llama mi atención, entorno los ojos y me acerco a la ventana; un auto ahora pasa por donde se delineaba aquella figura humana. No hay nadie, o ¿ya no hay nadie?… Apago la luz del escritorio, pero no me voy a dormir. Me quedo pensando en esas iniciales que se dibujan ahora en las volutas de humo del tabaco quemado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario