La Costumbre del Poder
Gregorio Ortega MolinaA José Guillermo López Figueroa
Cristo conoce bien las debilidades de los hombres; para recordarlo resulta trascendente la celebración litúrgica del jueves santo, así como traer a la memoria la anécdota humana fundamental de esa noche: la negación de Pedro tres veces seguidas, casi sin inmutarse, en ese anhelo de salvarse, de conservar la vida y lo poco que con ella tiene.
Es esa noche cuando se da la separación definitiva entre poder político y religión, entre fe y leyes humanas, entre quehacer espiritual y quehacer jurídico; no hay que perder de vista que la judía continúa entronizada como religión de Estado, y eso era parte fundamental de lo que llegó a romper el Mesías. Poco le duró el gusto.
En una noche de insomnio Constantino hizo del cristianismo una religión de Estado; pensó necesitar el apoyo de los gerifaltes de la fe para regresar a los poderes terrenales esa aura de lo divino que permitió, en complicidad con el Estado Vaticano, la larga permanencia de reinados, imperios y dictaduras en el nombre de Dios; facilitó e impulsó las guerras de religión y la escabechina entre diversas ideologías políticas, pero los gobernantes siempre amparados en alguna manifestación religiosa, fuese del signo que fuere.
Sin embargo y a pesar de conocer la historia de su religión, la mayoría de los seres humanos abiertamente creyentes no dejan de aspirar a que corra por sus venas la adrenalina que sólo les es incrementada en el usufructo del poder, pues así se lo señaló la serpiente a Adán y Eva cuando les conminó a ser como dioses al comer del fruto prohibido. Cualquier hombre y mujer con dos dedos de frente, ejerce en un momento de su vida su poder sobre otro de sus semejantes, ya sea a través del sexo, del dinero, de los estupefacientes, de la ideología, de la fe, del conocimiento o simplemente por la fuerza bruta, como es el caso de las víctimas de secuestro y de terrorismo.
De cualquier manera es peor ese ejercicio del poder cuando lo ejercen quienes supuestamente estudiaron y cultivaron la vocación de servidores públicos, de administradores de la justicia, de defensores de la legalidad, sobre todo cuando revisten sus políticas públicas y sus decisiones políticas del aura de la fe que dicen profesar, como ocurre con muchos de los católicos que hoy se escudan en cargos públicos para actuar como si estuvieran en el sanedrín y no en la nueva casa de Dios, que es la tierra entera.
En nombre de la fe hablan del sacrificio del desempleo, mientras no dejan de percibir salarios muy superiores a los de sus pares en otras naciones de la OCDE; también en nombre de su religión y anteponiendo su muy particular moralidad, administran justicia sin considerar que se comportan como ese herrero en cuya casa el azadón es de palo, e investidos de la toga creen haber dado a cada quien lo suyo, cuando son verdaderos artífices de los malabares políticos y equilibran dando unas veces la razón a la sociedad, otras al poder que los protege, los envuelve con el manto de la legalidad.
Jueves santo, jueves de negaciones en el que ha de recordarse que la lealtad hacia arriba o hacia abajo sirve para eso, para ser negada, porque cuando se está en el poder del sanedrín, del episcopado o se usa y abusa del poder político y del de la administración de justicia, la lealtad sólo sirve para velar por los intereses personales, incluso por sobre la verdad.
Ernest Renán escribe en el prefacio a La vida de Jesús: “Muchas cosas grandes no pudieron hacerse sin mentiras y sin violencia. Si mañana el ideal encarnado viniese a ofrecerse a la humanidad para gobernarla, se encontraría frente a la tontería, que quiere ser engañada, y de la maldad, que quiere ser domada”; el contexto no varía, por ello, “respondiendo a ciertas exigencias sociales, y no a otras, los gobiernos caen por las mismas causas que los fundaron y les dieron fuerza. Al responder a las aspiraciones del coro al costo de las reclamaciones de la razón, las religiones se derrumban una a una, porque ninguna fuerza ha logrado apagar la razón”.
La escritura de Renán trae para nosotros esta última reflexión de jueves santo: “En gran peligro para el futuro se convierte el resultado de esta moral exaltada, expresada en un lenguaje hiperbólico y con una asombrosa energía. A fuerza de separar al hombre de la tierra, se rompía la vida. El cristiano será bien reconocido por ser mal hijo, mal patriota, si es por Cristo que resiste a su padre y combate a su patria. La ciudad antigua, la república, madre de todos, el Estado, ley común de todos, son constituidos como hostiles al reino de Dios. Un germen fatal de teocracia se introdujo en el mundo”.
No es tan sencillo, porque como señalamos antes, quienes necesitan de la teocracia para revestir del aura de la divinidad su poder, son los seres humanos, porque de esa manera podrán matar, física y profesionalmente, por la gracia de Dios, como lo hizo Francisco Franco. Matar al de abajo por lealtad al de arriba, con tal de sobrevivir un instante de eternidad.
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