¡Riiiiiing, riiiiiiiiiiiiing!, el teléfono no paraba de sonar y a esa hora de la madrugada, era tan fuerte que parecía un taladro gigante en la cabeza. -¡¿Sí, buenooooo?!, ¿qué pasa?-
-Disculpe, la hora. Se que es muy tarde pero en verdad necesito de su ayuda– Una voz de mujer me pedía apoyo desesperada, como si tratara de salir por el auricular, agarrarme y llevarme hasta donde ella estaba.
Traté de calmarla un poco para entender sus atropelladas palabras. -¡Es que… cómo le digo… la verdad, es que… y soltó en llanto!- Recuerdo que era domingo. Ya cuando se calmó un poco, pudo articular palabras, aunque el llanto las seguía acompañando. Yo sólo escuchaba. –¡Vaya!, entiendo- Dije después de unos minutos. -Pues en efecto, creo que puedo ayudarla- Colgué el teléfono. El caso era bastante delicado y doloroso a la vez. Así, que decidí tomarlo. Hice las maletas y me dirigí a mi destino: Monterrey.
A la puerta de la casa me esperaba ella, Doña Martina Garza, a lado su esposo Don Jesús. Callados, sólo estrechamos nuestras manos, entramos a la casa y comenzaron a contarme, lo sucedido.
-¡Ya güey, déjame en paz, jajajaja, tengo que acabar la pinche tarea!- Le dijo Sebastián a Roberto. Ambos estudiaban Ingeniería en una de las escuelas más prestigiadas del país. Alumnos de diez, aunque claro como buenos jóvenes, gustaban de la fiesta, “chavas”, y pasar un buen rato. Ese día pintaba como cualquier otro, pero en cuestión de instantes, todo absolutamente todo cambió.
Apenas comenzaba la primavera, el calor era tal, que el simple hecho de poner las suelas en el pavimento era como freír huevos en un sartén. -¿Oigan cabrones, qué onda, tons’ sí vamos a la casa de Jesús pa’ pistear y echarnos un chapuzón?- Gritó “Sebas” (como le decían a Sebastián). Todos respondieron que sí, era viernes y seguramente esa comida se convertiría en una fiesta hasta altas horas de la noche. Era mediodía. Todos se habían quedado de ver a las 3.
-Cabrón, ¿tons’ te vas conmigo?- Le preguntó Roberto a “Sebas”. -Sí- Respondió -¿Pues ya qué, pendejo?, jajajajaja. Pero acuérdate que mañana quedamos de venir al laboratorio para seguir con el proyecto-
-¡Chale!, se me había pasado, pero no hay bronca, no me voy a poner tan pedo, jajajaja!- Ambos soltaron la ruidosa carcajada. Era viernes. Total eran jóvenes, todo por delante. Así, que agarraron sus mochilas y caminaron al estacionamiento.
Mientras, y casi al mismo tiempo. -¡Estos hijos de su puta madre, como chingan, cabrón!- Así es como hablaba el mando militar “N”, de la Cuarta Región Militar. Por cuestiones de seguridad, le llamaremos de esa forma.
Y seguía gritando por el teléfono. –Mira puto, yo no puedo andar cuidando, quien sí o quien no es criminal, a la hora de los chingadazos. Las balas no discriminan- Explicaba “N” por el auricular a un personaje de alto rango en la Ciudad de México.
Y en efecto, así era; cuando en los retenes militares se enfrentaban con sicarios, allá en Monterrey, siempre había más muertos que detenidos.
Cuando otra llamada llegó al comando. Una voz rasposa sólo dijo: “Calzada Garza García, ahí esta el “Leyva” por si lo quieren agarrar”. Inmediatamente y sin verificar, si la llamada era cierta o no. Camionetas todo terreno salieron echando chispas y rayando pavimento hacia el lugar.
“Sebas” y Roberto iban platicando en el estacionamiento. -¿Te imaginas, cabrón, cuando hagamos el posgrado en Alemania?- Le pregunto Roberto a “Sebas”. -Sí, cabrón. Neta es mi pinche sueño de toda la vida, sólo de imaginar, la cara de mis papás cuando, les diga que ganamos la beca, no lo van a creer- Justo cuando iban a subir al auto. Llegaron los militares a la glorieta donde supuestamente estaba el “Leyva”. Esa glorieta colindaba con la entrada de la universidad.
Roberto asustado dijo -¿Qué pedo, güey?- “Sebas” se quedó helado, a pesar del sofocante calor. -No se, pero vámonos, por favor- No terminó la frase cuando las balas comenzaron a romper el silencio de aquella glorieta.
-¡Ándale cabrón, ahora sí, hijo de la chingada!- Gritaba “N”, mientras vaciaba su metralla sobre las Hummers negras.
Los sicarios sólo respondían con más balas. –¡Jajaja, pobres pendejos, creen que con sus pinches balas de mierda nos van a acabar, jajajaja!-
Eso enfurecía más a “N” quien dio la orden de no cesar el fuego. Uno de los militares le gritó –¡Jefe, ahí hay gente!- “N” sólo le respondió -¿Eres militar o maricón, pendejo?, Cállate y chíngate a esos hijos de su puta madre- Detonaron dos granadas.
De repente… Silencio… Las balas callaron.
Las Hummers arrancaron para desaparecer entre las calles regias. En el asfalto, cuerpos tirados, ensangrentados de militares y sicarios. Pero también los de “Sebas” y Roberto. Dos cuerpos jóvenes aún tibios, bañados de rojo, quedaron ahí al lado de un coche. Su sangré se mezcló con sus sueños.
Los militares se dieron cuenta del grave error e inmediatamente, les quitaron las identificaciones, con la intención, tal vez, de que entre las manchas de sangre, se desvanecieran sus identidades. Dieron la orden y también confiscaron todos los radios de los vigilantes de la universidad.
Y ahí estábamos en la sala, sentados. Doña Martina no paraba de llorar. Las fotos de Roberto estaban por toda la casa. Pedí permiso para subir a la habitación de Roberto y ver que más podía encontrar, escaleras arriba. En la puerta de su cuarto, el silencio fue roto por el timbre de la casa. Era el “N”, quien por cierto no sabía que yo estaba en la parte de arriba. –Miren señores, si no quieren problemas es mejor que nos quedemos todos calladitos, ya saben, órdenes de arriba– Dijo “N” con una mirada inquisitiva, metiendo sus ojos por la sala y lo que alcanzaba a ver desde el umbral de la casa. Los padres atónitos, no pudieron siquiera abrir la boca. Bajé como alma que lleva el diablo. -¿Y tú quién eres cabrón?- Me preguntó. Y yo respondí -Manrique Solsona Sánchez Dragó, y estaré investigando el caso del joven Roberto-
-¡A chinga!, mira nada más, pues nomás le digo una cosa, con cuidadito cabrón. No se vaya a quemar- Me advirtió. Y así, sin nada más se fue con sus “muchachos”.
El caso sigue abierto. Autoridades estatales y el ejército se echan la bolita en la muerte del “Sebas” y Roberto.
Yo, logré recuperar las identificaciones escolares de ambos, aquí las tengo llenas de sangre. También recuperé unas grabaciones de los vigilantes de la universidad, que uno de los compañeros de Roberto y Sebastian alcanzaron a grabar con su celular. Sólo les puedo decir que es material clasificado, y que en ellas se muestra quién detonó aquella granada mortal. Cómo es que les quitaron sus radio-comunicadores y qué es lo que decían al ver el fuego cruzado.
No se molesten en buscarme, el material esta resguardado, escondido. Y en caso de pasarme algo, existe sólo una persona en este mundo, que sabe qué hacer con él y cómo hacerlo llegar a quien tiene que llegar.
Sigo investigando. Otra granada podría detonar y créanme, habrá más caídos.
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