El señalamiento, con nombres y apellidos, de sospechosos de violación de derechos humanos y de corrupción en los diarios más influyentes de EU, ya no surte el efecto de hace un par de décadas. Hoy, una denuncia en las páginas de The Washington Post o de The New York Times no le quita el sueño a ningún funcionario, político o militar mexicanos. Atrás quedaron los días en que los editoriales de The Wall Street Journal eran los obituarios políticos de los mexicanos cuestionados.
Los antecesores priístas de Felipe Calderón, algunos menos que otros, se ocupaban y preocupaban por la imagen y el prestigio internacionales de México. Velaban por la honra del país. Sabían que la estigmatización en los medios de comunicación extranjeros podía tener un efecto similar a una resolución condenatoria de la ONU. Ante las denuncias moderaban excesos o adoptaban medidas correctivas por más cosméticas que fueran. “La premisa rectora era que hasta los líderes más brutales querían ocultar –o al menos justificar– sus acciones represivas”, dice Joel Simon, director del Comité para la Protección de Periodistas.
Es debatible por qué hoy la estrategia, “la vergüenza tiene nombre”, como la llama Simon, no surte el efecto de antes. Simon estima que el panorama mediático fragmentado y difuso abrió nuevas vías para la denuncia y las campañas de presión a través de blogs, correos electrónicos masivos y redes sociales cibernéticas que han reducido el poder que tenían los medios impresos. Si bien es cierto que la influencia de los medios tradicionales se ha debilitado, también lo es que, en el caso mexicano, el desprestigio no sonroja. ¿De qué otra manera explicar la actitud beligerante que ha asumido Calderón ante las acusaciones sobre violación sistemática de los derechos humanos por parte del ejército?
Calderón niega tajantemente que los excesos de los militares se hayan sextuplicado, como documentan las ONG y reportan los medios. En Ciudad Juárez nuevamente retó a que demuestren, “con pruebas”, tales acusaciones. Patricia Espinosa, cuya opacidad paradójicamente se ha vuelto su mayor activo para perpetuarse en la SRE, acusó al Post de criticar sin fundamentos. En la misma tesitura, los calderonistas alegan, sin el menor decoro, que 90% de los muertos son narcos y que la violencia en México es inferior a los estándares mundiales. ¡Carlos Salinas tenía más pudor!
VIOLENCIA “NO PREOCUPA”
Más tardó el nuevo secretario de Hacienda en aprender los nombres de los banqueros de Wall Street, que en memorizar los mandamientos de la ley de Calderón para justificar la inseguridad. ¿La violencia está alejando a los capitales foráneos?, le pregunté a Ernesto Cardero el 20 de enero. “No es algo que preocupe. Si consideramos la tasa de homicidios a nivel mundial, México está por abajo de la tasa promedio. Son datos objetivos. En México hay 12 homicidios por cada 100,000 habitantes. En otros países latinoamericanos, la tasa de homicidios por cada 100,000 habitantes puede ser el doble que en México, entre 25 y 37. El tema de la violencia no es un factor determinante para la inversión extranjera directa. México empieza a recuperarse como un destino atractivo en Latinoamérica. Se ve como un lugar interesante para invertir”. Cordero oye pero no escucha. Los empresarios nacionales no se cansan de advertir que la inseguridad preocupa mucho al sector externo. La imagen del país, dicen, se ha desplomado.
EL CHUECO, PRÓXIMO ESTRENO
Si, como se dice, Mario Villanueva está haciendo maletas para mudarse a una cárcel estadounidense, pronto habrá show inédito: el primer juicio de un narco-político mexicano en tribunales de EU. La orden de arresto, girada en Nueva York, acusa al narco Alcides Ramón Magaña de haber pagado a Villanueva y “miembros del partido en el poder” cientos de miles de dólares a cambio de proteger el trasiego de toneladas de cocaína cuando El Chueco era gobernador de Quintana Roo (1993-1999). ¿Saldrán a relucir otros narco-priístas?
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