Rene Preval aparece en la televisión local una semana y un día después del terremoto que acabó con Puerto Príncipe. “Mi gobierno llora. La gente de Haití se tiene que organizar… Estamos heridos…”, clama para que los ciudadanos hagan algo. El presidente de Haití no tiene el control de nada. Los edificios de las instituciones se han venido abajo y con ellas el manejo político del gobierno.
El mandatario haitiano se refugia con su gabinete en un cuartel de la policía que quedó en pie, ubicado muy cerca del aeropuerto de la ciudad. El pasmo gubernamental se mantiene por más de 48 horas. El temblor del martes 12 de enero deja al descubierto a un gobierno que no gobierna, que no controla nada. Las delegaciones internacionales se reúnen con Preval en este inmueble para tratar de comenzar a trabajar, de salir a la calle con sus brigadistas y buscar sobrevivientes entre los escombros.
Nada ocurre en esos momentos. El pasmo es espeluznante. La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití, la Minustah, sólo atina a mandar equipos de rescate, encabezados por especialistas filipinos, al edificio Christopher, centro neurálgico del organismo multilateral que se desplomó con unos 80 funcionarios de distintas nacionalidades, encargados de la relación política con el gobierno de Preval. La pérdida de los diplomáticos extranjeros corta de tajo cualquier coordinación con las autoridades haitianas.
El Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture de Puerto Príncipe, la única vía para la llegada de la ayuda humanitaria internacional, quedó en manos de nadie. Los controladores de vuelo, casi todos de origen extranjero, salieron despavoridos a buscar a sus familias. De inmediato, los estadounidenses tomaron el control de la terminal; ellos decidían qué vuelos podían entrar al país. En los patios, no hay empleados que se encarguen de las tareas para bajar la carga.
Es el caos total en la primera puerta de entrada al país, en la única puerta a la devastada ciudad de Puerto Príncipe (el único muelle ha quedado inservible). Algunas empleadas de migración sacan unas mesas y sillas fuera del edificio del aeropuerto, que sufrió grandes cuarteadoras, para sellar los pasaportes de los periodistas que llegan a Puerto Príncipe, como si eso sirviera de algo.
En las calles no se observan ambulancias o patrullas de policía. No hay gobierno por ningún lado. No se ven brigadas de rescate locales. Los haitianos están en una suerte de estado de shock, al igual que el presidente Preval. No se organizan para el rescate y pasan al lado de los muertos y los heridos, personas que agonizan en las calles de pavimento y en los caminos de tierra de la ciudad.
Los cascos azules patrullas por algunas zonas que están consideradas como “seguras”, pero no ayudan a nadie. Hay miles de heridos sin atención médica, porque sencillamente no hay camas suficientes, vaya ni siquiera hay camas. El Hospital General se colapsó y su jardín está ocupado por decenas de heridos, que conviven muy cerca de quienes han perdido la vida. La pestilencia es insoportable.
La ONU es incapaz de articular una estrategia de entrega de la ayuda humanitaria internacional, pero acapara las toneladas enviadas desde todos los puntos del mundo. No quiere que el gobierno de Preval tenga en su poder la comida, medicinas y agua que llegan al aeropuerto internacional. No hay confianza en la actuación de un gobierno débil y señalado de actos de corrupción.
Ante la inacción, el gobierno de Estados Unidos toma el control de la situación, por encima de la ONU y el gobierno de Preval. Con la llegada de miles de soldados y helicópteros Black Hawk de la 82 División Aerotransportada, Washington elabora un plan con seguridad para entregar las primeras raciones de alimentos a la población. Desde el aire, aseguran que en la zona no habrá disturbios. Cascos azules se encargan de la operación en tierra.
No pasa mucho tiempo para que los estadounidenses tomen el control de las instalaciones estratégicas, además del aeropuerto: el muelle, una vieja base naval de la policía haitiana y las telecomunicaciones. Rene Preval llora la tragedia abrazado a los tobillos de los estadounidenses, que son vistos en las calles de Puerto Príncipe como quienes pueden ayudar a esta ciudad en ruinas.
En 2006, el entonces primer ministro de Haití, Jacques-Édouard Alexis, había dicho que el país más pobre de América había empezado a hacer sus deberes con un buen gobierno con del izquierdista Preval al frente. “No somos un Estado fallido… Las elecciones del pasado febrero demostraron que la esperanza todavía está viva… La situación empieza a estabilizarse. Ya tenemos instituciones, el Parlamento funciona, el gobierno está manos a la obra. Los retos son enormes. Hay que poner en orden la Administración, pero también mejorar la situación de la gente”.
Ahora no hay nada en pie, las instituciones no funcionan y la ciudad capital, el centro del poder, ha muerto y el Estado se encuentra en ruinas.
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