Carlos Pascual, embajador de Estados Unidos en México, sí sabe lo que hace. Por lo pronto perfila una de las características que ha de tener el sucesor de Felipe Calderón, presidente constitucional, para lograr hacerse con la silla: escuchar los consejos del Departamento de Estado y atender a los intereses de la Casa Blanca.
Fue específico durante su asistencia a la reunión de embajadores de su país efectuada en Washington. A la prensa mexicana dijo, con todas sus letras: “He hablado con representantes de los tres partidos políticos principales y todos reafirman que esta lucha contra los narcotraficantes tiene que seguir; vamos a ver debates políticos sobre tácticas y maneras de diseñar la estrategia (antinarco) y eso es justo. En cualquier lugar debe haber un debate político sobre las maneras más efectivas de conducir la política pública”, declaraciones referidas a lo que se espera para la contienda política de 2012.
El físico, la actitud y las palabras trajeron a la memoria las imágenes de los embajadores de Estados Unidos en México más injerencistas durante el siglo XX. Las ejecuciones de Francisco I. Madero y José María Pino Suárez no hubiesen sido posibles sin los buenos oficios de Henry Lane Wilson, quien reunió en su despacho a Félix Díaz y Victoriano Huerta para firmar el Pacto de la Embajada, el acuerdo de la traición, solapado por el gobierno estadounidense, pues no creo que el embajador Wilson haya dicho esta boca es mía sin antes pedir autorización al Departamento de Estado.
Tampoco es menor el trabajo de zapa del embajador John Anthony Golenor, mejor conocido por su nombre de actor, John Gavin, sin cuya intervención la DEA no hubiese solapado las ejecuciones de Enrique “Kiki” Camarena Salazar y el piloto mexicano Alfredo Zavala, lo que propició la profundización de la narcopolítica y dejó en manos de Estados Unidos el usufructo del dinero negro producto del narcotráfico, que de eso se trata, de dólares y dimes.
El nivel de injerencia de Carlos Pascual puede deducirse del editorial de La Jornada del último lunes: “Desde hace un par de semanas se ha difundido información, procedente de fuentes de segundo o tercer nivel de las instituciones de seguridad pública, acerca de una transferencia del mando en Ciudad Juárez… Ayer, en Washington, el embajador de Estados Unidos en nuestro país, Carlos Pascual, dio formalidad a ese giro en la estrategia oficial, que consistiría en <
Es ese estilo que adquirieron los presidentes Ernesto Zedillo y Vicente Fox, de anunciar políticas públicas nacionales cuando hacían visitas de Estado a otros países, concretamente a Estados Unidos, no sé si como midiéndole el agua a los camotes, o simplemente para actuar como previamente acordado con el Departamento de Estado.
Todos los detractores de la política antinarco de Felipe Calderón están de acuerdo en que ha de combatirse a los barones de la droga, pero también todos coinciden en que la violencia y las ejecuciones de uno y otro lado no son la solución, como tampoco lo será la legalización, porque se acabaría con el negocio; el punto intermedio es inhibir el consumo, de la misma manera que se busca disminuir el tabaquismo o la obesidad, por medio de intensas e inteligentes campañas de orientación, a través de los libros de texto; en fin, las maneras de hacer política social son muchas y diversas.
La estrategia de la lucha contra el narco no es una idea autóctona. Transcribo parte de una nota de El Universal, hasta el momento no desmentida: “En Cuernavaca, una tarde de finales de octubre de 2006, la administradora general de la DEA, Karen Tandy, Eduardo Medina Mora y Genaro García Luna, entonces secretario de Seguridad Pública y director de la Agencia Federal de Investigación, mandaron al país a la guerra contra el narcotráfico… Los funcionarios que acudieron a la cita asumieron los planes de la DEA y los trasladaron como una prioridad de gobierno al equipo de Felipe Calderón, quien era presidente electo…”
Lo demás, en 2012, será historia.
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