Por Ramón Alberto Garza
31 Dec 2009
1810: El cura Miguel Hidalgo encabeza un alzamiento contra el monopolio fiscal que España impone a la colonia. Once años después es decretada la independencia de México.
1910: Francisco I. Madero se convierte en el caudillo de un movimiento antirreeleccionista para acabar con el monopolio político de Porfirio Díaz. Su asesinato despierta al "México bronco" en una revolución que culmina en 1929 con la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), precursor del PRI.
2010: La sociedad mexicana está sometida a fuerzas que monopolizan el quehacer político y económico. La alternancia de partidos no es suficiente. La intranquilidad social va en aumento. La inseguridad, la corrupción y la impunidad son tres serpientes cuyo veneno inhibe el vuelo del águila.
Una nueva revolución luce inminente.
La pregunta es si esa revolución será pacífica, con un cambio de actitud y una refundación de la República que se geste por encima de los intereses que hoy paralizan a la nación...
O si será violenta, mediante la fuerza, con el alzamiento de los millones de desposeídos que no aciertan a garantizar su sobrevivencia en el presente, y mucho menos a apostar por un mejor futuro.
Veamos de la mano del escritor e historiador Francisco Martín Moreno la radiografía de las revoluciones que forjaron el México de hoy. Y con las reflexiones de los historiadores Patricia Galena, Enrique Serna y Alejandro Rosas, evaluemos las similitudes de las condiciones que nos permitan comprender los cambios que se avecinan. Analicemos...
LA TERCERA REVOLUCIÓN
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México está en la antesala de su tercera revolución.
A nadie escapa que los esquemas políticos, económicos y sociales que experimentó el país en el siglo 20 están agotados, caducaron. Ya no responden a las exigencias de los tiempos.
Las estructuras forjadas en el centralismo político que manipula la democracia y en las prácticas monopólicas de una economía que simula libre competencia, no dieron los resultados suficientes para cerrar la brecha social.
En el amanecer de 2010, 100 años después de la Revolución y 200 años después de la Independencia, se reciclan los vicios que provocaron aquellas revueltas y que hoy crean un caldo de cultivo propicio para el sacudimiento del sistema y, por ende, de la nación.
Los reclamos de la autonomía fiscal, que fueron el detonante de la Independencia, se espejean en el centralismo tributario de un gobierno federal insaciable, obeso e ineficiente.
Un gobierno que primero alimenta su elevada burocracia y luego utiliza los sobrantes para comprar las voluntades de los nuevos caudillos regionales, los actuales gobernadores.
Las exigencias de un sufragio efectivo, las mismas que detonaron el estallido de 1910, vuelven a estar vigentes frente a una partidocracia que con sus reglas a modo, secuestra al sistema político e impide que cualquier mexicano aspire a un cargo de elección. Tiene que ser bajo sus siglas, sometido a sus reglas.
Los asientos legislativos que deciden, los que tienen poder real, no se ganan en las urnas. Se pactan como plurinominales desde las cúpulas que están cooptadas por los poderes fácticos. Y los votos que deciden el triunfo en muchos casos no son los de los ciudadanos, sino los de los sindicatos que operan al servicio del mejor postor. ¿Quién representa en la actualidad a los mexicanos? ¿El Congreso...? ¿Quién escucha y acata sus deseos?
Un puñado de notables deciden, como si fueran amos y señores de la colonia o el porfirismo, el juego político, económico y mediático que les permite imponer sus condiciones por encima del interés público. Los beneficios son de los pocos que tienen más. Y los que pagan tributos fiscales o el sobreprecio de bienes y servicios son los muchos que poseen menos.
Y los desequilibrios se asoman en una nación que 100 años después de su gran revolución no es capaz de tejer, más allá de sus reciclados discursos, un horizonte de esperanza para sus desposeídos.
El padrón que en los últimos años ganó más adeptos no es el de los electores, o el de los emprendedores, o el de los creadores de riqueza, o el de una clase media en crecimiento o el de los mexicanos con más y mejor educación. El padrón que más creció fue el de los pobres.
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