Quién iba a pensar, quién iba a pensar, que por un acta de nacimiento patito lo iban a agarrar.
La vanidad acabó con Juanito, de la misma manera que el desamor, cuando llega así de esa manera, terminó con Lucerito y Mijares. Si Juanito hubiera aceptado su verdadero nombre y renunciado a ir a las imprentas de Santo Domingo a hacerse un acta de nacimiento a modo, hoy seguiría haciendo de las suyas como cinturita de Iztapalapa, sacándole canas verdes a lo que él en sus delirios había denominado como “mafia lopezobradorista”.
Es cierto que cuando te llamas Rafael Ponfilio es fácil caer en la tentación de inventarte un nombre más artístico, como Rafael Acosta, el Juanito siempre bien ponderado terror de los bajos fondos de la política en Iztapalapa. Lo comprendo porque muchas veces quise cambiar mi nombre por algo más épico, como el de Manlio Fabio Beltrones, Jesús Ortega o Agustín Carstens, pero como me di cuenta que con mi apelativo al final me terminé ahorrando mucho, pero mucho en materia de apodos. Nunca hubo un alias suficientemente ingenioso que superara al nombre verdadero.
Lástima porque hemos perdido a un insospechado estadista que, de haber tenido pleno uso de sus facultades administrativas, seguramente habría convertido la tierra prometida de Iztapalapa no en una sucursal del manicomio —como dice el lugarcomunesco de los cronistas deportivos— sino en un estimulante y bonito territorio para el desarrollo y la lucha contra el cambio climático. Incluso, aventuro a decir que si le dejaran la Casa Blanca, habría hecho un mejor papel que Barack Obama, el Nobel de la Paz que mandó tropas a Afganistán (¿no nos podría mandar algunos efectivos a tranquilizar Michoacán?) y recibió el premio diciendo que “hay guerras que son necesarias”. Rafael Ponfilio habría enviado a Clarita Brugada y al Caballo Rojas a poner orden a los talibanes, que no pueden ser peores que Los Chuchos y los Arces y los del Partido del Trabajo.
Cuando Juanito, nuestra mejor burra, se nos echó, se acabó una época inolvidable de la real politik a la mexicana. Estaremos condenados al aburrimiento de Chesarito Nava & Co. y la legión dinosáurica del PRIcámbrico temprano.
¿Qué será de Ponfilio? Como diría el maese Carlos Urdiales, ¿acabará como objeto con intercambio diplomático con Honduras para catafixiarlo por Manuel Zelaya? ¿O se nos va a Hollywood para protagonizar el éxito Un gigoló por accidente VI?
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