Una adolescente cae al piso en la carretera libre Tijuana-Rosarito, Baja California, porque una bala del narcotráfico se cruzó en su camino. Una niña de tres años sufre gravísimas heridas al estallar una granada en las calles de Morelia, Michoacán, porque los sicarios pelean territorios. La madre de un integrante de la Armada de México muere acribillada en su propia cama en el ejido Quintín Arauz, Tabasco, porque su hijo participó y falleció en la operación militar para la captura y muerte de Arturo Beltrán Leyva, jefe del cártel de los Beltrán Leyva.
El desafío de los cárteles de la droga a las instituciones de los gobiernos federal, estatal y municipal ha acabado con mitos y presuntas reglas de la mafia (si es que las había). Ya no hay respeto a las familias de los elementos de las fuerzas federales ni a los civiles que caminan por las calles de México.
Los mexicanos se encuentran con una bala o una esquirla que brinca de las manos de los sicarios. Las autoridades no son capaces de brindar seguridad a los ciudadanos en ninguna parte del territorio nacional. Nadie lleva la cuenta de los civiles, víctimas inocentes de la guerra contra las drogas, que han caído muertos en las calles. Algunos medios de comunicación contabilizan por miles las supuestas bajas de los integrantes del crimen organizado y las ponen en un tablero. En paralelo, las historias de civiles atrapados en el fuego cruzado de la batalla contra las drogas aparecen dispersas.
Estas son pequeñas viñetas de civiles que recientemente murieron en México, que en 2009 encontraron la muerte, que se toparon con la bestia del narco que amenaza y crece en nuestro país:
A finales de octubre, una adolescente recibió una bala en la espalda. Un tiroteo entre policías municipales y sicarios la alcanzó en la carretera libre Tijuana-Rosarito, a la altura de la zona conocida como Cuesta Blanca. Los primeros reportes describieron que un comando armado, formado por cuatro gatilleros, se introdujo en un inmueble frente a la escuela secundaria Emiliano Zapata de la colonia Plan Libertador. “La víctima fue identificada como Jazmín Torres Ramos, de 15 años de edad, quien recibió disparos de arma de fuego en la espalda”, cerraba la nota informativa.
El 15 de diciembre, una madre y si hija fueron alcanzadas por las esquirlas de una granada de fragmentación que criminales arrojaron a las puertas del Centro de Protección Ciudadana de Tres Puentes, en Morelia, Michoacán. La menor de tres años, Anahí Guillén Méndez, resultó con heridas graves en su abdomen, perforaciones en sus intestinos y la cadera izquierda. La niña murió dos días más tarde en una sala de terapia intensiva de un hospital del IMSS. “En determinado momento, sicarios que cruzaban en vehículos, lanzaron tres granadas de fragmentación de las cuales detonó una, cuyas esquirlas hicieron estragos en el cuerpo de la pequeña, además de herir a su madre y a un elemento de la policía estatal”, explicaba la nota informativa.
El martes despertamos con la dura noticia: un comando armado asesinó en la madrugada a cuatro familiares del Tercer Maestre de Fuerzas Especiales de la Secretaría de Marina, Melquisedec Angulo Córdova, que murió la semana pasada en el operativo de búsqueda y muerte del narcotraficante Arturo Beltrán Leyva. Los sicarios dispararon con rifles de asalto R-15 contra las víctimas que se encontraban en su domicilio del ejido Quintín Arauz. Otras dos personas resultaron heridas. “La Dirección de Seguridad Pública Municipal informó que el múltiple crimen se realizó alrededor de la medianoche, cuando los familiares dormían, entre ellos la señora Irma Córdova Palma, madre del militar”, describía la nota informativa.
La guerra contra las drogas ha tocado a la puerta de los mexicanos. Nadie está a salvo. Los mexicanos tenemos miedo.
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