martes, 3 de noviembre de 2009

Presagio político, distorsión ética

La Costumbre del Poder

Gregorio Ortega Molina

November 3, 2009

La presencia de escuadrones de la muerte, de sicarios como los integrados a la Triple A, de vengadores anónimos como el interpretado por Charles Bronson, siempre me parecieron ajenos a la manera de ser del mexicano, pero todo indica que me equivoqué de medio a medio, y ya hay grupos armados para sustituir el vacío dejado por las autoridades de seguridad pública y de procuración de justicia. México desciende varios peldaños más en la degradación política y social.

Transcribo la muy breve y poco explicativa nota informativa de Reforma, publicada en su primera plana del domingo último: “Al mediodía, al rendir protesta como alcalde de San Pedro, Nuevo León, Mauricio Fernández sorprendió al revelar que el capo “El Negro” Saldaña, quien lo había amenazado y a quien señaló como cabeza de los secuestros en ese municipio, había amanecido muerto en el D. F.

“Cuatro horas después, las autoridades capitalinas encontraron a cuatro ejecutados en una camioneta con placas de Nuevo León y una cartulina en la que se leía: “por secuestradores, atte el jefe de jefes”. El pasado 6 de octubre, Fernández dijo que en su gestión operarán equipos de “limpieza y trabajo rudo” para eliminar grupos criminales y puntos de narcomenudeo, por lo que tres días después recibió amenazas de muerte.”

Concluida la lectura tres imágenes sacudieron la memoria: el nuevo alcalde decidió proceder a la antigüita para garantizar la seguridad de sus gobernados; la parsimoniosa voz del general Praxedis Ginér Durán, quien explica a mi padre en el despacho del gobernador de Chihuahua, que él había decidido acabar con el abigeato, por lo que dio órdenes de que a los roba vacas los ejecutaran de inmediato, y tiraran los cadáveres en tierras de Durango, para que desentrañar esos crímenes fuese responsabilidad del gobernador vecino; el rostro de Antioco Lara, ejecutor y jefe de la seguridad personal de Adolfo Ruiz Cortines, quien dentro de Los Pinos contaba con su propia cárcel.

Si a la presumible aparición de escuadrones de la muerte añadimos la poco aséptica liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, la no concluida desaparición de la relación laboral, le persistente exigencia de contar con un patrón sustituto, la estúpida campaña de difusión que pretende hacernos creer que el subsidio a esa empresa era para su funcionamiento y no para “tapar” los tratos preferenciales a industrias y residencias en las tarifas de consumo, nos permite anticipar que el desenlace de la desaparición de la empresa va a ser contraproducente desde el punto de vista político y sindical, y más le vale al secretario del Trabajo solucionar el conflicto suscitado, porque no imagina a la CFE con dos sindicatos, pues el SME, por su perfil ideológico y combativo, terminaría por hacer de la Comisión lo que hicieron de la Compañía, sin contar el conflicto intersindical.

Si a los dos puntos anteriores agregamos la aparente declaración gratuita del ex subsecretario de Fomento a los Agronegocios de la Sagarpa, en la que aseguró que mucho se puede aprender del narcotráfico, es preciso que profundicemos en el análisis y la reflexión, porque por ignorante que se parezca o se sea, con toda seguridad Jeffrey Max Jones sabía que podía perder el cargo público, pero tampoco ignoraba que de no atender la petición para hacer esa declaración pública, su futuro administrativo sería nada en comparación con su futuro personal.

Pero no es todo. A la desaparición de los valores morales, de tanto aprecio entre los militantes de Acción Nacional, y a la inexistencia de la ética en el comportamiento de los funcionarios públicos y de los integrantes del Congreso, hemos de añadir lo que ocurre en el mundo como síntesis perfecta de la impunidad: la defensa por parte de intelectuales y ciertas autoridades, que se hace en beneficio de la “creatividad y el genio” de Roman Polanski, aduciendo, entre otras tarugadas, que el delito prescribió.

Este asunto no es de legalidad, sino de justicia, y no para la víctima, que nada quiere saber ya del caso, sino para la sociedad que expectante ve, atestigua, comprende que hay dos medidas y dos raseros en cuanto a hacer respetar la ley se refiere, porque unos, por ser adinerados, líderes sociales, políticos connotados, genios creadores, artistas, pueden permitirse todo, mientras que otros deben sufrir todo el peso de la ley aunque no se les haga justicia.

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