El enojo de Felipe Calderón contra los dueños del dinero duró poco, muy poco tiempo. Menos del que éstos requirieron para contestarle, con esa desdeñosa rudeza que los poderosos suelen utilizar para reprender a los lacayos insolentes.
Un día duró la indignación del panista. Incluso menos: apenas unas cuantas horas. ¿Qué ocurrió? Quizá fueron los vapores etílicos, probablemente su conciencia, pero lo cierto es que en Puerto Vallarta pareció poseído por el espíritu y el discurso de Andrés Manuel López Obrador. Cuando algunos medios de comunicación se lo hicieron ver, seguido de las censuras públicas y privadas de los grandes capitalistas, Calderón reculó, espantado.
Con la cola entre las patas, en posición genuflexa, dio muestra cabal de poseer una columna vertebral gelatinosa. La sonrisa servil con la que matizó su exabrupto populista, no dejó lugar a dudas sobre quiénes mandan en este país. Exhibió, con toda nitidez, su papel de subordinado a los intereses de la oligarquía.
Más de un potentado se quejó en privado con los personeros de Los Pinos: “¿Qué se cree este pendejo? ¿Qué no se acuerda cómo llegó al cargo? Nosotros lo pusimos y también lo podemos quitar. Que no se le olvide”.
Hasta ahí llegó el leve intento de Felipe Calderón por hacer pagar impuestos a los grandes empresarios de este país. Ellos simplemente se niegan a ceder un ápice de sus privilegios, y contra esa posición nada puede hacerse desde el Ejecutivo, el Legislativo o el poder Judicial. Estos señores tienen secuestrado al país y no piensan dejarlo libre, así se les pague rescate cada día.
El régimen de consolidación fiscal es un verdadero atraco a la nación, pero el gobierno de Felipe Calderón, el PAN, el PRI, el Partido Verde y Nueva Alianza, decidieron que continúe. Los cambios que pactaron en el Congreso de la Unión son apenas cosméticos. Peor aún: no sólo no retiraron privilegios a los ricos, sino que les otorgaron más.
La nueva miscelánea fiscal dispone de una exención fiscal por 5 mil 600 millones de pesos a quienes resulten concesionarios de las nuevas bandas de frecuencia. Algunos analistas económicos creen que éste será, tal vez, “el negocio del siglo”. En Estados Unidos, por ejemplo, por ese mismo concepto el gobierno obtuvo 13 mil 400 millones de dólares por la licitación.
Aquí los ricos obtendrán gratis las nuevas bandas de frecuencia, mientras que la población se hará cargo del boquete en las finanzas públicas a través de una miscelánea fiscal netamente recaudatoria, que habrá de profundizar la recesión. Más impuestos al consumo (IVA al 16%), más al ingreso (ISR de 28 a 30%), más a las telecomunicaciones (3%) e incluso a la diversión (impuestos especiales al alcohol y al tabaco).
La sesión de la Cámara de Diputados efectuada la madrugada del domingo pasado, me generó sentimientos y sensaciones que ya había experimentado en 2006, con la calificación de la elección presidencial. Sin embargo, frente al desaliento, la frustración y el coraje que genera en esta ocasión la cobarde actuación del PRI y del PAN, resulta estimulante que un puñado de diputados se niegue, de plano, a colaborar con el atraco. No importa que a veces lo haga de manera estridente. Ante el engaño, seguido de la burla (¿ya se nos olvidó que Calderón prometió en campaña bajar impuestos y generar empleos?), no se puede esperar que los ofendidos respondan con delicadeza y cortesía.
Hay que recordar, por lo demás, que toda mayoría antes fue minoría.
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