El Editorial
Noviembre 16 de 2009 Según la FAO, la producción de alimentos en el mundo ha crecido durante los últimos 50 años a un ritmo considerablemente mayor al aumento de la población. Por eso es posible afirmar que la actual crisis del hambre no es tanto un asunto de falta de alimentos como de su mala distribución.
Lo cierto es que, pese a esta abundancia alimentaria en el planeta tierra, hoy una tercera parte de los niños menores de 5 años mueren por desnutrición y un total de 200 millones de infantes padecen de desnutrición crónica. El problema se concentra en sectores de la población de escasos recursos de África, Asia y América Latina, donde la relación entre pobreza y hambre se ha vuelto un círculo vicioso.
Pero no sólo alude a la falta de alimentos para poblaciones específicas, sino también a la mala calidad de la alimentación incluso en varios países ricos. Por ejemplo, en Estados Unidos unos ocho millones de niños sufren de desnutrición y graves problemas de obesidad, hasta el punto de que los legisladores tuvieron que considerar esta situación como un problema de salud pública.
La mala calidad de la alimentación golpea también con mayor severidad a las poblaciones más pobres. Y causa un daño irreversible a la salud y a la capacidad intelectual de los menores de 5 años que la sufren, como lo han reportado innumerables estudios científicos. En realidad, toda deficiencia alimenticia durante los primeros mil días de vida de un niño lo afectan de por vida y constituye un factor de perpetuación de la desigualdad social.
Para la FAO, las actuales reglas del comercio promulgadas por la OMC no contribuyen a resolver los problemas que generan el hambre en el mundo. La existencia de los subsidios a los productores de alimentos de los países ricos no sólo restringe las posibilidades de desarrollo agropecuario en los países pobres o medianamente desarrollados, sino que limitan el acceso de los más pobres a los productos básicos de la dieta humana. Por ejemplo, mientras existen 1.200 millones de personas que subsisten con menos de un dólar diario, las vacas que pastan en Europa reciben subsidios estatales por dos dólares diarios. Se trata de una situación absurda que ha distorsionado al libre comercio en el mundo.
Pero a la falta de libertad comercial, se le suma también el grave problema de la degradación ambiental, que en los últimos años ha comenzado a encarecer la producción de alimentos. La escasez de agua en áreas sometidas durante décadas a procesos de agricultura intensiva ha obligado a los agricultores a buscar el líquido en las aguas fósiles de carácter subterráneo, con el resultado de que terrenos antes fértiles se han convertido en zonas semidesérticas, lo que a su vez obliga a mayores inversiones para la consecución de riego. Cada cosecha resulta más costosa que la anterior.
Y el rendimiento por hectárea decrece, aún pese a los avances tecnológicos, muchos de los cuales también contribuyen a una mayor degradación ambiental. Así las cosas, parece que el hambre nos acompañará por mucho tiempo, mientras la desigualdad de condiciones, los monopolios comerciales y las malas prácticas agropecuarias persistan.
Noviembre 16 de 2009 Según la FAO, la producción de alimentos en el mundo ha crecido durante los últimos 50 años a un ritmo considerablemente mayor al aumento de la población. Por eso es posible afirmar que la actual crisis del hambre no es tanto un asunto de falta de alimentos como de su mala distribución.
Lo cierto es que, pese a esta abundancia alimentaria en el planeta tierra, hoy una tercera parte de los niños menores de 5 años mueren por desnutrición y un total de 200 millones de infantes padecen de desnutrición crónica. El problema se concentra en sectores de la población de escasos recursos de África, Asia y América Latina, donde la relación entre pobreza y hambre se ha vuelto un círculo vicioso.
Pero no sólo alude a la falta de alimentos para poblaciones específicas, sino también a la mala calidad de la alimentación incluso en varios países ricos. Por ejemplo, en Estados Unidos unos ocho millones de niños sufren de desnutrición y graves problemas de obesidad, hasta el punto de que los legisladores tuvieron que considerar esta situación como un problema de salud pública.
La mala calidad de la alimentación golpea también con mayor severidad a las poblaciones más pobres. Y causa un daño irreversible a la salud y a la capacidad intelectual de los menores de 5 años que la sufren, como lo han reportado innumerables estudios científicos. En realidad, toda deficiencia alimenticia durante los primeros mil días de vida de un niño lo afectan de por vida y constituye un factor de perpetuación de la desigualdad social.
Para la FAO, las actuales reglas del comercio promulgadas por la OMC no contribuyen a resolver los problemas que generan el hambre en el mundo. La existencia de los subsidios a los productores de alimentos de los países ricos no sólo restringe las posibilidades de desarrollo agropecuario en los países pobres o medianamente desarrollados, sino que limitan el acceso de los más pobres a los productos básicos de la dieta humana. Por ejemplo, mientras existen 1.200 millones de personas que subsisten con menos de un dólar diario, las vacas que pastan en Europa reciben subsidios estatales por dos dólares diarios. Se trata de una situación absurda que ha distorsionado al libre comercio en el mundo.
Pero a la falta de libertad comercial, se le suma también el grave problema de la degradación ambiental, que en los últimos años ha comenzado a encarecer la producción de alimentos. La escasez de agua en áreas sometidas durante décadas a procesos de agricultura intensiva ha obligado a los agricultores a buscar el líquido en las aguas fósiles de carácter subterráneo, con el resultado de que terrenos antes fértiles se han convertido en zonas semidesérticas, lo que a su vez obliga a mayores inversiones para la consecución de riego. Cada cosecha resulta más costosa que la anterior.
Y el rendimiento por hectárea decrece, aún pese a los avances tecnológicos, muchos de los cuales también contribuyen a una mayor degradación ambiental. Así las cosas, parece que el hambre nos acompañará por mucho tiempo, mientras la desigualdad de condiciones, los monopolios comerciales y las malas prácticas agropecuarias persistan.
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