Se están cumpliendo 24 años de los días en que los mexicanos, particularmente los habitantes de la capital de la República, no solamente dieron una lección cívica sino que sin saberlo iniciaron un cambio histórico en el juego político de su país.
Tras dos tremendos y destructivos temblores de tierra, los capitalinos no se estaban lamiendo las heridas, sino enfrentando su realidad, sacando a sus muertos de los escombros, arbitrando el tráfico en todos los cruceros porque los semáforos carecían de energía, organizando la distribución de agua y alimentos y, fundamentalmente, evitando el pillaje.
Aquella mañana del 19 de septiembre de 1985, México se quedó sin televisión; Lourdes Guerrero había dicho, a las 7:17 horas, algo así como “parece que está temblando… no se inquiete, conserve la calma”, antes de que —como decimos los que sabemos de esto— la pantalla se fuese a negros. En las horas siguientes nos dimos cuenta de que México también se había quedado sin gobierno. Ni el regente de la ciudad ni el presidente Miguel de la Madrid aparecieron por las calles de la capital antes de que transcurrieran cuatro días enteros luego del segundo temblor.
Nunca se ha dado a conocer la cifra oficial de muertos de esta tragedia. Los más conservadores que ahí estuvimos ubicamos el número arriba de los 28 mil cráneos. Pero ese no es el tema; el tema es qué enseñanzas nos dejó esa experiencia.
Los mexicanos aprendimos en esos días que podíamos vivir, manejarnos, organizarnos, sin necesidad del gobierno ni del canal dos. La sociedad civil estaba siendo parida con ayuda de Los Topos en el centro y Plácido Domingo en Tlatelolco. Ya después de esto, todas las transformaciones eran simplemente consecuencia.
Hoy dice el presidente Calderón que si el Congreso no aprueba su ominoso proyecto de presupuesto para el 2010, su gobierno no tendrá dinero para comprar las vacunas para prevenir la influenza tipo A. Desde el punto de vista de estrategia política puede parecer una habilidosa maniobra; desde la perspectiva ética, es una canallada. Si un Estado tiene un doblón en sus arcas, su primera prioridad debe ser la salud de su gente; la segunda su educación. La antepenúltima, colorear la fachada del Palacio Nacional con luces de colores en las fiestas patrias.
felix.cortes@multimedios.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario