Luis Felipe Hernández Castillo, el hombre que rabiosamente se defendió de quienes le querían impedir una masacre en la estación Balderas del Metro capitalino y “solamente” mató a dos personas, dice hoy que su mandato era divino y que su intención no era más que llamar la atención del presidente Calderón sobre el calentamiento global.
Hace un par de semanas otro orate “secuestró” un avión proveniente de Cancún a la Ciudad de México con una supuesta bomba hecha de latas de jugo y agujetas de color café. El autor del desaguisado se sigue nombrando enviado del Señor, portador de un mensaje que debía haber escuchado el presidente Calderón para prevenir una catástrofe que amenazaba al país el día 9 del mes 9 del año 2009. Un día en Helsinki un culto reportero de televisión me llamó la atención sobre el hecho de que la reunión de dignatarios se realizaba el día 6 del mes sexto del año 1966. El Chupacabras es internacional.
Lo que es evidentemente mundial es la locura individualizada; tanto tiempo nos hemos esforzado en los medios por enajenar las mentes de todos los consumidores de nuestros mensajes, para que ahora surjan oligofrénicos individuales, capaces de regresar a sus aulas de secundaria en cualquier pueblo gringo, alemán o belga para darle en la madre a sus condiscípulos o maestros sin causa aparente.
En países supuestamente liberados de las angustias que la pobreza genera, surgen de pronto vejetes que desde hace años —20, 30, qué sé yo— tenían desde niñas a sus hijas como amantes y madres de sus propios hijos: en Austria o Australia.
¿Nos estamos volviendo todos locos? ¿Se nos olvidaron los valores que papá y mamá nos enseñaron?
Desde luego que no. Locos hay por todos lados; los iluminados anunciando que “Jesús viene” deambulan por las playas de Venice en California o las ramblas de Barcelona. Mientras su mensaje se reduzca a esa convocatoria espiritual no tenemos problema. El asunto se pone prieto cuando estos redentores de ocasión tienen acceso a las armas de fuego que se pueden comprar en cualquier estanquillo subrepticio ajeno a la vigilancia y —muchas veces— objeto de la protección oficial.
Dios nos coja confesados.
felix.cortes@multimedios.comFelix Cortes para Milenio Diario
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