REFORMA
TOLVANERA,
Roberto Zamarripa
El segundo debate ha estado compuesto de dos planos. Uno es el contexto y otro la sustancia. Uno ocurre en la calle y otro transcurrió en la transmisión televisiva.
Los protagonistas del debate televisado se prepararon para la alocución ante cámaras y afrontar un rating histórico, en una oportunidad dorada para persuadir. Pero su maquillaje no fue dibujado por los estilistas. El rostro se los dibujó el contexto.
Enrique Peña Nieto llegó al set con el mismo rostro descompuesto con el que salió de la Universidad Iberoamericana. No se escondió en el baño pero sí ha permanecido oculto en la incertidumbre, en el desconcierto. Desde la irrupción de #YoSoy132 Peña no ha logrado reorientar el sentido de su campaña electoral.
Las dificultades de argumentación, los balbuceos, las incapacidades de articulación ("lo que recibes en tu recibo de luz lo puedas recibir a un precio más bajo" o "viendo en el retrovisor hacia atrás"), marcan el sello del personaje más que la anécdota del debate.
Peña está tocado. "No cumple", le han dicho hasta la saciedad en los spots y en las redes y su popularidad ha quedado desmitificada. A la descalificación le acompañan las cotidianas protestas que no cesan desde mayo. Las redes sociales eran su esperanza de comunicación moderna. Han sido su pelotón de fusilamiento al grado que hasta su propia familia ha sido afectada. Su hija Paulina, quien lanzara un mensaje de Twitter contra la prole, ha sido tocada igualmente por esa andanada, asunto que -según confesó el propio Peña en una reunión privada con periodistas- ha sido una de las heridas más profundas que le han afectado en la campaña. Lo tiene dolido.
Siempre habrá encuestas que lo coloquen como inalcanzable. Será el raro caso de un candidato que tropieza consigo mismo y nunca conoce el piso.
Las apariencias engañan. Peña era apariencia pero el movimiento juvenil no. Y ese impulso de los muchachos envalentonó a Josefina Vázquez Mota. El contexto le quitó la sonrisa fingida y la empujó a contender más que entretener. En este segundo debate, Josefina modificó las apariencias; falta saber si cambiará las preferencias.
Dispuesta a todo no sólo preparó con empeño y disciplina sus intervenciones sino que mantuvo una actitud de beligerancia que no se le había conocido. Anoche, argumentó, descalificó, golpeó y emplazó.
Sin embargo, puede ser víctima de su misma esquizofrenia. Apeló al cambio defendiendo la continuidad. Prometió la paz apelando a los instrumentos de la guerra. Y recibió un mandoble al no poder desembarazarse de su relación con Elba Esther Gordillo. "Querida amiga" fue la mejor travesura del procaz Quadri, quien acreditó con creces su papel de mercenario electoral.
Ahora, ella tendrá que acreditar el tipo de gobierno que persigue. Su mejor pieza fue sin duda cuando emplazó a imaginar una campaña de mujeres y disfrazarlas de hombres. Una dosis humorística, un juego, una sonrisa arrancada con amabilidad. Su desgracia: eso era, simplemente, imaginación.
Andrés Manuel López Obrador, también con imaginación, puso al límite su proyecto de gobierno. Imaginen que el dinero público se reparte en partes iguales. Todos los televidentes imaginaron su tajada. El tabasqueño colocó en el centro de la discusión su propuesta de reordenar la política pública a partir de la austeridad y el combate a la corrupción. Puso a sus rivales a hacer cuentas sin que nadie dejara en claro para qué alcanza, para qué sobra y para qué no hay dinero.
Se propuso dejar a un lado la rijosidad y se instaló de lleno en el ejercicio de gobierno. El peso de la desconfianza choca con la seducción del mundo ideal. El otro imaginario de un gobierno que regala, enfrenta las dificultades de convencer con la construcción de un gobierno que pone a producir.
La calle obligó a los candidatos a revelarse en la tele.
El contexto colocó al debate en los puntos límite. Peña, exhibido en los límites de sus insuficiencias. Josefina, obligada a arrojar todo su resto para renacer. AMLO abriendo el libro blanco de sus promesas justicieras y de ahorro.
Eran las campañas cortas pero se han convertido en una agonía. Algunos candidatos quisieran que las campañas terminaran ahora. Querían ahorrarse la necesidad de verle la cara a los electores y pretendieron solo verlos en spots. Ahora han tenido que encontrárselos en la calle y admitir la peregrinación y la muchedumbre que reclama.
Las campañas pretendían ser virtuales, etéreas, y han terminado atrapadas por la exigencia callejera. Los aparatos partidistas no mostraban músculo sino yemas de los dedos. Digitalizaban, tecleaban, inundaban la red social de mensajes y proclamas. Ahí también los papeles fueron invertidos.
Los tuiteros oficiales (los que usan al Twitter como matraca, los matratuiteros) han emprendido retirada. Perdieron la batalla en la fabricación artificial de mensajes de triunfo e imbatibilidad.
El segundo debate cambia apariencias. Queda poco tiempo para saber si cambia las preferencias.
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