jueves, 8 de marzo de 2012

El Estado vulnerado - Purificación Carpinteyro


Purificación Carpinteyro

En tiempos del PRI, todo estaba concentrado: economía, política y, principalmente, poder. Por seis años, el "elegido del pueblo" controlaba el destino de todo lo existente en tierras mexicanas, fuese del reino animal, mineral o vegetal. El Estado -confundido con el monarca sexenal- tenía poder absoluto, y a pesar de que compartía el económico con un selecto grupo de oligarcas ninguno de ellos se atrevía a confrontarlo.

Más que el terremoto del 85, las elecciones del 88 cimbraron tierras mexicanas y abrieron una grieta que resquebrajó el sistema. El resultado oficial del proceso, a todas luces fraudulento, hizo necesario -o quizá apenas conveniente- el reconocimiento de su validez por los otros partidos de oposición; y así, después de 60 años de hegemonía de un partido, por primera vez un estado de la República pasó a ser gobernado por un opositor.


La década de los noventa marcará la historia por el proceso de pulverización del poder monolítico del Estado. Al mismo tiempo, pero en sentido inverso, el poder económico se concentró como resultado de las políticas privatizadoras -que constituyeron una verdadera repartición del botín entre unos cuantos, o por la protección y el refuerzo gubernamental a grupos preexistentes. Nuevos y viejos señores feudales de la economía nacional se vieron beneficiados con el reparto, o hasta del rescate de la quiebra.


En ese contexto, la "competencia" democrática, sin una reforma integral de las estructuras del Estado, fue campo fértil para que el apoyo de los factores de poder económico del país resultara indispensable a la clase política.

En política, la lucha es por el poder. Por ende, en el más estricto sentido práctico, aquellos que pretenden obtener, recuperar o mantener el poder están dispuestos a todo con tal de ganarse el favor de aquellos que pueden ayudarles a lograr el objetivo. El pragmatismo ciego le impidió a los políticos de entonces, como a los de ahora, darse cuenta de que entre más cedieran a los grupos privados, menos tendrían para conceder.

Es preciso reconocer que, desde siempre, la economía mexicana se ha sustentado en grupos privados que concentran el poder de cada uno de los mercados en los que participan. En México hay muchos feudos: el de la harina de maíz y la tortilla, el del pan, el del cemento, el del cobre, el de las telecomunicaciones, el de la televisión, y otros muchos; sin contar con los del Estado, en manos de sindicatos y líderes charros.


No obstante, el poder económico no es directamente proporcional al poder político que los grupos privados pueden ejercer. Necesariamente, el poder político que detentan depende de su capacidad de influir en el resultado de los procesos electorales, que finalmente determinan quiénes lograrán el objetivo que persiguen.


Así, en la más estricta lógica, es claro que para llegar a la Presidencia de la República no es lo mismo contar con el apoyo financiero del hombre más rico del mundo, que ser el candidato de la televisión.


Más que las despensas o el voto corporativo, la pantalla tiene la capacidad de influenciar a su audiencia -prácticamente el 95 por ciento de toda la población. Cinco minutos en un noticiero pueden descarrilar irremediablemente cualquier carrera política. Dos minutos como héroe de telenovela pueden ganar la Presidencia.


Esta situación no es exclusiva de nuestro país. Es irrefutable que el poder de los medios de comunicación masiva en todo el mundo cambió las reglas de juego desde las elecciones de 1960, en las que J. F. Kennedy prevaleció sobre Nixon. Aunque, a diferencia de casi todas las naciones en el mundo, la concentración del poder mediático en México permite que un solo grupo televisivo pueda convertirse en el "Gran Elector" de un reality show, en el que todo está orquestado para que las cámaras favorezcan al candidato Televisa.


Televisa tiene más que poder mediático. En el interior de su consejo se conjuntan los intereses de muchos de los principales grupos económicos del país. Grupo Bal, Industrias Peñoles, Palacio de Hierro, Banamex, Coca-Cola FEMSA, Grupo Modelo, Grupo México, Grupo Desc, Bimbo, Cemex, BBVA-Bancomer, Vuela, Heineken, Grupo Financiero Santander, Grupo Nacional Provincial, Cinemark, y hasta Grupo Carso e Inbursa, a través del mismo consejero, que también es presidente y director general de Kimberly-Clark de México. Alguien con más curiosidad podría calcular cuánto del Producto Interno Bruto se concentra en el consejo de la televisora.


No pretendo insinuar que todos los consejeros comparten las políticas de este grupo de medios, pero sí que este consejo de magnates tiene más poder económico que cualquier partido político, y más poder político que cualquier presidente de la República. Ante esto cabe preguntarse: ¿quién gobierna a quién?, ¿quién es el soberano del Estado? Más y más nos vamos acercando al punto del que partimos, y el poder se concentra en uno. No cabe duda de que es cierto que los extremos se tocan.

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