jueves, 16 de febrero de 2012

"Serenar a la República" - Lorenzo Meyer


AGENDA CIUDADANA,

Lorenzo Meyer


·El proyecto

Varias veces ha declarado el candidato presidencial de las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que, en caso de triunfar en julio próximo, uno de sus objetivos inmediatos será "serenar a la República". Serenar no es otra cosa que apaciguar, sosegar o moderar. Es posible que a más de uno le parezca que proponer al sosiego como meta urgente de un movimiento de izquierda no es la mejor decisión, pues el discurso progresista debería llamar no a la calma sino a lo opuesto: a la acción inmediata, al cambio a fondo del status quo. Ya se ha perdido un tiempo histórico casi irrecuperable para poner a México a tono con las demandas y exigencias sociales y económicas de la época. Sin embargo, hay razones para suponer que "serenar" la discusión sobre lo público en México es condición necesaria para poder desbloquear sin crisis ni violencia el camino hacia un país menos injusto y más viable.

·De la revolución a la evolución

Hasta no hace mucho, los objetivos de las izquierdas no incluían apaciguar la cosa pública. Históricamente la izquierda se identificó, y con razón, con la agitación política y la vía revolucionaria para alcanzar el poder. Se suponía que, una vez logrado éste, el proyecto requería destruir lo que quedara del adversario, centralizar el poder sin compartirlo, rehacer las instituciones, transformar el sistema productivo, modificar radicalmente la estructura social y hacer de las clases trabajadoras la base del régimen. En fin, nada de serenar y sí acelerar la confrontación para poder hacer realidad las transformaciones de fondo.

Es verdad que para finales del siglo pasado un buen número de partidos y movimientos de izquierda, incluidos muchos mexicanos, ya habían decidido renunciar a la vía armada en favor de canalizar su energía por la vía electoral, pacífica, democrática, lo que implicó aceptar que al adversario político no se le destruye y que la alternancia en el poder es la regla del juego. Ahora bien, la política se siguió concibiendo básicamente como choque: de personalidades, grupos, intereses, regiones y clases. La nueva visión desechaba la violencia pero no al punto de concebir a la política como apaciguamiento, al menos no en el inicio. Sin embargo, en la coyuntura mexicana actual, bien puede argumentarse que quizá un proyecto de izquierda viable no es excluyente con un intento de apaciguar la discusión de la cosa pública.

·¿Y el "peligro para México"?

El actual discurso de AMLO que una y otra vez insiste en poner el acento de su propuesta electoral menos en el choque de visiones y más en la búsqueda de zonas de acuerdo entre intereses diferentes -entre clases altas, medias y sectores populares, entre patrones y trabajadores, entre los intereses urbanos y los rurales, entre la minoría indígena y la mayoría mestiza y criolla, etcétera- ¿es una reacción de coyuntura o es un esfuerzo por resaltar algo que no es nuevo, que viene de atrás pero que fue ocultado por la pesada cortina de miedo y odio que tendió la exitosa estrategia de 2006 de los encargados de imagen del candidato panista (encabezados por Antonio Solá, que ya reapareció en nuestra escena electoral), y que hizo ver a AMLO como el "Chávez mexicano" y por tanto un "peligro para México"?

En 2006 la moderación de AMLO se dio en los hechos pero entonces no hubo el esfuerzo, como sí es hoy el caso, por colocarla en el centro de su discurso. En contraste, sus adversarios, con la colaboración de los medios, lograron presentar a AMLO como prototipo de una izquierda no democrática, iracunda, mesiánica, premoderna e irracional y a la que se debía echar ya al basurero de la historia. De esta manera, el plantón con que AMLO reaccionó inmediatamente después de la elección de 2006, y que por semanas cerró la avenida Reforma de la Ciudad de México, fue presentado como la confirmación de su peligrosidad. Los medios y la derecha ni por asomo aceptaron la posibilidad de que hubiera sido el mal menor, una forma efectiva de neutralizar la alternativa más dura demandada por el ala radical del lopezobradorismo, que se sentía muy agraviada por todo lo que había implicado el triunfo de Felipe Calderón a la "haiga sido como haiga sido". Esos "indignados" radicales demandaban acciones como la toma del aeropuerto internacional de la capital, lo que probablemente hubiera desembocado en un choque violento con la Policía Federal y el Ejército. AMLO no reconoció -ni reconoce- la legitimidad del gobierno de Calderón, pero canalizó la frustración de los suyos por la vía no violenta y, tras levantar el plantón, no se propuso algo más radical que volver a recorrer el país de punta a cabo, reorganizar a los suyos y prepararse para un nuevo encuentro pero empleando las urnas. En el interim el lopezobradorismo se movilizó en contra de la política petrolera privatizadora y en 2009, mediante una maniobra rocambolesca pero tampoco violenta -la "operación juanito"-, echó por tierra otra maniobra aún más retorcida del TEPJF y de la dirigencia del PRD, para hacer que en la delegación de Iztapalapa un voto emitido a favor de A (Clara Brugada), identificada con AMLO, se contabilizara como emitido a favor de B (Silvia Oliva), identificada con los adversarios de AMLO dentro del PRD, de tal manera que si A ganaba la mayoría, el resultado efectivo fuera lo opuesto. En fin, que AMLO ha sido empecinado pero pacífico. En algún momento "mandó al diablo" a las instituciones, pero no al conjunto sino a "sus instituciones", es decir, a las dominadas por sus adversarios, esos que lograron que, por abrir una calle para un hospital y no retirar a tiempo la maquinaria, las instituciones dominadas por el PAN y el PRI -la PGR y el Congreso- desaforaran a AMLO para así impedir su candidatura presidencial. Lo que también se mandó al diablo fue un TEPJF que si bien aceptó que la elección de 2006 no había sido limpia, se negó a anularla o incluso a abrir los paquetes electorales no obstante que la diferencia entre Calderón y AMLO fue menor que la suma de los errores en el conteo, como bien lo ha demostrado José Antonio Crespo, 2006, hablan las actas: las debilidades de la autoridad electoral mexicana (México, 2008).

·Lo que cambió fue la forma, no el contenido

La izquierda que abandonó la vía revolucionaria y optó por la electoral debe operar en México en un medio social históricamente conservador. El movimiento progresista, además, tiene que enfrentar a dos fuertes partidos de derecha, uno autoritario -el PRI- y otro reaccionario -el PAN. Este último sigue apostando a aplastar a la izquierda despertando el miedo del alma conservadora mexicana. PRI y PAN controlan el grueso de los recursos y del aparato institucional, al que nunca han dejado de usar en las contiendas electorales. Además, los poderes fácticos siempre se han decantado por la derecha y, finalmente, la izquierda también tiene que cuidarse del "factor americano" y del Partido Republicano, que en estos tiempos pareciera decidido a identificarse con la parte más retrógrada de su sociedad.

En las condiciones descritas. AMLO pareciera decidido a no volver a dar ninguna oportunidad a las derechas para que lo hagan ver como la cabeza de un movimiento de radicales, de resentidos sociales, de irracionales, de dogmáticos casados con ideas del pasado, de enemigos del orden, de la propiedad y de los valores de la clase media. De ahí, el exquisito cuidado con que el tabasqueño operó su designación como candidato presidencial dentro de su propio medio: el de una izquierda ferozmente dividida. De ahí su esfuerzo por no volver a alejar a Cuauhtémoc Cárdenas y su decisión de ir a los círculos de la empresa privada para dejar en claro que su proyecto no les va a perjudicar sino a beneficiar al buscar una tranquilidad social cuyas bases son cada vez más endebles.

Todo indica que hoy AMLO acepta que debe subrayar la moderación de la izquierda, que bien vale hacerlo a cambio de tener la oportunidad de empezar a revertir la larga decadencia mexicana. El viejo PRI y el PAN simplemente suman ya más de 30 años al frente del gobierno mexicano pero, a la vez, son suma de incapacidades para superar el estancamiento económico, de decadencia del Estado, agudización de la desigualdad social, tolerancia de la corrupción, sacrificio inútil frente a un crimen organizado cada vez más audaz, desnacionalizar la política exterior, y, en fin, perder la esencia del proyecto nacional.

Si a pesar de su moderación el proyecto de la izquierda fracasa, al futuro inmediato de la República lo podrán caracterizar varias cosas, pero no la serenidad.

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