Daños Colaterales
Dos palabras ante la tragedia del ferrocarril Sarmiento: desidia y desinversión
Ese tren no tendría que haber salido, lo sabían, salió igual y miren lo que pasó”, dijo al diario argentino Clarín, aún en estado de shock, el joven Gustavo Guevara al enterarse de la tragedia en el ferrocarril Sarmiento, cuando el tren del cual se había bajado poco antes se estrelló a 20 km por hora en el parachoques de la terminal del populoso y comercial barrio capitalino del Once. “Venía tirando humo y en la estación Moreno escuché al maquinista decir que ese tren no iba a salir porque tenía una falla mecánica. Pero poco después escuché por el altoparlante: “Se solucionó el problema”, añadió Guevara.
Líderes sindicales del sector dijeron ayer que “la desinversión, la desidia y la falta de controles” están detrás de este nuevo drama, uno de los peores en la historia argentina, que desde septiembre pasado suma casi 70 muertos y un millar de heridos con locomotoras estrellándose contra otros trenes y trenes chocando con autobuses repletos de pasajeros en algún paso a nivel en la ciudad.
Para el líder sindical Edgardo Reynoso, el accidente “tiene que ver con una falta de controles de la Secretaría de Transporte y una desidia por parte de la empresa”.
Y es que el parque ferroviario argentino, de origen mayormente británico, rematado en los años 1990 por Carlos Menen bajo la ola privatizadora impulsada por el FMI en la región, data de 1950 en un sistema diseñado en 1855 y que incluye más de 34 mil km de vías, el más extenso de América Latina y alguna vez, antes de ser desbaratado, el más grande del mundo según las necesidades agroexportadoras del país.
Sectores del público y la oposición acusan al gobierno de Fernández —y antes al de Néstor Kirchner— por su “escasa intervención” en el control y sanciones a los concesionarios privados, desinteresados en invertir en los trenes, en especial en “los tramos de los pobres” como es el caso del Sarmiento. Un sistema víctima del remate fast track de los bienes públicos en los 90 a cambio de suculentos sobornos a funcionarios, adiestrados en la inescrupulosa cantinela del “Estado ineficaz”, según la consigna del FMI.
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