@Taibo2 Raza: leanlo y rolenlo
Siciliziar la Izquierda por @fabriziomejia
Siempre he pensado que la felicidad es una forma de la modestia. Frágil ante el dolor y el tedio, se esconde en pequeños momentos en los que sentimos que el mundo existe y que somos parte de él. Ser feliz no es una teoría, sino una experiencia. Hasta aquí se trata de un felicidad personal que podría existir como una sensación de bienestar, tranquilidad con cierta disposición al goce, o bien, como quería Bertrand Russell, de abrirnos al exterior con expectativas (las famosas mariposas en el estómago). Es, como escribió Camus, una lucha contra el miedo. Como el miedo, la felicidad también tiene una dimensión política.
Estoy convencido de que existe una felicidad de izquierda y otra de derecha. El Partido Único y la derecha que le siguió en el poder enfatizaron siempre el fatalismo, la resignación ante lo que ellos planteaban como “necesidad”, como “lo inevitable”. Las crisis se inventaron para justificar las medidas que las resuelven. Ambos tonos de la derecha compartieron una idea del éxito individual que abarca por igual a “empresarios” y “crimen organizado”: la felicidad está en los bienes materiales, hoy, hoy, hoy, aunque me maten o me encarcelen mañana. La idea del éxito en la derecha es tomar por la fuerza lo más que se pueda, cómo se pueda. “Ser capaz de…”, en vez, de “estar autorizado a…”
No importa realmente si es un cartel legal o ilegal, ni si el objeto del deseo es un jet privado o un arma con cacha de diamantes o una candidatura. Para los que no estamos dispuestos a usar la fuerza, las derechas sólo nos proponen la resignación. La idea de la felicidad conservadora se detiene en la libertad de elección individual. Nunca estarán dispuestos a aceptar que la alegría de vivir puede residir en no tener hijos, ser gay, desnudarse en público, morirse cuando uno lo decida. Todos los estilos de vida posibles hoy en la capital mexicana ponen en juego ese valor absoluto de la vida biológica contra la vida cultural: la felicidad es, como escribió Sartre, una sensación de que somos, todos, igual de frágiles, pero nos une la posibilidad de ser lo que no somos. De avanzar en esa posibilidad. Eso es votar por Martí Batres, hoy, en la ciudad. Y justo esa es la felicidad de izquierda. No enfatiza lo que nos separa, sino lo que nos une. La felicidad no es posesión, sino una hermana del absurdo: un orden simbólico.
Una idea de lo que queremos como colectividad. Cuando se habla de la falta de “proyecto nacional”, estamos extrañando esa idea de Jean Baudrillard que veía a las naciones como “dimensiones heroicas”. Las sociedades anhelamos, nos esforzamos, logramos o fracasamos. Somos colectividades ficcionales. La derecha le tiene pavor a esa dimensión de la felicidad de izquierda: la de un sentido colectivo en el tiempo, que tiene un fin. Para ellos, la alegría de vivir dependería de los esfuerzos solitarios y por eso les preocupa que los desfalcos de la Bolsa de Valores no se confundan con los narcotraficantes. Para la izquierda esa dimensión sólo puede ser cultural, no criminal. Por eso, creo que la felicidad de izquierda no puede quedarse en la debilidad de la compasión, como quiere Javier Sicilia---el beso como perdón que nos iguala en un gesto--- , o en la enunciación de una “república amorosa” por parte de AMLO ---una ética laica sin una reserva de sentido a la cual dirigir nuestras esperanzas--- , sino en la fuerza de una narrativa, absurda, que nos ilusione frente a nuestra fragilidad.
Votar por AMLO es actuar sabiendo ambas debilidades. Hay que “sicilializar” a la izquierda e izquierdizar a los “sicilias”. Después de todo, el origen de la palabra griega “idiota” es quien abjura de su participación en los asuntos públicos. “Idiota” es, hoy, anular el voto. La felicidad que merecemos está hoy, más que nunca, del lado de los ciudadanos. De su capacidad de ilusionarse colectivamente en algo que, para fortuna nuestra, sea insuficiente.
Siciliziar la Izquierda por @fabriziomejia
Siempre he pensado que la felicidad es una forma de la modestia. Frágil ante el dolor y el tedio, se esconde en pequeños momentos en los que sentimos que el mundo existe y que somos parte de él. Ser feliz no es una teoría, sino una experiencia. Hasta aquí se trata de un felicidad personal que podría existir como una sensación de bienestar, tranquilidad con cierta disposición al goce, o bien, como quería Bertrand Russell, de abrirnos al exterior con expectativas (las famosas mariposas en el estómago). Es, como escribió Camus, una lucha contra el miedo. Como el miedo, la felicidad también tiene una dimensión política.
Estoy convencido de que existe una felicidad de izquierda y otra de derecha. El Partido Único y la derecha que le siguió en el poder enfatizaron siempre el fatalismo, la resignación ante lo que ellos planteaban como “necesidad”, como “lo inevitable”. Las crisis se inventaron para justificar las medidas que las resuelven. Ambos tonos de la derecha compartieron una idea del éxito individual que abarca por igual a “empresarios” y “crimen organizado”: la felicidad está en los bienes materiales, hoy, hoy, hoy, aunque me maten o me encarcelen mañana. La idea del éxito en la derecha es tomar por la fuerza lo más que se pueda, cómo se pueda. “Ser capaz de…”, en vez, de “estar autorizado a…”
No importa realmente si es un cartel legal o ilegal, ni si el objeto del deseo es un jet privado o un arma con cacha de diamantes o una candidatura. Para los que no estamos dispuestos a usar la fuerza, las derechas sólo nos proponen la resignación. La idea de la felicidad conservadora se detiene en la libertad de elección individual. Nunca estarán dispuestos a aceptar que la alegría de vivir puede residir en no tener hijos, ser gay, desnudarse en público, morirse cuando uno lo decida. Todos los estilos de vida posibles hoy en la capital mexicana ponen en juego ese valor absoluto de la vida biológica contra la vida cultural: la felicidad es, como escribió Sartre, una sensación de que somos, todos, igual de frágiles, pero nos une la posibilidad de ser lo que no somos. De avanzar en esa posibilidad. Eso es votar por Martí Batres, hoy, en la ciudad. Y justo esa es la felicidad de izquierda. No enfatiza lo que nos separa, sino lo que nos une. La felicidad no es posesión, sino una hermana del absurdo: un orden simbólico.
Una idea de lo que queremos como colectividad. Cuando se habla de la falta de “proyecto nacional”, estamos extrañando esa idea de Jean Baudrillard que veía a las naciones como “dimensiones heroicas”. Las sociedades anhelamos, nos esforzamos, logramos o fracasamos. Somos colectividades ficcionales. La derecha le tiene pavor a esa dimensión de la felicidad de izquierda: la de un sentido colectivo en el tiempo, que tiene un fin. Para ellos, la alegría de vivir dependería de los esfuerzos solitarios y por eso les preocupa que los desfalcos de la Bolsa de Valores no se confundan con los narcotraficantes. Para la izquierda esa dimensión sólo puede ser cultural, no criminal. Por eso, creo que la felicidad de izquierda no puede quedarse en la debilidad de la compasión, como quiere Javier Sicilia---el beso como perdón que nos iguala en un gesto--- , o en la enunciación de una “república amorosa” por parte de AMLO ---una ética laica sin una reserva de sentido a la cual dirigir nuestras esperanzas--- , sino en la fuerza de una narrativa, absurda, que nos ilusione frente a nuestra fragilidad.
Votar por AMLO es actuar sabiendo ambas debilidades. Hay que “sicilializar” a la izquierda e izquierdizar a los “sicilias”. Después de todo, el origen de la palabra griega “idiota” es quien abjura de su participación en los asuntos públicos. “Idiota” es, hoy, anular el voto. La felicidad que merecemos está hoy, más que nunca, del lado de los ciudadanos. De su capacidad de ilusionarse colectivamente en algo que, para fortuna nuestra, sea insuficiente.
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