lunes, 9 de enero de 2012

Molotov - Roberto Zamarripa

TOLVANERA


Roberto Zamarripa

Los reportes de inteligencia en el gobierno federal sobre los acontecimientos en Guerrero comienzan a preocupar. En ciernes está un nuevo estallamiento como el que aconteció en Oaxaca justo hace un sexenio. Las fuerzas políticas implicadas son parecidas, las torpezas gubernamentales también, la época preelectoral es catalizadora y amplificadora del conflicto. La oaxacanización de Guerrero no es un asunto lejano. Está ahí pero su efecto en la capital del país no augura lejanía o eco sino estruendo en las plazas del Distrito Federal.


El conflicto de los muchachos normalistas está apenas a la distancia de un camión secuestrado. Tocar la Ciudad de México, a diferencia del conflicto de Oaxaca, es una cuestión de horas. Pero no sólo por distancia y tiempo sino por la particular geopolítica. Ángel Aguirre, el errático y distraído gobernador de la entidad, terminó ubicado como un Cachorro del jefe de Gobierno capitalino, Marcelo Ebrard. Gracias al apoyo de Marcelo, a la presencia de sus operadores políticos, y -aún por comprobarse- del financiamiento electoral, Aguirre se convirtió más en el alfil ebradorista que un peón del priismo de donde emana y perteneció por décadas.


Es decir, Ayotzinapa ya estalló en el Distrito Federal y, hasta ahora, no hay signos de que dicho conflicto tenga visos de solución.


Tanto el gobierno federal como el estatal han apostado a que sea la Comisión Nacional de Derechos Humanos la instancia que defina responsabilidades y gravedad de violaciones. En los hechos es una abdicación de responsabilidades.


Aguirre ha demostrado que la designación de su procurador (Alberto López) fue equivocada y que no cuenta con un sistema de seguridad fiable. Si así fuera habría determinado de inmediato las culpabilidades de los crímenes en la carretera México-Acapulco. No quiso o no pudo.


Los allegados a Aguirre presumen que fueron policías cercanos a Rubén Figueroa los que provocaron el conflicto de la carretera y pretenden magnificar el acontecimiento. En realidad, los sucesos de la carretera no necesitan amplificación. Pero si es de considerar que los figueroistas quisieran desestabilizar la entidad. Al fin y al cabo, Aguirre llegó a gobernador por primera vez gracias a la crisis de Aguas Blancas, donde por la muerte a mansalva de campesinos que viajaban en un camión de redilas, Figueroa dejó el gobierno estatal.


Pero más allá de posibles "complots", el hecho es que Aguirre no ha sido un gobernador comprometido con los problemas de la entidad. Sobran testimonios de su distracción y, en los hechos, el dejar que sea la CNDH la que determine responsabilidades además de la abdicación revela desprecio. No importa cuánto tarde la justicia para los deudos, no importa cuánto demore la indagatoria, al fin y al cabo deberá limpiar la cara de los funcionarios estatales antes de satisfacer las exigencias de las víctimas y sus familiares.


Aguirre decidió -muy en el estilo de Ulises Ruiz en Oaxaca- echar a andar a las "fuerzas vivas" de Guerrero para atacar a los normalistas de Ayotzinapa. Convocó a una marcha de comerciantes y empresarios -la mayoría priistas- para polarizar el conflicto. Quiso polarizar para sacar raja política. Cierto. De los normalistas están hartos los comerciantes, los transportistas, los colonos, los concesionarios de gasolineras. Pero de la impunidad está harta toda la ciudadanía.


Aguirre puede apelar al apoyo ciudadano pero será insustancial en la medida que no imparta justicia por los crímenes ocurridos.


El gobierno federal, a su vez, ha apostado al desgaste estatal no obstante que para obtener la gubernatura -por órdenes presidenciales- el candidato panista declinó en favor de Aguirre.


En Guerrero incubó un sentimiento de protesta y desprecio. Y la demora en resultados de la investigación penal ha fortalecido la impresión de que el gobierno de Aguirre no tiene fortaleza ni en la impartición de justicia ni en la conciliación política.


¿Quién salvará a Aguirre? ¿El gobierno federal que no quisiera la oaxacanización en el Zócalo capitalino? ¿O Marcelo Ebrard quien, tampoco, quisiera frente a su oficina el brote de protesta social derivado de la ineptitud de Aguirre?


Simplemente, que consignen a los responsables de los asesinatos de los normalistas y que negocien los reclamos estudiantiles de inmediato antes de un estallamiento regional que desborde a la Ciudad de México. Eso pudo hacerse inmediatamente después de la violencia acontecida en la carretera México-Acapulco. El conflicto creció y la protesta se expande.

Ya tiraron la Molotov. Si los gobiernos no tienen apagafuegos y políticos dispuestos a atender demandas de estudiantes de comunidades paupérrimas pues tendrán que asumir las responsabilidades de un incendio. Para ello basta una chispa. Una molotov es más que eso. Es el inicio de la revuelta. Fue lanzada en Chilpancingo, ya estalló en el DF.

No hay comentarios: