jueves, 5 de enero de 2012

Enemigos del pueblo uno y otro - Por Guillermo Fabela Quiñones




Por Guillermo Fabela Quiñones

Enemigos del pueblo uno y otro

Las viejas prácticas del PRI siguen siendo utilizadas como si el tiempo no hubiera transcurrido, siguiéramos aún en las épocas del obsoleto corporativismo, cuando el acarreo de masas desinformadas, despolitizadas y enajenadas por la pobreza, fuera lo común, tal como lo vimos en el mitin que el partido tricolor organizó en Mérida para que se luciera Enrique Peña Nieto. Los dirigentes podrán decir que quienes asistieron al estadio de béisbol Kukulcán, lo hicieron porque están convencidos de que el ex gobernador mexiquense es quien podrá sacar al país del hoyo en que lo dejaron los propios priístas, con la ayuda del PAN. Pero es de dudarse que haya tal convencimiento, sino más bien un mero interés coyuntural.
Quienes de buena fe lo crean, es porque no se han puesto a analizar las consecuencias que tendría para los mexicanos el regreso del PRI a la Presidencia de la República. Por principio de cuentas, no habría cambios de fondo en la política económica, pues el modelo neoliberal seguiría intocado, tal como lo quiere el grupo oligárquico al que representa Peña Nieto. A lo más que podría aspirarse, cuando mucho, es a la puesta en práctica de políticas públicas mejor planeadas, pero con una finalidad ajena al auténtico desarrollo social que requiere la nación.
Es válido decirlo, porque no por otra cosa los priístas en la Cámara de Diputados aprobaron la iniciativa de Felipe Calderón de Ley de Asociaciones Público Privadas, mediante la cual se garantizan muy buenos negocios a “empresarios” al amparo del gobierno federal. La dirigencia real del partido tricolor sabe perfectamente que el PAN llegó a su fin como partido gobernante, y considera que podrá suplantarlo en el disfrute del poder, motivo por el que durante los pasados cinco años se mostró como un aliado confiable, con el propósito de aprobar en el Congreso leyes reaccionarias que, llegado el momento, serán útiles a los priístas. El precio ya lo pagó el blanquiazul, mientras que el PRI recibiría los beneficios.
De ahí el imperativo de hacerle ver al electorado que no hay diferencias sustanciales entre Peña Nieto y el abanderado del PAN (sea quien sea), son tan enemigos del pueblo uno y otro, porque obedecen al interés supremo de servir a la oligarquía y a las grandes corporaciones trasnacionales que están depredando a México de manera brutal. Es preciso remarcar que fue el PRI el que puso en marcha el modelo neoliberal que tantos problemas ha traído a los mexicanos, no fueron los panistas, como cínicamente quieren hacerle creer al pueblo.
Afirmó Peña Nieto en el mitin de Mérida: “Vamos a someternos a la evaluación y al escrutinio de la sociedad mexicana, para que vea el compromiso que el Revolucionario Institucional hace para llevar a México hacia mejores condiciones de vida y desarrollo”. Lograrlo sólo sería posible cambiando el modelo económico, y eso es impensable que lo lleven a cabo los priístas. Quieren el poder para acrecentar sus privilegios, no para que los mexicanos mejoren sus niveles de vida. Vale tal afirmación, porque se trata del mismo partido que apoyó a los tecnócratas salinistas, quienes lo único que anhelan es regresar al poder para seguir haciendo negocios, tal como así lo han hecho los panistas desde que llegaron a Los Pinos.
La clase política priísta pasó a la historia a partir de 1983, lo cual facilitó las cosas para que la derecha ultraconservadora ganara la Presidencia de México. El proyecto de largo plazo era consolidar un bipartidismo al estilo estadounidense, donde la tecnocracia reaccionaria de uno y otro partido se alternara en el poder, conforme a los dictados y apetencias de la oligarquía y de las grandes corporaciones trasnacionales, que siguen soñando ser las dueñas de las muchas riquezas naturales que todavía tenemos los mexicanos. Peña Nieto es el abanderado de estos grandes grupos, por lo que sería gravísimo para la sociedad nacional que llegara a Los Pinos, una vez que el partido blanquiazul fuera arrojado al cesto de la basura, como así habrá de suceder en julio.
Es inconcebible, en las actuales circunstancias del país y del mundo, un nuevo fraude electoral como los ocurridos en 1988 y en el 2006. Los líderes de la oligarquía saben que las consecuencias serían apocalípticas, porque se iniciaría una escalada de protestas sociales como nunca antes se han visto en México. Nadie saldría ganando con una violencia incontrolable. Permitir que la democracia comience a caminar en el país será la mejor inversión de los grandes, medianos y pequeños grupos empresariales, porque sólo así se crearán las condiciones necesarias para “imprimirle un nuevo rumbo al país”, como aceptó Peña Nieto tal necesidad. Ese nuevo rumbo está en la democracia, de la cual son enemigos jurados los tecnócratas y las fuerzas conservadoras agrupadas en el PRI y en el PAN. No nos hagamos ilusiones de que con el regreso del tricolor la vida en México tomaría un nuevo rumbo. Sería una pésima apuesta.
(guillermo.favela@hotmail.com)

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