REFORMA
TOLVANERA, Roberto Zamarripa
La brecha
“Eramos la espuma de la Revolución”, se ufanaba don Alejandro Gómez Arias al rememorar las batallas de 1929 contra la resistencia del gobierno posrevolucionario a las demandas de un movimiento juvenil liberal y antiautoritario que consumó la autonomía universitaria.
La suya, la reforma del 29, fue una aportación valiosa en la consolidación de la Universidad Nacional y en el desarrollo de un gran movimiento cultural e intelectual que reinterpretó y cuestionó las deudas de la Revolución.
Los movimientos estudiantiles -de diverso signo- han sido en sus mejores expresiones semilleros y educadores; zonas de formación cívica y política; puntos de socialización y encuentro generacional.
El del 68, aunque derrotado brutalmente, fue determinante en sucesivas reformas políticas que propiciaron la competencia electoral y el de 1986 siguió a una tendencia participativa de una joven generación que rescató de los escombros a los suyos tras el terremoto del 85, y advirtió de la arterioesclerosis del sistema que hizo crisis en 1988.
Varios de los reclamos estudiantiles, como sea, fueron canalizados e incorporados por gobiernos, instituciones y hasta partidos. El torrente, al final, fluyó hacia la reforma en la sociedad.
Los movimientos luchaban a contrapelo de la autoridad o subordinados a ella. Ya fuera la rectoría, la alcaldía, el gobierno estatal o el federal. Ése era su dilema: autonomía o corporativización.
Hoy el movimiento estudiantil no es protagonista. Las asociaciones de estudiantes son marginales. En escuelas públicas se ha perdido el interés por la organización y la política. Solamente 11.2 por ciento de mexicanos de 15 a 24 años participa en alguna asociación. De esa franja, siete de cada diez lo hace en una asociación deportiva y solo dos en una estudiantil. (Encuesta Nacional de la Juventud 2010, SEP).
El país de ninis fragmenta y también empobrece no solo materialmente sino intelectual y políticamente.
Escribieron Rafael Cordera, Gloria Mancha y Esthela Gutiérrez: “Amor, respeto, compasión, perdón, humildad, sentido de pertenencia, valoración de la comunidad, entre otros, son valores secundarios ante la emergencia del dinero, la ostentación, el espectáculo, tener y acumular pagando cualquier precio, así se tenga que transitar por los laberintos de la corrupción y el delito”. (“La juventud mexicana, la falta de oportunidades”. 2011). Hace unos días, un par de las organizaciones estudiantiles más antiguas del país volvieron a ser noticia, pero trágica.
Dos miembros de la Normal de Ayotzinapa, Guerrero, integrantes de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM), fueron asesinados durante un desalojo de policías federales y estatales. Los muchachos se manifestaban tras no recibir respuesta a demandas de ampliar plazas de contratación obligatoria para egresados, tener mejoras materiales en su escuela, y ser beneficiados con la reducción del promedio de aprobación de un examen de admisión de 8 a 7.
El gobierno estatal no quiere garantizar las plazas para los normalistas rurales pero tampoco cubre las plazas necesarias en las escuelas abandonadas en un estado donde hay analfabetismo y atraso.
Los malestares de Ayotzinapa son crónicos en el Guerrero de la inestabilidad. Lucio Cabañas, el mítico guerrillero rural, fue líder de los normalistas a principios de los sesenta y más que símbolo es confirmación: las irresponsabilidades gubernamentales empujan a los muchachos a la violencia radical y sectaria. Años, décadas, de represión sistemática, combinado con el mundo de corruptelas en el sistema magisterial, empujan a los normalistas rurales a una cíclica batalla de molotovs y confrontación. Pero cazarlos en la carretera con balas gubernamentales no es solución sino inflamación.
En otro caso, cuatro estudiantes afiliados a la Federación de Estudiantes de Guadalajara (FEG) fueron victimados presuntamente por correligionarios de la organización luego de denunciar extorsiones en un puesto de venta de churros.
La FEG tocó ya un punto límite en su existencia con el descubrimiento de fosas mortuorias en sus instalaciones. Sucesivos gobiernos jaliscienses toleraron -y auspiciaron- la violencia de la FEG de donde han egresado tanto rectores como capos del narco.
Esas dos expresiones sui generis, la FEG y la FECSM, aceite y agua, negro y rojo, se tocan en las puntas de la desesperanza y también de la violencia. Una porril y mafiosa, otra sectaria y radical. Una mata, a otra le matan.
Simbolizan la enorme brecha que separa a la autoridad gubernamental, educativa y universitaria de las necesidades de los jóvenes. Sus rectores, líderes magisteriales, gobernantes, “enseñaron” que ya no se asciende con formación educativa o valores e ideales fortalecidos.
Les zanjaron la brecha que desvía el torrente de inquietud estudiantil hacia la marejada de descomposición donde el delito y la trampa priva como mecanismo de escala social y de poder. Y quien no obedece es reprimido.
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