Desde 1991, desde hace 20 años, existe en Veracruz un Fondo para la Compensación a Víctimas de los Delitos. Fue creado por decreto firmado por quien a la sazón gobernaba a la entidad, Dante Delgado Rannauro, y fue producto de la labor de los diputados integrantes de la LV Legislatura estatal.
Señala ese decreto, en su artículo tercero, fracción III, que los recursos del erario con los que está integrado servirán, entre otras cosas, para “…resarcir los daños que el sujeto pasivo haya sufrido en su patrimonio”, como sería en el caso de los secuestros.
Y es de tal partida presupuestal es que salieron los recursos para cubrir los rescates de habitantes de Veracruz que padecieron la privación de su libertad por parte de grupos delincuenciales.
Viene a cuento la anterior información –que todo indica no está en poder ni del ocupante del Ejecutivo Federal– para reconfirmar que el señor Felipe Calderón habla y habla y habla, acusa, acusa y acusa, sin tener “los pelos de la burra en la mano”, cual se dice coloquialmente. En su relación con el PRI y con los priístas, el michoacano actúa invariablemente rápido y rabioso. Sin pensar en las consecuencias de sus palabras.
Porque apenas la semana anterior y en el marco de la segunda reunión que mantuviera en el Castillo de Chapultepec, Calderón soltó otra de sus andanadas en contra de un militante del tricolor:
“… Hace poco oí al ex Gobernador (Fidel Herrera) decir que él mismo pagó el rescate de como 16 personas. Entonces, muy loable de su parte, pero como que no checa con los datos que teníamos. Yo no creo que no había antes víctimas en Veracruz. Yo creo que las desaparecían…”.
Peor, todavía, cuando uno de sus voceros oficiosos soltó en su noticiero del mediodía de este lunes que el ex mandatario veracruzano había cubierto de su propio bolsillo tales rescates de víctimas de secuestro.
Y, claro, la inquina deslizada: “Yo creo que los desaparecían…”. ¿Habla por hablar? ¿Tiene pruebas? ¿Se basa en creencias?
Grave, muy grave, que con todos los micrófonos a su disposición el ocupante de Los Pinos hable, hable, hable y acuse, acuse y acuse sin elementos que lo respalden.
Lejos está Calderón de parecerse siquiera al tlatoani mexica a quien se respetaba por lo que hablaba.
Se dice que antes de la llegada de los españoles a nuestras tierras había dos tipos de lenguaje, el llano, el simple, usado por todo mundo en sus diversas actividades. A lo mejor como algunos lo usamos hoy sin el menor recato y a veces con toda una cauda de doble sentido, etc. Y otro tipo de lenguaje lleno de simbolismos, rebuscado, cubierto de metáforas, como cuando nosotros usamos el español insertando latinismos para demostrar la amplia cultura y hacer ver al interlocutor que somos “leidos y escrebidos”; ese tipo de lenguaje era el propio de un tlatoani: él buscaba darse su lugar, orgulloso de ser el tlatoani.
Porque, en sí, tlatoani significa: el que habla.
Y el que habla y dice cosas verdaderas.
La mentira y el engaño no están en su vocabulario. Sus palabras son ley, sus dichos son experiencias. No hablaba por hablar y sus palabras no eran engañosas y sin compromiso. Al hablar se comprometía y comprometía también el renombre de sus antepasados, la fama de todos sus gobernados.
De nuestros gobernantes actuales no pedimos gran cosa, sólo que honren su palabra, la palabra empeñada en campaña, la palabra dada en prenda con sus seguidores y quienes votaron por él creyendo en el proyecto que enarbolaba. Creer en lo que habla.
Y a Calderón no le creemos. No le creímos nunca, mucho menos ahora.
La Carta de Santiago, en su capítulo tres, habla de cómo debe de conducirse un gobernante o alguien que preside a un grupo humano, una frase que me encanta leer es “quien no falla cuando habla es un hombre logrado, capaz de marcar el rumbo también al cuerpo entero” y más adelante agrega que la lengua es pequeña como órgano, alardea de grandes cosas. “También la lengua es un fuego: es un mundo de maldad puesto en nuestros miembros, que contamina todo el cuerpo, y encendida por el mismo infierno, hace arder todo el ciclo de la vida humana.”
Y la lengua de Calderón, mínimo, es rápida y rabiosa.
Índice Flamígero: Tremenda bronca de la fallida Administración de Calderón en contra de uno de los diarios más influyentes del mundo. Primero, la vocería de Los Pinos emitió una versión falsa de la entrevista que, a finales de septiembre, hiciera a Calderón el reportero del The New York Times acreditado como su corresponsal y que el rotativo publicara este fin de semana. Luego, el ocupante del palacete de los Covián, Francisco Blake, responsabiliza a ese reportero y a los redactores de los ataques al PRI. Y en respuesta, el NYT publica íntegra la transcripción en español –algo inédito– de la entrevista en la que, sí, claro, es Felipe Calderón quien se lanza en contra de los tricolores. ¿Quedará ahí el asunto? ¿Sólo en la exhibición del michoacano y de sus colaboradores como lenguaraces y mentirosos?
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