lunes, 17 de octubre de 2011

Adiós, maestro de la Plaza Pública - Por Lydia Cacho


Siempre que lo escuchaba hablar, arrojar con tono parsimonioso frases como flechas, verdades como tormentas, reflexiones como puertas abiertas al futuro, tuve la certeza de que el maestro Miguel Ángel Granados Chapa es muchas personas a la vez.

Abogado y periodista de profesión, doctor en historia, amigo solidario, hermano compasivo, crítico implacable, analista sereno, colega inagotable.

Construyó una escuela de periodismo sin muros y sin límites, la de la congruencia, y de ella hemos abrevado varias generaciones. Él nos enseñó a mirar con ojos nuevos temas viejos, desde 1977 tituló su columna Plaza Pública y hasta esta semana ha sido un referente. Hace unos días dijo adiós en las páginas de su casa de los últimos años, el diario Reforma; Miguel Ángel se despidió del periodismo mientras decía adiós a una vida bien vivida.

Su pluma descubrió y perfiló un estilo de periodismo de opinión profesional, pulcro y sin ambages desde Reforma, Excélsior, en la revista Proceso, en Unomásuno, La Jornada y El Financiero, entre otros. Su voz inconfundible parsimoniosa y contundente nos explicó las muchas historias que constituyen la gran Historia moderna mexicana; en Canal 11, en Radio Educación, en Radio y TVUNAM supimos siempre que estaba allí para compartir sus ideas en un largo conversatorio, casi alérgico a los exabruptos y abocado a la búsqueda de respuestas sin atisbo de esa egomanía tan usual en algunos patriarcas del periodismo nacional.

Las tres ocasiones en que recibió el Premio Nacional de Periodismo aprovechó la tribuna para recordarnos el peligro del periodismo panfletario, habló para restituir la dignidad de quien en ese momento más necesitaba de la voz sólida del maestro: los grupos indígenas o la violencia contra las mujeres, niños y niñas; levantó la voz para señalar a los gobernantes que deben ser nombrados y juzgados por sus delitos. En 2008 recibió la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República y fue elegido miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, ante ambas distinciones actuaba con una modestia auténtica de quien se sorprende ante el reconocimiento pero valora los afectos y la admiración por un trabajo digno y respetable.

Durante una reunión para celebrar el aniversario de su columna Plaza Pública, el maestro Granados Chapa, ya enfermo de cáncer, dijo que su retiro sólo sería provocado por la enfermedad o la muerte. A pesar de que los últimos años la enfermedad le acompañó como una sombra, por momentos desgarradora y durmiente en los mejores días, tuvo la lucidez de seguir esculcando entre las voces de la calle, no se le fue una sola noticia importante, no abandonó el análisis puntilloso de la guerra, ni el de los monopolios aplastantes, ni el de las violaciones de los derechos humanos. Tampoco enmudeció ante la corrupción individual y colectiva, ni cerró los ojos ante los ríos de sangre y la muerte con entregas a domicilio en todo el país. Hubiera podido hacerlo, ya le había dado al país y al periodismo más de lo que casi nadie ha dado.

Una tarde luego de un evento, le pregunté al maestro cómo lograba vencer el oprobio con tanta paz, cómo alcanzaba a reflexionar con tal precisión y certeza pacifista frente al dolor de la tragedia. Con esa voz de sabiduría cordial del que sabe lo que dice, respondió que el país nos necesita y nosotros necesitamos al país. Así de simple y llano, sin aspavientos emocionales. Yo sé que lo sostiene una preparación ejemplar, estudios formales, amor a la literatura, pasión por la escritura pulcra y trascendente y sus conocimientos jurídicos que le permitieron ayudarnos a tantas personas en momentos difíciles; pero antes y después de todo, lo fortalece la ética.

Como un roble añoso, este hombre valiente que escribió en 1996 el libro ¡Escuche Carlos Salinas!, se desapegó de las raíces que lo mantienen atado a esta vida, lo hizo con la dignidad del maestro, con la certidumbre de quien consiguió de su tarea cotidiana un ejemplo de congruencia y profesionalismo. En este momento en que el periodismo se tambalea entre la amenaza sangrienta, la autocensura hija del terror, o el oportunismo rapaz de las élites mediáticas, su voz hace eco y sus lecciones no se olvidan ni se diluyen; por el contrario, se fortalecen más que nunca.

Es cierto que los méritos de Miguel Ángel Granados Chapa no salvan al país, pero sin duda hicieron una patria más fuerte, más digna y más humana. Gracias maestro.

www.lydiacacho.net @lydiacachosi

Periodista

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