miércoles, 3 de agosto de 2011

Tenemos fabulosos yacimientos de gas natural… ¿Y?

Interludio

Tenemos fabulosos yacimientos de gas natural… ¿Y?

Los problemas de México son tan recurrentes como irremediables. Y así, hablamos siempre de los mismos temas: desigualdad social, pobreza, injusticia, etcétera. Es preocupante que el inventario de los asuntos públicos no evolucione y que no comencemos a tocar otras cuestiones, digamos, como la creación de riqueza, la modernidad, la democratización de la vida nacional o el papel de nuestro país en una economía irremediablemente globalizada.

Tenemos, creo yo, un aplastante retraso en lo que se refiere a la actualización de la agenda nacional: estamos fijados en la veneración de mitos incuestionables y detenidos en la idealización de un pasado que debiera, en nuestra visión de las cosas, ser la fuente exclusiva y la inspiración de todas nuestras acciones presentes.

Somos, en ese sentido, una sociedad profundamente conservadora, una colectividad dedicada, en esencia, al culto de los dogmas y los principios en vez de usar nuestras presuntas potencialidades para sacar provecho, con el pragmatismo de quienes saben reconocer las oportunidades que tienen a la mano, de las ventajas que nos ofrece el propio entorno.

Por ejemplo, nuestros territorios están asentados en un mar de gas natural. Resulta, sin embargo, que no hemos logrado explotar los yacimientos. Por el contrario, importamos el combustible y lo pagamos al precio que nos imponen los productores de fuera. Y a esta relación de dependencia la llamamos, paradójicamente, una “defensa de nuestra soberanía”. No hay tal vez concepto más pernicioso, para el establecimiento de las políticas públicas del Estado mexicano, que este principio, el de la tal “soberanía”, promulgado machaconamente por nuestros hombres políticos y que, en los hechos, nos condena a no aprovechar debidamente —para beneficio de todos, esto es— nuestras riquezas naturales.

Los mexicanos nos encontramos entonces en una muy extraña situación: cacareamos que México es una tierra de opulencias y, al mismo tiempo, nos abstenemos de utilizarlas.

El mundo, mientras tanto, se mueve. Avanza a pasos agigantados. Progresa. Crece. Los países se desarrollan en una feroz competencia con los demás. No pierden el tiempo como nosotros. Usan sus recursos. Comercian. Reciben inversiones.

¿Cuántas veces hará falta decir, a estas alturas todavía, que ese petróleo y ese gas que tenemos no son un símbolo sagrado sino un mero producto, nada más, que debe comercializarse en un mercado?

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