La insatisfacción de las sociedades con sus gobiernos apunta a crecer, a devorarlo todo, a quebrar el orden, al desdén de los modelos político y económico impuestos a partir de que decidieron entronizar la globalización.
El malestar no es nuevo. Se comporta de manera explosiva, violenta, rampante e intermitente desde 2005, al menos, cuando Nicolás Sarkozy estuvo a un tris de perder el piso, el gobierno, con los estallidos de ira racial en la periferia de París.
Con relación a lo ocurrido en Francia, los analistas políticos, los enterados, sostienen que no se trata de un cambio de tendencia, sino que revela un comportamiento que venía de atrás. Los musulmanes quieren echar definitivamente a la policía -es decir, al Estado francés- de sus barrios. La situación se ha deteriorado mucho en los años subsiguientes. Y lo peor de todo es que, como en 2005, los poderes públicos no saben cómo afrontar el reto. Es decir, no saben cómo proteger a sus ciudadanos.
Simultáneamente surgió en España y otras naciones europeas el movimiento anti Bolonia, referente a un realineamiento en la curricula académica de las universidades, en las que la disputa fue por la desaparición o no de las profesiones humanistas, de esas carreras universitarias que apuestan a la opinión crítica, al cuestionamiento, a la necesidad de fortalecer la reflexión y el libre albedrío, con el propósito de disfrutar de la libertad.
Guy Haug, experto en política universitaria y padre del espacio europeo de educación superior, sostiene, afirma, está convencido que el origen de las protestas está en el malestar con la universidad actual, como si el agua no hubiese corrido bajo el puente desde 1968, cuando Daniel Cohn-Bendit, Rudi Dutschke, Uwe Bergman y otros, discípulos todos de Herbert Marcuse, se alinearon con la turba para sumarse a la decisión de los grafiteros de la Universidad de París, en el edificio de la Sorbona, donde decretaron que estaba prohibido prohibir.
Afirma el experto: “No hay Plan Bolonia, hay acuerdos que apuntan en ciertas direcciones estratégicas… lo que pasa es que España se ha retrasado mucho en la puesta en marcha de estos acuerdos; los anti-Bolonia no saben exactamente en contra de qué están… me parece casi imposible que estén en contra de un sistema que da más libertad al estudiante…que intenta mejorar su formación, darle acceso a más posibilidades. Sin verificarlo dicen que se impone la mercantilización de la universidad”.
Como en 1968, los estudiantes anti Bolonia disfrutaron y aprendieron durante la algarada, muchas veces acompañados por profesores, pero en el tema de la educación europea, quienes dicen saber sostienen que los gobiernos miran para otro lado ante el tamaño de la crisis de la enseñanza, que se sumerge en un futuro impredecible de una universidad pública que no da la talla, cuando lo que se debe discutir es un cambio total en el sistema educativo.
Montados en la espalda del movimiento Anti Bolonia llegaron los “Indignados”, exigiendo, como en África del Norte, democracia real ya; en un inicio los apoyos y simpatías se extendieron con movilizaciones en Praga, Budapest, Atenas o Rabat. “El sistema no funciona. Tenemos que cambiarlo por otro mejor que nos represente a todos”, exigieron en un momento los participantes.
“No es una concentración contra el Gobierno de España, no es contra un partido en concreto, sino contra el mal uso que los políticos están haciendo de la democracia”, gritó a los cuatro vientos Daniel Vázquez Touriño.
Antes o simultáneamente a los disturbios londinenses, encendidos tras el fallecimiento de Mark Duggan, de 29 años y padre de cuatro hijos, a causa de unos disparos de la policía. Se encontraba en un taxi, tras haber sido detenido en el marco de una operación contra la delincuencia afro caribeña en el barrio de Tottenham, los estudiantes mexicanos que no pasaron los exámenes para acceder a la educación media superior y superior realizaron marchas pacíficas, siempre con los ojos puestos en lo ocurrido en otras ciudades, concretamente en Santiago de Chile, donde las manifestaciones fueron violentas.
El caso Inglés me recuerda el 68 mexicano, porque Londres, como el Distrito Federal, está próximo a ser la sede de unos juegos olímpicos. Similitudes hasta en la marcha pacífica convocada por los habitantes del barrio londinense de Tottenham, que culminó con dos vehículos policiales quemados, junto con un autobús de dos pisos. Además de saqueos en tiendas que, posteriormente, también fueron incendiadas.
Pareciera que lugares, fechas y motivos son suficientes para cancelar toda analogía entre la inquietud suscitada en 1968 y lo que ocurre en el mundo desde hace seis o siete años, al menos.
Es cierto, hay un ingrediente adicional, grave, cuyas consecuencias pueden incendiar al mundo, como ocurrió ya durante la II Guerra Mundial y la Guerra de los Balcanes, donde el racismo y las disputas entre religiones, causaron un genocidio de proporciones apocalípticas.
Pienso que es lo mismo, idéntica expoliación con diferentes nombres. La historia es circular, como en esos cuentos borgeanos; no hay duda cuando se rescata de las viejas lecturas un texto estudiado durante esos años: Este sacrificio asume distintas formas, pero se reducen a la cuestión del poder. El poder, por definición, sólo constituye un medio; mejor dicho, poseer un poder consiste, simplemente, en poseer los medios de acción que sobrepasan la restringida fuerza de la que un individuo dispone por sí mismo. Pero la búsqueda del poder, por su esencial incapacidad de apropiarse su objeto, excluye cualquier consideración de fines. Esta inversión de la relación entre el medio y el fin es la locura fundamental que da razón de todo lo que hay de insensato y sangriento a lo largo de la historia.
A diferencia de hace 43 años, hoy la repartición de los medios y de la riqueza está en manos de los administradores de los poderes fácticos –-de ser atribución del Estado-, pero la economía, globalizada o no, padece las mismas enfermedades y está sujeta a idénticos vaivenes en materia de producción y ahorro, por lo que el desmadre es el mismo, los de abajo llegan al techo, antes de que los de arriba puedan ser desplazados, sobre todo porque los sistemas de pensiones y jubilación están quebrados, en todo el mundo.
Acá podría ir para peor, porque la violencia está en la calle, sólo falta un líder que le imprima sello ideológico, político, para que la Iniciativa Mérida muestre abiertamente sus verdaderas funciones en territorio mexicano.
@Ortega Gregorio
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