Desde que empezó su ocupación de Los Pinos, Felipe Calderón ha rociado al país con metafórica gasolina.
A partir de que llegó a la residencia presidencial a bordo de un Mini Fallo electoral blanquiazulado y a rayas negras, él y sus secuaces han vaciado bidones y bidones de combustible y encendido cerillos, con lo que han provocado que buena parte de la sociedad se esconda en dónde pueda, cuando no a huir despavorida de la hoguera.
Sin embargo son ya 52 mil los muertos.
Pueden ser más, pero entre los escombros que quedan del país se hayan perdidas 15 mil almas.
Lo peor es que sigue dispuesto a atizar el fuego con sus necedades retóricas ahora centradas en el vocablo “terrorismo”.
Su simplicidad intelectual causa pasmo. Su oratoria confunde, antes que esclarecer. Sus palabras, invariablemente, son flamígeras, condenatorias, y encienden la yesca en que se ha transformado nuestro territorio.
Ayer, por ejemplo, ante un auditorio infantil se volcó otra vez en incendiario: “pónganse a estudiar”, le dijo a un grupo de niños, “nosotros estamos combatiendo a los delincuentes”, “va a llevar tiempo”…
¿Para cuándo dejen de ser niños?, ¿Para cuándo esos infantes sean “levantados” por la delincuencia? ¿Cuándo se los lleve la “leva” de la Policía Federal?
Calderón es uno de esos políticos que manejan una retórica que produce directa o indirectamente superlativas perplejidades cuando no ríos de sangre.
Posiblemente ese lenguaje irrisorio constituya una consecuencia fatal de la carencia de razón, y por tanto de razones, que hay en él.
Creo que se puede concluir lo mismo respecto a la sangre que se está derramando.
No se puede usar el lenguaje con la ligereza y la vaciedad con que se hace sin suscitar iras que se convierten en una hidra de múltiples cabezas.
Pero como me resisto a pensar que Calderón y, con él, los panistas que le siguen el juego, la sociedad desinformada que se cree las cantaletas de los spots eternamente repetidos, sean derivados de una voluntad criminal, mejor me inclino a pensar que estamos ante una nube de necios que oscurecen la luz del sol.
Lo que no sé es si resulta peor el crimen o la necedad.
Fue el señor Ortega y Gasset quien escribió algo muy agudo acerca de la estupidez.
Decía don José que el criminal hiere a la sociedad sólo en un momento muy concreto, pero el resto de su existencia lo dedica al ejercicio de la inteligencia que ha de facilitarle, entre otras cosas, el soslayamiento de las consecuencias de su perversidad.
Y añadía Ortega que, en cambio, el tonto perjudica al colectivo social durante las veinticuatro horas, puesto que no deja de ser tonto en todo ese tiempo, con lo que el daño derivado de estas tonterías puede afectar a millones de individuos durante periodos muy dilatados.
De todas formas, hay que añadir también que ahora se da una cifra muy elevada de tontos que son a la vez criminales, lo que resulta literalmente aterrador.
Ese es el verdadero “terrorismo” incendiario que nos produce Calderón:
zafio y criminal.
Pese a las advertencias, no obstante la evidencia de su fracaso en todos los órdenes, pero sobremanera en el fundamental que es asimismo la razón que da origen al Estado, la seguridad, dice que seguirá por el camino que hasta ahora ha dejado al país sembrado de cadáveres, fertilizado de corrupción con los criminales, llovido de metralla, regado con gasolina… y con él, amenazante, con una inacabable caja de cerillos en la mano con los que quisiera acabar de una vez por todas con el país.
Y no, se excusará alguna vez, no quería cobrar víctimas mortales.
Sólo quería que le legitimáramos el “haiga sido como haiga sido”, para vendernos protección.
Índice Flamígero: Son cinco los implicados en el atentado a México, que hasta ahora se han identificado. Han dejado por doquier sus huellas digitales: Felipe Calderón, Guillermo Galván, Francisco Maynez, Genaro García y Medina-Mora-Chávez-Morales. Todos pertenecen al mismo grupo delictivo, cuando menos otros doce integrantes, que cobra cuotas cada vez más altas, nos amenaza, y fracasa al brindarnos seguridad.
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