El expediente del caso Florence Cassez, uno de los más célebres de la justicia mexicana reciente, consta de 13 tomos y millares de páginas. nexos ha tenido acceso pleno a él. Héctor de Mauleón ha leído esos tomos en busca de la verdadera historia del caso con el propósito de reconstruir lo que sucedió. Luego de dos meses de lectura y relectura del expediente, abultado con declaraciones de testigos que dicen cosas distintas cada vez, luego de identificar testimonios clave olvidados o no tomados en cuenta por el juez en ninguna de las instancias, el relato que De Mauleón ha podido construir no es la crónica de un caso sino la metáfora perfecta de un pobre sistema de acusación judicial: un laberinto de fabricaciones.
Todo lo que el expediente dice puede ser verdad, salvo que mucho de lo que el expediente dice es contradictorio, y el conjunto, paso a paso, una verdad digna de sospecha o una mentira digna de indignación. Al final de la historia, los únicos hechos comprobables del expediente son la manipulación sistemática, la impunidad de origen en el trato de acusados y testigos, el manejo de los medios para construir versiones ad hoc.
De las siguientes páginas no espere nadie un relato de lo que sucedió. Espere sólo un juego de espejos de las verdades a medias y las mentiras sin testigos que genera el proceso de investigación y acusación vigente en México.
No podemos saber por vía de los expedientes judiciales que la acusan si Florence Cassez es culpable o inocente, si los secuestrados fueron efectivamente secuestrados y si dicen la verdad en su primera, en su segunda o en su tercera declaración; no podemos saber siquiera si existió la organización delictiva sobre la que está construido el caso, aunque es claro que la parte fundamental de esta banda se encuentra libre, que hubo víctimas, que hubo verdugos y que en muchos momentos los verdugos fueron los investigadores del caso, que operan en la opacidad, torturan, inducen declaraciones, alteran los hechos del momento y montan espectáculos para los medios.
Lo que sigue no es el relato de un secuestro y su investigación, sino el relato de una investigación que no conduce a la verdad del caso sino a la evidencia de su manipulación, es decir, de su secuestro.
Valeria
El punto de partida fue un secuestro ocurrido en el sur de la ciudad de México, el 31 de agosto de 2005. Valeria, una joven de 18 años, se dirigía a la escuela. Dos hombres le cerraron el paso en un Volvo “al parecer blanco”, rompieron de un cachazo el cristal de su auto y la pasaron a golpes al asiento de atrás. Calles adelante la subieron a una Van sin ventanillas y la taparon con una cobija.
—¿Cuánto daría tu madre por ti? —le preguntaron.
Valeria recordó más tarde que la camioneta tomó algunas curvas. 10 o 15 minutos después la bajaron cargando, le pusieron algodones y vendas en los ojos, y la depositaron en un sillón. Ahí la interrogaron sobre los bienes que poseía su madre, dueña de un taller de maquila de playeras. El hombre encargado de negociar el secuestro pidió ser identificado como “Humberto”. Dijo que la vida de Valeria valía cinco millones de pesos.
El mismo día, a las nueve de la noche, la Subprocuraduría Especializada en Delincuencia Organizada, SIEDO —avisada del hecho por la madre—, grabó la siguiente conversación telefónica:
Humberto:
—Relájese, señora, por favor.
—¿Cómo?
—Trate de tranquilizarse, trate de respirar y tranquilice su ritmo cardiaco… Dígame, ¿qué fue lo que pasó? ¿Por qué no reacciona usted ante esto?
—No, yo estoy haciendo todo mi mejor esfuerzo. Tengo toda la disponibilidad, pero esa cantidad no está a mi alcance. Yo vengo de familia de trabajo.
—Sí, la escucho, la escucho. Hablando con su hija nos comentó que están pasando por una situación difícil, y lo entendemos, pero señora, no abuse…
—No…
—No es mi intención hacer esto como para llegar a una situación de amenaza. Créame que no. Es simplemente que tenemos a su hija. Si usted hace algo contrario a lo que estamos pidiendo…
—Mire señor, por Dios, yo no tengo esa cantidad en la mano, si la tuviera se la daba…
—No estamos viendo tampoco que usted se quede en la calle, ni mucho menos, y sabemos que la situación es difícil en estos días, la liquidez es muy difícil y lo entendemos. Yo nomás le pido de verdad (inaudible) que solamente estemos usted y yo en esto.
—Señor, yo estoy sola.
—La cantidad que le estoy pidiendo será en billetes de a 200, 500 y 1000, ¿está bien?
En la casa donde iba a transcurrir el cautiverio de Valeria había cuatro hombres y una televisión encendida. Al sujeto que impartía las órdenes le llamaban Patrón.
—No te preocupes —le dijo el Patrón a Valeria—. Estás en manos de profesionales. Ni te imaginas la cantidad de gente superimportante que ha estado sentada en ese sillón: políticos, empresarios, gente de mucho dinero.
Valeria preguntó si iban a matarla. El Patrón le dijo que la banda acostumbraba devolver a sus víctimas sanas y salvas, aunque una vez habían tenido que matar a un joven porque su padre sólo había ofrecido un millón de pesos por él, “y se trataba de poca cantidad para ellos”. En otra ocasión habían asesinado al hijo de un político que no pudo pagar el rescate “porque no tenía manera de justificar dicha cantidad ante el gobierno”.
Valeria pasó el primer día en aquel sillón. Cuando pidió permiso para ir al baño, se bajó la venda que le cubría los ojos y memorizó algunos detalles. Entre ellos, que un piso era de azulejo azul. Al caer la noche, a la hora de los noticieros, la subieron a una recámara que tenía cama individual, mesa de noche, ventilador y una televisión pequeña. Le advirtieron que debía cubrirse con una cobija cada vez que ellos entraran. El Patrón le confesó:
—Te me imaginas mucho a mi hija. No voy a permitir que nadie te toque.
“El segundo día de mi secuestro —contó Valeria después— el Patrón entró a mi habitación y desayunó cereal junto conmigo. Me comenzó a decir que ya quería que me fuera y que no iba a pedir ningún tipo de rescate, porque era una niña muy valiente… Incluso en una ocasión empecé a llorar, y él me tomó de la mano, diciéndome que ya quería que me fuera, ya que se estaba empezando a encariñar conmigo y para él también era doloroso tenerme ahí”.
El 2 de septiembre de 2005, la SIEDO grabó una nueva conversación de Humberto con la mamá de Valeria, a las 7:42 de la mañana.
Humberto:
—Ayer no quisimos molestarla para que tuviera usted el tiempo suficiente para hacer lo que tenía que hacer.
—Sí, señor.
—Platíqueme cómo le fue.
—Pues mire, señor, ayer estuve viendo personas… a las personas que me hicieron favor de prestarme dinero. Logré conseguir que me prestaran, junte todos mis ahorros, empeñé lo que pude, y hasta el momento ya le junté 100 mil pesos.
—Ay, señora, ya empezamos mal. Teníamos confianza en que no iba a decir usted tonterías.
—No lo estoy haciendo…
—Pues qué lástima, de veras era una chica muy linda. Pues qué le puedo decir, tomó usted el camino equivocado doña Laura.
—No, no, señor Humberto, no me diga eso.
—Se dejó llevar por gente estúpida que no es de su misma sangre.
—No, no me diga eso…
—Es dramático, de veras, para nosotros, volver a lo mismo… Ayer se platicó muy seriamente con su hija, señora. Su hija quiere vivir, no tenemos nosotros el derecho de quitar la vida a una criatura que empieza.
—No me diga eso, yo estoy haciendo lo que usted me pide…
—Quizás, pero también estamos de acuerdo que es mentira lo de los 100 mil pesos, doña Laura.
—No es mentira, se lo juro por Dios.
—Aunque se le había checado a usted hace un tiempo, hay cosas nuevas que nos enteramos por parte de su hija y se le van a tomar en cuenta.
—Sí, sí.
Humberto enumera los problemas que ha tenido la madre de Valeria para pagar la colegiatura de la escuela y las letras de un auto. Sigue:
—Pero no salga usted con esa situación de que no tiene… Ojalá no se equivoque en su camino, doña Laura… Créame, es una chica lindísima, la hemos respetado, ya lo platicará usted, si Dios quiere y le ilumina su cabecita… Olvídese de la cantidad, de los cinco millones, estamos hablando de la actitud que usted está tomando, de la capacidad, la cooperación que usted quiere… de la gente que está alrededor de usted y son estúpidos al comentarle.
“El Patrón sólo llegaba por ratos —recordaría Valeria—, en la mañana, a mediodía, en la tarde. Cuando los cuidadores entraban a dejarme mis alimentos me decían que no sabían por qué quería liberarme sin que pagara un solo peso, que él había roto las reglas y no sabían por qué había tomado dicha actitud. El domingo 4 de septiembre llegó el Patrón a mi habitación y me dijo que al día siguiente ya me iba a ir”.
Para el 5 de septiembre Humberto y la mamá de Valeria habían llegado a un acuerdo. Esta es la conversación que grabó la SIEDO a las tres de la tarde de ese día:
Humberto:
—¿Tienes bolsas de plástico negras donde tiras tu basura?
—No, pero ahorita se las consigo.
—Vas a hacer lo siguiente, vas a juntar, me vas a separar 120 mil pesos y los vas a poner en una bolsa de plástico negro bien amarrada. Esa bolsa la vas a meter en otra bolsa, junto con un montoncito de 60 mil pesos. ¿Me entiendes?
—Ajá. Estoy anotando.
—En una bolsa vas a meter la bolsa echa nudo con 120 mil. Y al lado el cambio de 60 mil pesos con puros billetes de a 500 y de a 1000.
—Sí.
—Hoy mismo regresa su hija con usted si no hace usted una tontería, doña Laura. No me haya marcado los papeles o algo por el estilo.
—No, no, de ninguna manera.
—Debe tener mucha paciencia y tranquilidad. Sobre todo, confianza. Yo estoy intentando confiar en usted, usted haga lo mismo conmigo. Simplemente nos estamos asegurando que no va a haber problema, y de la forma en que se está trabajando es para que su hija tenga la garantía de que va a regresar sana y salva…
El chofer de la familia salió de la casa con el celular encendido y, a partir de las instrucciones telefónicas giradas por el secuestrador, dejó junto a un puesto de tacos de la calzada de Tlalpan la bolsa que contenía el pago. Vio en las proximidades del puesto a una mujer de cabello rojizo y ondulado, pero no se detuvo a mirar si ésta recogía la bolsa.
Una nueva llamada fue registrada a las 17:44 del mismo día:
Humberto:
—¿Señora Laura? Le tengo una noticia. Ya usted ya cumplió, ahora me toca cumplirle a mí.
—Sí, Humberto.
—Ya me cumplió, déjeme cumplir a mí, permítame terminar mi trabajo.
—Sí.
—Ya tiene usted mi confianza al cien. Ahora permítame demostrarle que hasta en esto yo también sé cumplir. Cuídese mucho, cuide mucho a su hija, a su madre. Perdóneme, que se alivie su mamacita y cuídese de los ojetes que tiene usted a su alrededor señora.
—Sí, sí.
—Pinche gente envidiosa. No le voy a decir de dónde, pero puede ser un vecino, puede ser un familiar, puede ser inclusive alguien de su trabajo. Cuide mucho a su hija. Y le pido mil perdones, pero en este caso me tocó estar a mí entre usted y ella.
Valeria fue abandonada cerca de una tienda, seis días después de su secuestro, tras el pago de 180 mil pesos. El banco de voces de la SIEDO reveló que el encargado de efectuar la negociación podría estar relacionado con otros cinco casos, entre ellos el secuestro de dos comerciantes de origen judío, y el plagio y asesinato de un comerciante de la Central de Abasto, el gran mercado distribuidor de la ciudad de México. “Era el mismo tono de voz y utilizaba las mismas palabras”, dijo la agente encargada de cotejar las voces.
En su primera declaración, Valeria aseguró que no había logrado ver la cara de sus captores. A lo largo de varias semanas fue invitada a practicar recorridos que ocupaban un radio de 15 minutos a partir del punto en que fue secuestrada. Los agentes esperaban que observara o recordara algo que les permitiera ubicar el sitio en donde estuvo secuestrada. Una tarde avistaron un Volvo gris (y no, “al parecer blanco”), que circulaba por Viaducto Tlalpan rumbo a la carretera federal México-Cuernavaca. A ella “se le figuró” que el conductor “era uno de los que participaron en mi secuestro, es decir, el jefe de la banda”. Los agentes iniciaron el seguimiento. El conductor resultó ser un hombre metido hasta el cuello en negocios oscuros: Israel Vallarta Cisneros. Vivía en un rancho solitario, conocido como Las Chinitas, en el kilómetro 29 de la carretera federal.
Durante el tiempo en que fue seguido por al AFI, Israel Vallarta visitó a varias personas: se trasladó al centro, a Iztapalapa, a Xochimilco, a Narvarte. Los agentes tomaron fotografías del sospechoso y de la gente con la que se había reunido. El 3 de diciembre de 2005 desplegaron ante Valeria un abanico de fotos en las que desfilaban autos, casas, personas. Aunque había dicho que nunca pudo ver la cara de sus captores, Valeria reconoció ahora a Israel Vallarta como el mismo “que participó en mi secuestro”. Reconoció también a dos hermanos que un mes antes del plagio habían estado en su casa, como invitados a su fiesta de 18 años. “Eran amigos de un muchacho que me gustaba”. Se llamaban Marco Antonio y José Fernando Rueda Cacho.
El 4 de diciembre Valeria volvió al Ministerio Público para ampliar —mejor dicho, cambiar— su primera declaración. La segunda versión de su secuestro se apegaba a la original, salvo por un detalle: a través de un espejo que el Patrón le había permitido tener en su habitación, había logrado ver “la media filiación” del jefe de la banda. Aquel hombre, dijo, era Israel Vallarta: el mismo que aparecía retratado con lentes oscuros y chamarra de piel en las imágenes que los agentes le presentaron.
—Que diga la testigo por qué [en su anterior declaración] se abstuvo de señalar lo del espejo —le preguntó, tiempo después, un abogado.
Valeria contestó:
—Porque tenía miedo de hablar.
El 6 de diciembre, la AFI instaló un sistema de vigilancia fija en los alrededores del rancho Las Chinitas de Israel Vallarta. Según el parte oficial, los agentes habían mostrado el juego de fotografías a otras víctimas de secuestro: algunas reconocieron el rancho como el sitio donde se les mantuvo privados de la libertad. A los fiscales del caso no pareció importarles demasiado que más adelante esas mismas víctimas reconocieran otra casa de la avenida Xochimilco como el sitio en donde los mantuvieron secuestrados.
El joven Andrés Figueroa Torres fue una de las personas que pudo observar aquel juego de fotografías. Un hermano suyo, Abel Figueroa, comerciante de la Central de Abasto, había sido secuestrado en abril de 2005. Aunque la familia pagó el rescate, el cuerpo de Abel apareció sin vida en una calle.
Andrés Figueroa también reconoció en aquellas fotos a los hermanos que Valeria había identificado como amigos del muchacho que le gustaba. Repitió sus nombres: “Son Marco Antonio y José Fernando Rueda Cacho”. Andrés declaró que había conocido a José Fernando Rueda desde los tiempos en que estudiaba la preparatoria. Se trataba de un mal estudiante y lo habían corrido de la escuela por comprar calificaciones. En 2003 lo reencontró: “Me invitaba a peleas de gallos, a cantinas, salíamos con muchas personas, entre éstas un primo suyo llamado Édgar que era muy hablador, muy echador, y que hablaba de José Fernando como si fuera su ídolo, diciendo que su primo era muy chingón hasta para el secuestro… En ocasiones iba con nosotros su hermano Marco Antonio, y tanto uno como el otro andaban armados, llevaban armas en la cajuela de sus coches... Gastaban mucho dinero, en una noche podían tirar 10 o 15 mil pesos”.
Andrés Figueroa terminó por alejarse de los Rueda. En esos días ocurrió el secuestro de su hermano Abel.
Recuerda Andrés: “Por instrucciones de los asesores de la AFI no comenté nada con nadie, ni salí de mi domicilio. A los tres días, aunque nadie sabía aún lo sucedido, José Fernando me llamó por teléfono y me dijo que qué mala onda lo que nos había pasado. Yo fingí ignorar y él habló como condolido. Le pregunté quién le había dicho lo de mi hermano y contestó que lo había escuchado como rumor en la Central de Abasto. Pero en la Central nadie supo nada hasta como el mes”.
Una tarde, José Fernando Rueda le dijo a Andrés Figueroa que conocía a un directivo de la AFI y le ofreció presentárselo “para que interviniera”. Andrés respondió que estaban resolviendo el asunto “a nivel familiar”. Desde entonces, José Fernando le telefoneó dos o tres veces por semana para preguntarle cómo iba la situación “y si ya habíamos avisado a la policía”. Cuando el cadáver de Abel Figueroa apareció, José Fernando Rueda dejó de llamar. Un mes y medio más tarde invitó a Andrés a irse de parranda.
Recuerda Andrés:
“Andábamos tomando y buscando una banda de música. En eso, ya medio ebrios, a mí me ganó el sentimiento por la muerte de mi hermano, y él, a manera de consuelo, me dijo que no me preocupara, que mientras anduviera con él no me iba a pasar nada, que el metería las manos por mí, pero que en lo de mi hermano no podía ayudarme porque se metía en problemas”.
A fines de noviembre de 2005, acompañado por agentes de la AFI, a los que hizo pasar como “amigos”, Andrés Figueroa asistió a una fiesta celebrada en una casa en donde José Fernando Rueda tenía un criadero de gallos. En el lugar había varios automóviles. Entre ellos, un Volvo blanco. Andrés supo que los hermanos Rueda Cacho habían recogido ese coche de una “gente que no les pagaba el dinero que ellos prestaban con interés”. Los agentes de la AFI tomaron nota de los autos que entraban y salían.
Andrés informó a la AFI que José Fernando Rueda también podría estar relacionado en el secuestro de otro comerciante de la Central de Abasto que había quedado “ciego porque le echaron pegamento de la marca Kola Loca en los ojos”. Explicó: “José Fernando era socio en las peleas de gallos del hijo de este señor”.
El 9 de diciembre de 2005 se transmitió por televisión la captura de una pareja de secuestradores que, según se dijo, encabezaban una banda conocida como Los Zodiaco. En la pantalla aparecieron Israel Vallarta, y una mujer francesa, Florence Cassez. Andrés Figueroa le informó a la AFI que luego de aquella transmisión se había encontrado a los hermanos Rueda Cacho en un restaurante y éstos le habían dicho que iban a tomarse unas vacaciones en Estados Unidos. Nadie los volvió a ver. La AFI no hizo nada para rastrearlos. Según la periodista Anne Vigna, la orden de presentación en contra de José Fernando Rueda Cacho fue cancelada. Los hermanos Rueda no fueron llamados a comparecer en el caso de la banda del Zodiaco, aunque más adelante su nombre apareció de nuevo en la órbita de relaciones de otra víctima de la banda: Cristina Ríos Valladares.
Lo referido hasta aquí es el preámbulo de un proceso judicial que a lo largo de 13 tomos y millares de fojas acumuló tal cantidad de contradicciones, de mentiras, de irregularidades, que apenas permite saber lo que en verdad ocurrió, a veces ni siquiera en lo esencial: si todos los secuestrados fueron verdaderamente secuestrados y si todos los detenidos estuvieron involucrados en los delitos que se les imputan.
El ex director de la AFI, Genaro García Luna, me entregó una copia del proceso con la certeza de que iba a encontrar allí las pruebas que hundían a la francesa Florence Cassez. El abogado de ella, Agustín Acosta, me abrió por completo el expediente, seguro de que hallaría en sus páginas las pruebas que demostraban su inocencia. Terminé la lectura del expediente con las manos vacías, completamente extraviado en un laberinto del que sólo emergían unas cuantas verdades. Lo que sigue es el retrato de ese laberinto, y del sistema judicial al que estamos condenados.
Israel Vallarta
El parte informativo de la AFI (DGIP/12498/05) sostiene que el 9 de diciembre de 2005, a las 5:30 de la mañana, uno de los agentes que vigilaba el rancho Las Chinitas informó por radio que Israel Vallarta salía de ahí en compañía de una mujer. Un grupo de agentes de investigación, que esperaba dicho aviso a la altura de Topilejo, avanzó hacia el rancho. Según la declaración de una mujer policía, se había decidido detener a Vallarta luego de que la propietaria de una farmacia cercana denunciara la noche anterior que alguien había acudido a comprar lo necesario para amputar un miembro.
Cuando la camioneta que manejaba Vallarta se aproximó, los agentes le marcaron el alto. El parte dice que el conductor se agachó, “como queriendo tomar un objeto… un arma larga”. Los agentes hicieron uso “de la fuerza legítima, con la finalidad de asegurarlo”. Luego, “hicieron de su conocimiento que existía una orden de presentación en su contra por el delito de secuestro”, y le “manifestaron” a la mujer que viajaba a su lado que tenía que acompañarlos a la SIEDO, “en virtud de que en el vehículo se encontró un arma larga de fuego, lo que en México constituye un delito federal”. La mujer que viajaba al lado de Vallarta era la francesa Florence Cassez.
Un taxista que circulaba detrás de la camioneta no vio los detalles que asienta el parte. Vio sólo que a Vallarta lo bajaban a golpes y le cubrían la cara con su propia chamarra: “Pensé que era un secuestro”, afirmó. Florence Cassez declaró más tarde que alguien le dijo que se quedara tranquila: “Sabemos que no tienes nada que ver”. Los agentes que durante varios días habían participado en la vigilancia del rancho declararon que nunca antes habían visto a la francesa.
El parte policial explica que un kilómetro más adelante, Israel Vallarta les informó que debía regresar al rancho Las Chinitas, pues si no lo hacía en un tiempo determinado “iban a matar a tres personas que tenía privadas de su libertad”. Los agentes pidieron apoyo a la guardia de Operaciones Especiales. El apoyo, según el parte, llegó a las 7:15. Vallarta abrió la puerta del rancho con sus propias llaves y mostró una pequeña construcción que se hallaba en el costado derecho. En ese sitio, continúa el parte, los agentes encontraron a dos adultos y un menor, que llevaban varios meses secuestrados. Eran Ezequiel Elizalde, Cristina Ríos Valladares y el hijo de ésta, de nombre Christian.
Aunque el parte era un dechado de corrección jurídica, poseía un problema: sus datos no cuadraban con lo que millones de personas habían visto esa mañana por televisión.
Según el documento, la guardia de Operaciones Especiales había llegado al rancho Las Chinitas a las 7:15. Más o menos a esa hora se preparó el asalto; más o menos a esa hora, Vallarta abrió el portón con sus propias llaves. Sin embargo, la televisión estaba transmitiendo el rescate desde las 6:46. Hacía media hora que Carlos Loret de Mola, conductor de Primero Noticias del Canal 2 de la empresa Televisa había informado que el reportero Pablo Reinah tenía algo “de último minuto”. Un súper informaba en la pantalla: “AFI rescata a tres secuestrados”.
Con voz trémula, informaba el reportero Reinah:
—Un duro golpe contra la industria del secuestro se está dando en estos momentos, y es que la Agencia Federal de Investigación trabajó durante semanas, y esta madrugada lo que está haciendo es liberar a tres personas secuestradas… Ellos están, como tú ves, ingresando a lo que es un rancho. Nosotros estamos también aquí, conociendo los datos prácticamente en vivo.
A las 6:47 la pantalla mostró la entrada al rancho Las Chinitas de un grupo de agentes de la AFI, cubiertos con pasamontañas. Los agentes abrieron las puertas sin ninguna dificultad. Un alto mando de la Agencia, el director de Investigación Policial, Luis Cárdenas Palomino, los esperaba ya en el interior de una pequeña construcción: les abrió la puerta y se arrimó a la pared para franquear el paso del grupo de rescate y ocultar su rostro a las cámaras que los seguían. A las 6:48 la pantalla mostró a Israel Vallarta en el supuesto momento de ser sometido. La cámara hizo tomas de armas, fotografías, pasamontañas y varias credenciales de elector. Más tarde enfocó un recibo de Telmex a nombre de Florence Cassez.
Decía Pablo Reinah:
—Estamos transmitiendo para ustedes en vivo y, Carlos, la verdad es que estamos viendo cómo están entrando en estos instantes los agentes… Esta mujer que vemos aquí tapada es una mujer de origen francés, era también la esposa del secuestrador y quien ayudó a planear el secuestro.
6:49. Pablo Reinah interroga a Florence Cassez, quien grita varias veces: “Yo no sabía nada, no lo sabía, no lo sabía, no lo sabía… No soy su esposa, me estaba dando chance de quedarme aquí”. Reinah acerca luego el micrófono a Israel Vallarta, quien aparece golpeado y jadeante. En la pantalla se aprecia que el mismo personaje que franqueó el paso de las cámaras, Cárdenas Palomino, sostiene el cuello del secuestrador con fuerza.
Reinah: A ver, platíquenos, cómo es que urdió usted este secuestro…
Vallarta: Yo no urdí nada, señor. A mí me ofrecieron dinero para prestar mi casa.
Reinah: ¿Quién?
Vallarta: Un tipo que se llama Salustio.
Reinah: Nombre completo…
Vallarta: Aquí hay tres, yo no sabía que eran tres, por qué están tres… (Los dedos de Cárdenas Palomino le aprietan el cuello y él hace un gesto de dolor).
Reinah: ¿Usted participó en el secuestro?
Vallarta: Sí, a mí me estaban pagando por eso.
Reinah: ¿Cuánto le pagaron?
Vallarta: Lo que me fueran a dar, no sé.
Reinah: ¿Quiénes son las personas que tienes aquí?
Vallarta: No conozco… ¡Arggh!
Cárdenas Palomino: ¿Le duele algo?
Vallarta: Sí, señor. Usted me pegó. Perdón. ¡Argghh!
Reinah: ¿Qué le duele?
Vallarta: Nada.
Reinah: ¿Quién le pegó?
Vallarta: Nadie, señor.
Para la hora en que, según el parte, los agentes recibieron el apoyo de la guardia, Reinah había logrado entrevistar ampliamente a los secuestrados.
Comenzaban las lagunas, los desfases, los puntos oscuros.
Mientras una de las secuestradas, Cristina Ríos, declaraba a Televisa que nunca vio la cara de sus plagiarios y que no sería capaz de identificarlos “ni por su tono de voz”, el director de Operaciones Especiales de la AFI, Javier Garza, declaraba ante TV Azteca que, “según las víctimas, [Florence Cassez] es la que les atendía, les daba la comida, los cuidaba”.
Mientras Cristina Ríos afirmaba que los secuestradores los habían tratado bien y nunca los habían maltratado (“estuvieron al pendiente de mis medicamentos… nos daban de comer lo que pedíamos”), el otro secuestrado, Ezequiel Elizalde, decía que lo habían alimentado con “las sobras del perro”, que lo golpeaban continuamente (traía una venda en la cabeza) y que incluso la noche anterior le habían anestesiado el dedo para cortárselo.
Elizalde interrumpió la entrevista cuatro veces para agradecer la oportuna intervención de la AFI y se impuso a las emociones de su rescate para hacer esta reflexión: “Quisiera decirle a mucha gente, a lo mejor piensa que no trabaja la policía, pero de verdad que si no estuvieran aquí ellos, no sé qué hubiera pasado”.
Entre los televidentes que aquella mañana presenciaron la labor reporteril de Pablo Reinah se hallaba la reportera Yuli García, colaboradora del programa Punto de partida, que conduce en Televisa Denisse Maerker. García pescó al vuelo que en aquel operativo de rescate había algo “extraño, contradictorio, por no decir mecánico, robotizado”.
—Todo parecía medido —recuerda.
A través del abogado de Cassez, Yuli García obtuvo una copia del parte oficial de la detención. Comprobó que los horarios no cuadraban y entonces acudió al archivo de Televisa para solicitar el video que contenía, en bruto, la transmisión realizada por Reinah. Recibió unos cassettes en los que había quedado “todo lo que grabó el camarógrafo; es decir, no todo lo que necesariamente salió al aire esa mañana”.
¿Qué fue lo que había en esos cassettes? Relata Yuli García:
—Los AFIs estaban formados en la puerta del rancho, esperando la indicación para entrar. Una voz de la producción, que venía desde la cabina, le decía a Pablo Reinah: “Todavía no, Pablo. Vamos a ir primero con una nota de deportes y luego vamos contigo”. Pablo les dijo a los policías: “No se muevan. Vamos a meter una nota de deportes y luego seguimos nosotros”. Se oyó la voz de un mando que les dijo: “Regresen, hagan la fila, yo les digo cuándo avancen”.
Agrega Yuli García:
—No estaban ahí las voces caóticas, cargadas de adrenalina, que uno escucha en los operativos. Me resultó evidente que el rescate era actuado: en un operativo real, la policía no espera a que Loret termine de pasar una nota de deportes, entra y ya.
Según García, esto no podía venir sino de un acuerdo previo entre la AFI y la televisora: no mentía Pablo Reinah cuando dijo que el rescate era transmitido prácticamente en vivo.
Una vez que la periodista recabó las pruebas que demostraban el montaje, el entonces director de la AFI, Genaro García Luna, se vio obligado a aceptar al aire, durante una entrevista con la conductora Denisse Maerker, que, en efecto, el operativo había sido montado al gusto de la televisión: “Se ingresa al domicilio, se libera a las víctimas; llegan los medios, posterior al hecho, y sus colegas de los medios nos piden mostrarles cómo fue la intervención al domicilio. Lo que está en el video es a petición de los periodistas”.
Aunque la versión de García Luna no explicaba el engaño a los televidentes, parecía explicar el desfase entre la hora de la transmisión y los datos asentados en el parte policial. Entonces ocurrió algo imprevisto: antes de que la entrevista concluyera, Maerker recibió una llamada desde el centro de arraigo de la PGR. Era la detenida Florence Cassez, rechazando los cargos que le imputaban y diciendo que el funcionario mentía: ella no había sido detenida el 9 de diciembre, sino un día antes: la habían mantenido encerrada en una camioneta durante 20 horas, en tanto se preparaba el montaje.
Denisse Maerker comentó después que la atmósfera del estudio se tensó. García Luna dio entonces un argumento que ya no abandonaría jamás: “Si prestáramos oído a los criminales, todos se dirían inocentes”.
Una mañana de febrero, mientras camino a su lado por las instalaciones de la Policía Federal, Genaro García Luna expone sus argumentos nuevamente. Sobre el montaje, dice:
—Nosotros no engañamos a los reporteros. Ellos pidieron imágenes de cómo había sido la intervención al rancho. La prueba de que ellos sabían que se trataba de una recreación, es que antes de la entrada de nuestros elementos apareció en la pantalla un súper que decía: “AFI rescata a tres secuestrados”. Eso quiere decir que el reportero había mandado ya todos los datos a la cabina. La televisora sabía que el rescate ya había ocurrido.
Sobre Cassez, afirma:
—Todos los testigos, incluido el niño, la reconocieron. El teléfono del rancho en el que rescatamos a las víctimas estaba a su nombre. En la camioneta en que la detuvieron había un arma. Ahí están las pruebas. No puede decir que era ajena a todo eso, no puede decir que no estaba al tanto de nada.
En cuanto terminó la entrevista con Denise Maerker, la AFI intentó reacomodar las cosas. Cuando los agentes que habían tomado parte en la investigación fueron llamados a ratificar su informe, aseguraron que éste contenía “la verdad de los hechos”. Hicieron, sin embargo, un pequeño cambio: “La hora en que se implementó el operativo no fue a las cinco de la mañana sino a las cuatro”. Según dijeron, no se habían percatado de la hora “por el cansancio”, y porque el agente Germán Zavaleta “era el único que llevaba reloj”.
El ajuste de una hora hacía que los dichos de García Luna cuadraran, simultáneamente, con lo asentado en el parte y con lo que la gente vio en la televisión. Sin embargo, al ampliar su declaración, los agentes sostuvieron que, desde que entraron al rancho hasta que salieron de él en compañía de las víctimas, ninguna televisora había hecho acto de presencia. Dos de los agentes afirmaron: “No ingresamos nunca con las cámaras de televisión, tampoco estaban ahí las armas”. “Durante el contacto con las víctimas no hubo ninguna filmación ni cámara de nadie”.
El agente Carlos Servín sostuvo:
—Tampoco sucedió el rescate como se observa en las tomas de televisión. La víctima no tenía ninguna venda. Las armas no estaban en el cuarto y las credenciales de elector ahí no estaban, al igual que el pasamontañas y los documentos.
Servín declaró también que ningún alto mando de la AFI había estado presente en el operativo:
—No vi a ninguno, desde que ingresamos al rancho hasta nuestra salida…
El resto de los agentes confirmó ese dicho. Ninguno había visto al director de Operaciones Especiales, Javier Garza, que en el lugar de los hechos concedió entrevistas a la televisión. Ninguno había visto al director de Investigación Policial, Luis Cárdenas Palomino, que durante la transmisión abrió la puerta del cuarto a los agentes y franqueó el paso de las cámaras.
Los Zodiaco
Israel Vallarta salió por última vez del rancho Las Chinitas luego de la transmisión televisiva, hacia las 7:30 de la mañana de aquel 9 de diciembre. En una declaración rendida ante la SIEDO, contó su historia. Dijo que se dedicaba a comprar y reparar autos chocados y usados. En 2002, en una refaccionaria de Santa Cruz Meyehualco a la que solía asistir en busca de piezas, conoció a un hombre llamado Salustio. A un año del inicio de aquella relación, Salustio quiso comprar una camioneta Explorer que Vallarta había reparado. Le pidió que se la dejara unos días, para probarla. Usó el vehículo para secuestrar a un argentino.
“Me pagó por la camioneta 110 mil pesos —contó Vallarta— y me invitó a conseguirle camionetas robadas o a nombre de otras personas, ya que las iba a ocupar para levantar gente”.
Vallarta adquirió con un conocido dos vehículos robados. Luego Salustio, alias Sagitario, lo invitó a participar en un secuestro. Su función sería comprar la despensa de alimentos para las víctimas y entregarla en una calle determinada. Lo hizo. Le pagaron 50 mil pesos. Siguiente paso: Salustio le dijo que podría ganar más dinero si le ayudaba a “cuidar” gente secuestrada. Vallarta aceptó la proposición. Le cubrieron el rostro con una gorra y lo llevaron a una casa en la que mantenían secuestrado a otro argentino. Ahí conoció a Eustaquio, alias Capricornio, “otro de los trabajadores de Salustio”. Por esa labor le pagaron 40 mil pesos.
Vallarta no volvió a saber del jefe de la banda durante un tiempo, “porque éste contaba con muchos trabajadores y por su seguridad los rolaba para que no nos conociéramos unos con otros”. Pero llegó el momento del tercer secuestro, en el que conoció a Pedro, alias Tauro; del cuarto, en el que conoció a Gilberto, alias Géminis, y del quinto, en el que apareció un sujeto al que llamaban Cáncer. Esa constelación formaba la famosa banda del Zodiaco.
La declaración de Vallarta no proporciona grandes detalles sobre esos cinco plagios, pero se vuelve prolija al abordar el caso de Valeria. Vallarta afirma que un día Salustio le pidió prestado su Volvo y que luego le confesó que había sido empleado para secuestrar a la joven. Afirma que le encargaron “platicar con la víctima para tranquilizarla”, que desayunó cereal con ella, que Valeria le pidió un espejo —que él mismo le llevó—, y que le dijo a la muchacha que no iba a permitir que nadie la tocara. El Volvo aparecería después en una propiedad de los misteriosos e impunes hermanos Rueda Cacho
Vallarta relató también los secuestros de Cristina Ríos Valladares, su hijo Christian, y de Ezequiel Elizalde. A este respecto dijo que lo habían citado en una casa de seguridad de Tláhuac con la misión de tranquilizar a las víctimas. Pero Salustio le advirtió que no hablara mucho con Ezequiel, “ya que estaba castigado”. La razón, según Vallarta: Ezequiel era hijo de una persona “con la que años atrás Salustio se había aventado un jale, es decir, un secuestro, pero que ese cabrón lo había bailado, y lo único que quería era recuperar su dinero”. Vallarta agrega en su declaración: “Salustio me refirió que el papá del secuestrado era muy bueno para colgarse de los teléfonos y grabar llamadas. Que en alguna ocasión la policía lo había detenido, pero por haber soltado un billete lo dejaron libre”.
En noviembre de 2005, Eustaquio, alias Capricornio, comenzó a decir que había llegado la hora de mutilar a las víctimas como forma de presionar a los familiares. “Propuso cortarle un pedazo de orejita a Christian”. Según la declaración, Vallarta se opuso: “Comencé a entrometerme y a defender al niño y a su mamá, por lo que salí de problemas con Salustio. Éste me dijo que si quería mucho a esas víctimas me las llevara a mi casa”.
Dos semanas antes del operativo de rescate, los tres secuestrados fueron llevados al rancho Las Chinitas, donde Vallarta les acondicionó una habitación. “Me tenía que rolar con mis demás cómplices para cuidarlas y alimentarlas… yo les proveía los alimentos para que los otros los prepararan y les dieran de comer”.
En el rancho Las Chinitas vivía, desde hacía tres meses, Florence Cassez. Habían sido novios durante un año. Llegada a México, en 2002, ella había pasado por varios empleos, de los que acostumbraba huir rápidamente. Trabajó en la empresa de cosméticos de su hermano Sebastien, pero renunció por problemas con su cuñada. Trabajó como decoradora en un despacho de arquitectos, pero abandonó el trabajo por problemas con el jefe. Tomó cursos de modelaje en la escuela de Pedro Loredo, pero dejó de asistir porque no tuvo dinero para cubrir la colegiatura. En julio de 2005, debido al carácter posesivo y violento de Vallarta, la relación entre ambos terminó.
Cassez voló a su país natal y se quedó ahí todo un verano, del 22 de julio al 9 de septiembre. Sostiene que, antes de partir, Vallarta le pidió que le traspasara su línea telefónica. Ella no pensaba volver, y aceptó. Le dejó también los muebles que había en su departamento.
“No tuve suerte allá y las cosas no iban bien en casa de mis padres”, recuerda ella en la sala de visitas del Centro de Readaptación Social Femenil de Tepepan. Decidió regresar a México, prácticamente con lo puesto. Aunque “quedaba claro que ya no sería como pareja”, Vallarta le permitió quedarse en el rancho Las Chinitas. Ella comenzó a buscar empleo y un lugar donde alojarse.
Vallarta declaró que Cassez “se la pasaba trabajando todo el día en el hotel Fiesta Americana de Polanco, motivo por el cual ella no estaba enterada de las personas que tenía secuestradas dentro de mi casa”. El Séptimo Tribunal Colegiado en Materia Penal consideró, sin embargo, que era imposible que Cassez no estuviera al tanto de esos hechos. El magistrado ponente Carlos Luna Ramos concluyó: “Las personas dedicadas a delinquir en ilícitos que requieren la colaboración de otras personas, como es la privación ilegal de la libertad, son herméticas y no permiten el acceso al lugar en que están privadas las víctimas, de terceras personas que desconocen los sucesos, porque claro está que podrían delatar el delito”.
La aparición de dos nuevos testigos abrió, sin embargo, la posibilidad de que los secuestrados no hubieran estado nunca en el rancho.
Alma Delia Morales
La mañana del 8 de diciembre de 2005, la señora Alma Delia Morales abordó en la Central de Abastos el taxi de Fernando Díaz González y se encaminó al modesto restaurante del que era propietaria, en el kilómetro 28 de la carretera México-Cuernavaca. Todos los jueves, desde hacía dos años, el taxista recogía a Alma Delia en la Central de Abastos, le ayudaba a descargar sus compras y se quedaba a desayunar en una de las mesas del local.
Aquel día el taxi arribó al negocio hacia las 9:30. Florence Cassez estaba sentada junto a un arco, tomando café. El día anterior había logrado rentar, por fin, su propio departamento: seis mil pesos de renta. Había pasado su primera noche en ese sitio, y ahora esperaba a que Israel Vallarta fuera a recogerla con los pocos muebles que aún tenía en el rancho. Alma Delia Morales la saludó de beso. Se conocían bien: la pareja iba con frecuencia a comer al restaurante.
Los testimonios de Alma Delia y el taxista coinciden: un hombre de abrigo negro se acercó a Cassez y le murmuró algo en voz baja. Cassez declaró después que aquel hombre le preguntó “si estaba esperando a Israel”: “Me quedé muy sorprendida, y no le contesté. Él me dijo: ‘Yo también tengo una cita con él en este lugar’, y de inmediato se salió de la taquería”.
A los 15 minutos Vallarta pasó por Florence Cassez en una Voyager que, según ella, sólo iba cargada con ropa y muebles: “No había ningún arma”, declaró.
Faltaban 20 horas para que Reinah transmitiera prácticamente en vivo el operativo de rescate. Cuando la francesa se despidió de Alma Delia, el taxista Fernando Díaz abordó su taxi. Lo separaban de la Voyager sólo unos metros. No vio, según reza el parte, que los agentes que detuvieron el vehículo de Vallarta “hicieran de su conocimiento” o “manifestaran” cosa alguna a los detenidos. El taxista sólo vio que a Vallarta lo bajaban por la fuerza y le tapaban la cara con su propia chamarra. Vio también que bajaban a Cassez y la subían a otro auto. Pensó que los estaban secuestrando. Le llamó por teléfono a Alma Delia, para contarle.
Eran las 10 de la mañana del 8 de diciembre.
Cuando la defensa de Vallarta los llamó a declarar, “y se les hicieron saber las penas en que incurren los falsos declarantes”, Alma Delia Morales y el taxista Fernando Díaz repitieron que todo aquello había ocurrido un día antes de la transmisión televisiva. El marido de Alma Delia, Ángel Olmos, agregó algo más: conocía a Israel Vallarta desde hacía cuatro años. Vallarta le había prestado el rancho varias veces para hacer fiestas familiares, incluso le había dado la llave, y el permiso de guardar ahí sus animales.
Según su testimonio, el 5 de diciembre de 2005 Olmos abrió la puerta del rancho a las nueve de la mañana y se retiró a las dos de la tarde. Cortó el pasto y ayudó a Vallarta, según dijo, a quitar los escombros que había en una perrera.
—¿Con qué frecuencia entraba al rancho? —le preguntó el defensor.
—Dos veces por semana, ya que yo tenía llave y como lo dije, ahí guardaba unos animales.
—¿El 5 de diciembre ingresó al cuarto que se localiza del lado derecho una vez entrando al rancho?
—Sí —respondió Olmos—. Es un cuarto que ocupaban como bodega para guardar las cervezas o el vino cuando se hacía una fiesta.
No podían haber estado ahí los secuestrados. Al ser careado con el agente de la AFI Germán Zavaleta, Olmos le espetó:
“Es mentira lo que dices, porque yo fui a ese lugar a cortar el pasto, además de que tenía llave y cuando yo quería llegaba, y en el cuarto que dices no había divisiones, nunca vi a persona alguna privada de su libertad”.
Su esposa, Alma Delia Morales, apoyó el testimonio:
“Mi esposo hacía el mantenimiento de ese rancho. Ese día fui a buscarlo y él se encontraba en el baño. El cuarto no tenía nada, sólo cosas que no sirven y unas tablas… Ese cuarto se ocupaba como bodega para guardar el vino y la cerveza que se utilizaba en las fiestas”.
Los testimonios de Alma Delia Morales y Ángel Olmos fueron desechados. El magistrado no hizo comentario alguno sobre sus declaraciones. Los nombres del taxista, de la dueña del restaurante, y de su marido, desaparecen de pronto del expediente y del proceso, no vuelven a ser mencionados nunca más.
Florence
En cierta ocasión, Vallarta había golpeado a un amigo de Florence Cassez. En otra ocasión, en un arranque de celos, había allanado su departamento para destrozar cartas, muebles, fotografías. Una tarde la dejó encerrada en el rancho con candado. Ella misma asentó en su declaración que, a causa del temperamento explosivo de Vallarta, sus amistades habían terminado por alejarse. “Pero cuando supe que tenía que volver a México, supe también que Israel era el único al que le podía pedir ayuda”, afirma.
En septiembre, estaba de vuelta en el rancho Las Chinitas. Vallarta salía temprano en el Volvo gris y se mantenía afuera la mayor parte del día. En su declaración hay una laguna de dos meses. No habla de su vida durante aquel tiempo. Sólo apunta que notó que Israel había cambiado mucho, y que la dejaba sola en el rancho.
El 7 de noviembre de 2005, Cassez obtuvo empleo como hostess en un hotel de Polanco. Su jornada comenzaba a las tres de la tarde y terminaba a las 11 de la noche. El gerente de recursos humanos del hotel informó en un reporte que la francesa sólo faltó a sus labores una vez: el 8 de diciembre; es decir, el día de su detención, uno antes de que la televisión la lanzara al estrellato. El abogado de Cassez, Agustín Acosta, sostiene: “A mí me resulta muy extraño que la peligrosa líder de Los Zodiaco rentara para vivir un departamento de seis mil pesos y tuviera que trabajar ocho horas diarias en un hotel, a cambio de un modesto salario”.
Cassez llegaba al rancho pasada la medianoche. Vallarta le había pedido que enviara un mensaje de texto “pa-ra que ya no tuviera que bajarme del carro para abrir el portón”. En algunas ocasiones la tomaba de la mano y la dirigía a la cabaña. “Me resultó extraño porque él no acostumbraba tener esas actitudes”.
En los fines de semana del 12 y 20 de noviembre, Vallarta viajó a Guadalajara para visitar a los hijos de su primer matrimonio. Realizó esos viajes en autobús. Durante su ausencia, dos de sus hermanos, Mario y René, acudieron al rancho con el supuesto propósito de reparar unos carros. Pasaron ahí dos sábados y dos domingos completos.
La primera declaración de Cassez revela que la pequeña construcción ubicada al lado derecho del rancho no estaba tan abandonada como dijeron Alma Delia Morales y Ángel Olmos: “Israel me habló por teléfono y me dijo que Dhither (Camarillo Palafox), un amigo suyo, se había peleado con su hermana, por lo que se quedaría, hasta que resolviera su problema, en el cuarto que está a la entrada del rancho”.
Prosigue su relato:
“Esa semana noté a Israel muy exaltado… otra circunstancia que llamó mi atención es que un día llegó con 50 huevos, los cuales coloqué en una base, y al regresar por la noche del trabajo me percaté que faltaba la tercera parte de los mismos. Le pregunté a Israel que a quién había invitado a comer, no me contestó y se molestó mucho”.
Un día, al salir de compras, Vallarta le dijo a Florence que Dhither le había pedido cereal, y compró varias cajas. Otro día le dijo que Dhither le había encargado dos litros de leche. Otra vez, al llegar al rancho, notó que había comida preparada: sopa de pasta y flautas doradas. Vallarta “estaba nuevamente muy estresado, peleamos por dicha situación, y él se fue a dormir”.
En aquella declaración, Cassez sostiene que al ser detenida los agentes le habían pedido que se quedara tranquila: “me dijeron que Israel se dedicaba al secuestro y que sabían que yo no tenía nada que ver”. Relata, sin embargo, que posteriormente la llevaron a Las Chinitas: “Vi a un muchacho que tenía una venda en la frente y le reclamaba a Israel que lo había tratado muy mal. Yo no lo conocía con anterioridad… Una persona de traje oscuro me dijo que iba a llegar la televisión y cuando ellos lo manifestaran yo tenía que levantar la cabeza y decir que yo sabía de todo este asunto”. Dijo que intentaron convencerla golpeándole la cabeza y jalándole de los cabellos. No hizo caso: comenzó a gritar que si hubiera sabido que en el rancho se cometía algún delito, lo hubiera denunciado.
Cristina y Christian
Cristina Ríos Valladares y su hijo Christian, la mujer y el niño de 12 años que la AFI liberó aquella mañana de diciembre, habían sido secuestrados el 19 de octubre de 2005. Los secuestradores pedían 15 millones por ellos. La primera parte de su cautiverio la pasaron en un cuarto con ventanas atornilladas. Un día les dijeron que los iban a llevar a otro sitio, pues su vida peligraba. Hicieron el traslado en la cajuela de un auto. En el nuevo domicilio, dijeron, se les ordenó tener encendida durante todo el día, y sin bajar el volumen, la televisión. Un peritaje judicial demostró después que no había instalación eléctrica en el pequeño cuarto de Las Chinitas.
El niño Christian relató que las semanas que duró su secuestro había logrado identificar las voces de siete hombres: al jefe le decían Hilario y también Patrón. A los otros los fue identificando como Ramiro, Ángel, Margarito, Miguel y Gabriel. Unos eran crueles y agresivos. Otros, tranquilos, e incluso amables. Uno de ellos le decía: “Mi rey”.
La séptima voz era muy parecida a la de uno de sus primos. “Tenía expresiones como las de mi primo Édgar”, dijo, y relató una anécdota: un día su madre pidió unas aspirinas, y uno de los secuestradores le dijo a otro: “trae unas aspirinas para tu tía”.
Al percatarse de que lo habían escuchado, el secuestrador dijo: “Chin”.
El primo al que el niño hacía referencia se llamaba Édgar Rueda Parra. No solamente era primo de Christian: la periodista Anne Vigna comprobó que era primo también de los hermanos Marco Antonio y José Fernando Rueda Cacho, aquellos que tras la detención de Vallarta “salieron de vacaciones” sin que la AFI los buscara.
Christian relató que antes de su secuestro su primo Édgar lo interrogaba sobre las horas en las que entraba y salía de la escuela. Édgar era el mismo individuo, “muy hablador, muy echador, que hablaba de José Fernando como si fuera su ídolo, diciendo que su primo era muy chingón hasta para el secuestro”, del que Andrés Figueroa hizo referencia en su declaración.
El expediente revela que un hermano de Édgar Rueda trabajaba en la empresa del padre de Christian. Se llamaba José Luis Rueda Parra y un día antes del plagio “avisó” a su tío (¿para curarse en salud?) que había visto gente sospechosa en los alrededores.
Las autoridades no siguieron estas pistas. Édgar Rueda Parra gozó de la misma suerte que los Rueda Cacho: no se le buscó jamás.
En su primera declaración el niño Christian sostiene que Hilario llegó una tarde a la casa de seguridad, hizo que sacaran a su madre del cuarto, y se quedó sólo con él.
“Hilario me saca sangre de la vena de mi brazo izquierdo, me dijo que era para hacerme unos análisis… me pone un algodón en el oído izquierdo, después me pone un líquido y una toallita, me dijo: ‘Es porque tu papá quiere que le mandemos algo tuyo’. Yo me puse muy nervioso, porque pensé que me iban a hacer daño”.
La declaración es importante porque el 14 de febrero de 2006, a sólo unos días de que Florence Cassez llamara por teléfono al programa de Denisse Maerker para afirmar que Genaro García Luna había mentido, Christian dio un giro repentino a su historia. Decidió acudir “voluntariamente” a ampliar su testimonio y dijo lo siguiente:
“He recordado que el día que me sacaron sangre, la mano que sentí era muy delicada, suave y de piel blanca… Una mujer pronunció unas palabras que eran las siguientes: ‘Aprieta el brazo’, y en ese momento escuché que esa persona pronunció como extranjera, con un acento raro, y no con el tono de una mexicana”.
El día de su liberación, el niño había reconocido la voz de Israel Vallarta “como la de la misma persona a la que me refiero en mi declaración como Hilario”. Sin embargo, cuando los agentes presentaron a Cassez, y ésta dijo en voz alta su nombre, su edad y sus actividades laborales, Christian señaló: “No la reconozco físicamente, ni por su voz”.
Con Cristina Ríos Valladares sucedió lo mismo.
En su primera declaración se lee que el día de su rescate, “estando a bordo de la patrulla de la AFI, me percaté de que tenían a dos personas viendo hacia una pared, un hombre y una mujer rubia… pero ignoro qué participación hayan tenido en mi secuestro. Después de observarlos con detenimiento, manifiesto que no conozco a estas personas, y es la primera vez que los veo. También los escuché articular palabras y manifiesto que no conozco la voz de ellos, ya que la voz de mis cuidadores era más ronca. También quiero señalar que nunca vi a mis cuidadores, por lo que me sería difícil señalarlos físicamente”.
Meses después, el mismo día en que lo hizo su hijo Christian, la señora Ríos modificó su declaración: “Pasado el tiempo… he recordado aspectos”, dijo. El primero: que la persona que le había sacado sangre al niño “no había sido un doctor, sino una persona del sexo femenino que hablaba con acento raro, ya que no podía pronunciar la palabra ‘aprieta’ ”. El segundo: que desde la primera casa de seguridad había escuchado la voz de “una persona extranjera con acento muy peculiar”: una voz que bromeaba con los secuestradores y que ahora, “sin temor a equivocarme”, reconoció como la voz de Florence Cassez.
Explicó que no lo había contado antes por “las secuelas del secuestro”, y porque temía que los miembros de la banda que aún quedaban libres tomaran venganza en contra de su familia.
En febrero de 2011, en una carta a la opinión pública, la señora Ríos afirmó que aquella voz le seguía taladrando los oídos: “la voz que escuché innumerables ocasiones durante mi cautiverio”. Afirmó también que aquella voz era la misma que prometió matarla “una vez que entró sorpresivamente al cuarto y vio cuando Israel Vallarta me vejaba”.
En diciembre de 2005, sin embargo, en el jardín del rancho Las Chinitas, Cristina Ríos le había preguntado a un agente de la AFI: “¿Quiénes son esas personas?”.
Esa misma tarde, declaró: “Estoy enterada por voz de los agentes de la AFI, que las personas que detuvieron son parte de mis secuestradores”.
Ezequiel Elizalde
El 9 de diciembre de 2005, el perito médico oficial Jorge Arreola emitió un dictamen sobre el estado físico de Israel Vallarta: el detenido presentaba equimosis violácea en los brazos, el pecho, el flanco derecho, la región cervical, los muslos, los glúteos y los labios. Tenía, también, los genitales hinchados.
El informe del perito confirma una declaración de Vallarta que asegura que el día de su detención, lejos de “manifestarle” o “hacer de su conocimiento” ninguna cosa, la policía lo sometió a una brutal golpiza. Relató que aquel 8 de diciembre lo llevaron al sótano de un edificio ubicado frente al Monumento a la Revolución: “Me desnudan totalmente, me quitan las esposas, me vendan las muñecas por atrás de la espalda, al igual que las piernas a la altura de las pantorrillas. ‘¿Sabes anatomía?’, me preguntaron, y me dieron un golpe que me tiró al piso. ‘Eso se llama hígado, hijo de tu puta madre’ ”.
El relato incluye cubetazos de agua, bolsa de plástico en la cabeza, golpes en la planta del pie con un palo de escoba.
Vallarta afirma que, a su lado, la policía golpeaba a otro individuo que se había hecho pasar por secuestrado para sacarle dinero a su padre. “Decía que lo había hecho porque su papá era un ojete y humillaba a su mamá”. De acuerdo con Vallarta, aquel individuo era Ezequiel Elizalde, una de las tres víctimas, supuestamente retenidas en el rancho Las Chinitas, que aparecieron en televisión el día del montaje: el mismo que interrumpió cuatro veces al reportero Reinah para agradecer la intervención de la AFI.
Según Vallarta, en un momento determinado Ezequiel Elizalde dejó de llorar. A él, le dijeron: “¿Ya ves? Ya pagó y ya se lo llevan. Acepta la propuesta que te van a hacer para que tu novia se vaya. Si tú haces lo que se te dice, tu novia se va”.
Sigue Vallarta:
“Yo acepté. Esto fue pasada la medianoche. Me vistieron, me subieron a una camioneta, uno de ellos se comunicó por teléfono y me dijo: ‘Vas a hablar con tu novia’. Le dije a Florence: ‘Tú ya te vas, hice un trato con estas personas, te van a ir a dejar a la embajada, di que perdiste tus documentos y vete a tu país. Perdóname, quise hacerte feliz, no pude’ ”.
La camioneta arrancó. Vallarta oyó claves de radio. Alguien le dijo: “Ya cumplimos, tu novia ya se fue y de ahora en adelante vas a aceptar todo lo que venga, porque si no le rompemos la madre a toda tu familia”. Lo llevaron de vuelta a Las Chinitas. Dice que vio que sacaban varias cosas de su casa: unas las llevaban a la pequeña construcción de la entrada y otras las subían a una camioneta. Vio también que bajaba de un vehículo un hombre golpeado, con la barba crecida. Según él, era Ezequiel Elizalde. Por último, vio a Florence Cassez.
—¿No que la habían dejado ir? —preguntó.
No le contestaron. Un hombre de abrigo negro golpeó a Florence:
—Te hubieras quedado en tu país a hacer tus chingaderas.
Según Vallarta, se oyó a una mujer gritar: “No les peguen”. Y una voz contestó: “No los defienda, son unos hijos de la chingada”.
“En ese momento reconocí que era la voz de la persona que horas antes estaban golpeando en el mismo lugar donde me golpeaban a mí”. Es decir, Ezequiel Elizalde.
El 18 de noviembre de 2005, la esposa de Ezequiel Elizalde, Karen Pavlova Gachuz, se presentó ante el Ministerio Público a denunciar el secuestro de su marido. El plagio había ocurrido el 4 de octubre. Una voz le había dicho por teléfono al padre de Ezequiel, Enrique Elizalde:
—Cámara, Enrique, aquí tengo a tu chavo. Te la voy a dejar en 10 millones.
El padre no quiso dar aviso a la policía. La esposa de Ezequiel contó una historia extraña: su suegra había querido ocultarle el secuestro y le dijo que Ezequiel estaba de viaje en Estados Unidos. Pero Karen Pavlova tenía el pasaporte de Ezequiel. “Dígame la verdad”, le dijo a su suegra. Más tarde descubrió que la madre de Ezequiel le llamaba por teléfono al secuestrador, y no el secuestrador a ésta, como sería lo lógico. La mamá de Ezequiel decía:
—No señor, por favor no vaya a lastimar a mi hijo, lo que vaya a pagar el señor Elizalde que lo pague él, no mi hijo.
Sigue Karen Pavlova:
“Me fui a donde estaba hablando por teléfono mi suegra, y me puse a un ladito de ella… Debido al volumen del teléfono, se escuchaba la voz de un hombre que le dijo que le dijera a mi suegro que prendiera sus celulares y contestara las llamadas. Mi suegra le dijo que ella no tenía dinero, y él le contestó: ‘No doña Raquel, yo a usted no le voy a pedir nada, yo sé la alimaña que es ese hijo de su chingada madre y sé todo lo que le quitó. ¿Usted cree doña Raquel? Me dijo ese cabrón que no tiene dinero’ ”.
A Karen Pavlova le sorprendió que su suegra platicara “muy tranquila, como si conociera al secuestrador”. Le sorprendió que ella respondiera: “¿Eso le dijo el señor Elizalde, que no tiene dinero?”.
Cuando revisó en el identificador de llamadas el número al que había marcado su suegra, Karen Pavlova descubrió que la llamada había sido realizada al número celular de Ezequiel. “Me pareció muy extraño”, dijo.
La madre de Ezequiel desapareció a las dos semanas del secuestro. Más tarde declaró que se había ido a vivir “un rato” a Monclova, porque “se sentía intranquila respecto a lo que estaba sucediendo”. El padre de Ezequiel apagó definitivamente sus celulares y le comunicó a Karen que él también iba a irse. Cuando ella le dijo: “¿Cómo es posible que se vayan, si mi marido no ha aparecido?”, Enrique Elizalde le contestó, simplemente, que pensaba que su hijo Ezequiel ya estaba muerto “porque los secuestradores no habían vuelto a llamar para pedir dinero”. Desesperada, Karen fue a hacer la denuncia ante el Ministerio Público.
Ezequiel Elizalde fue el único de los testigos que el 9 de diciembre reconoció a Florence Cassez: “Me dijo que no intentara hacerme el héroe, que no hiciera pendejadas, que si no íbamos a acabar mal, y como dije, su acento era de extranjera, arrastrando la letra ‘erre’… Vi que su cabello se salía del pasamontañas, su cabello era largo, de color teñido, al parecer güero”.
El día de la transmisión televisiva, Ezequiel había querido mostrar ante las cámaras el piquete que le había dejado una inyección con la que, aseguró, la noche anterior a su rescate le habían adormecido un dedo para cortárselo. Según él, lo había inyectado Florence Cassez. “Le dije que no me dañara, y ella me dijo que ni modo, que eran gajes del oficio… ella me dijo que qué quería que le mandara a mi papá, si un dedo o una oreja. Sentí el brazo totalmente dormido”.
Ese mismo día, Ezequiel mostró el piquete en la SIEDO. El secretario del juzgado le revisó el meñique y apuntó: “Se aprecia un punto de coloración roja, al parecer típico de cuando se aplica una inyección”. El magistrado que condenó a Cassez aseveró que “tal inspección ministerial y certificación del secretario del juzgado permite corroborar la veracidad del dicho del ofendido”.
Medio año más tarde aquel piquete de aguja seguía siendo visible en el dedo de Ezequiel. Un peritaje mostró que aquel punto de coloración correspondía a una petequia —una mancha en la piel—, y no a una cicatriz. El magistrado desdeñó el peritaje.
Está por demás decir que un dictamen médico oficial, realizado aquel 9 de diciembre, reveló que, al igual que Vallarta, Ezequiel Elizalde se presentó a declarar con señales de tortura. Presentaba heridas en la pierna izquierda y golpes severos en la espalda, la cabeza, el abdomen.
Desde el día de su liberación, su mujer, Karen Pavlova, se negó a volver a verlo.
El Géminis
En marzo de 2009, el presidente francés Nicolas Sarkozy vino a México. Florence Cassez había sido condenada a 96 años. Sarkozy se declaró indignado cuando un especialista, el abogado Frank Berton, le presentó un informe detallado de las irregularidades que contenía el proceso. “No entiendo el empecinamiento del gobierno mexicano”, dijo. Estaba en puerta el inicio de un conflicto internacional.
Dos meses más tarde, Luis Cárdenas Palomino, convertido en coordinador de Inteligencia para la Prevención del Delito de la Secretaría de Seguridad Pública Federal, anunció la captura de otros dos miembros de la banda de Los Zodiaco, Carlos Camarillo Palafox e Hilario Rodríguez Hernández, y presentó ante los medios de comunicación a David Orozco Hernández, alias Géminis, otro de los miembros de la banda. Cárdenas Palomino informó que Géminis había entregado a las autoridades la estructura de la organización criminal. Gracias a su detención, era posible saber que también un hermano y dos sobrinos de Israel Vallarta formaban parte del grupo. “A partir de la declaración, ya tenemos una imputación directa contra ellos”, dijo. Luego presentó un video, compuesto de varias secuencias editadas, en el que Géminis relató que Cassez se había integrado a la organización en 2004, que planificaba, que hacía levantones, y a veces cuidaba a las víctimas. De Florence Cassez dijo esto:
“Cuando ella llegó entró la discordia entre los miembros de la organización, porque ella quería tomar el mando junto con Israel, cosa en que los demás miembros no estábamos de acuerdo”. Dijo que Cassez había hecho a un lado a los otros miembros del grupo —los hermanos de Israel—, y que “le aconsejó a éste no darnos informes de lo que se cobraba… Ella organizó lo que se iba a repartir a cada quien y eso fue en lo que no estuvo de acuerdo la organización”.
En el video se hace evidente, por el movimiento de sus ojos, que David Orozco, el Géminis, está leyendo algo que alguien le muestra fuera del ángulo de la cámara. Lee con dificultad y hace grandes esfuerzos para enunciar los nombres de sus cómplices. Se equivoca en las fechas (dice que la detención de Vallarta fue en 2004), extravía el sexo de los secuestrados (dice que en Las Chinitas tenían a dos mujeres y un niño) y resulta incapaz de pronunciar el nombre de Cassez: se refiere a ella como “la francesa”.
“Es una prueba sólida”, sostuvo Cárdenas Palomino.
Para no variar, el peritaje oficial revela equimosis de color violácea en varias partes del cuerpo de David Orozco. En un proceso en el que todos tuvieron una segunda historia bajo la manga, Orozco presentó la suya: negó su primera declaración, dijo que lo habían torturado durante un día, y que le indicaron “lo que querían que declarara”. Según él, le hicieron memorizar algunos parlamentos y una persona dijo: “Ahora sí, grábalo”.
Sigue Géminis:
“Lo ensayamos varias veces. Una mujer me indicaba los nombres que debería referir, por ello en el video salgo mirando hacia los costados. Cuando el video quedó como querían se lo llevaron a mostrar al hombre que me golpeó para que diera su visto bueno. Bromearon conmigo y me dijeron ‘que algún pendejo debía pagar’ ”.
En junio de 2011, a seis años del inicio del proceso, la Policía Federal detuvo en Cancún a Dhither Camarillo Palafox, aquel amigo de Vallarta que, según Cassez, había vivido un tiempo en la cabaña del rancho. A través de un comunicado, la SSP anunció que, con esta captura, Los Zodiaco habían sido desarticulados “en su totalidad”. Nadie recordaba para entonces que en el proceso habían existido, alguna vez, los hermanos Rueda Cacho.
Héctor de Mauleón. Escritor y periodista. Entre sus libros: Marca de sangre y El secreto de la Noche Triste.
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