Plaza pública
Enrique Peña Nieto es la Expresión Política Nacional. Las iniciales del nombre propio y las del movimiento que impulsará sus pretensiones son las mismas. Se ha entablado así, ya de plano, la contienda dentro del PRI. Mientras Manlio Fabio Beltrones propone aprobar primero el programa del partido y luego escoger el nombre, el peñismo obró en sentido contrario: primero el nombre y después el programa. El gobernador mexiquense está abiertamente en pos de la candidatura presidencial.
Lo ha estado, en realidad, desde septiembre de 2005 cuando el sobrino de su tío lo reemplazó en la casa de gobierno de Toluca. No se ha recatado para convertir cada aparición suya, que menudean, como gobernador del estado, en un acto de promoción personal. Pero, entre socarrón y prudente, no ha admitido de modo expreso su aspiración. Sin duda trataba de evitar que se le endilgara la acusación de realizar actos anticipados de campaña. Tras su triunfo del 3 de julio la arrogancia lo ha ganado. Ahora parece no importarle ese riesgo. En todo momento había remitido su definición, una definición obvia, al primer día en que deje de ser el gobernador. Entonces anunciará su decisión, había dicho. En realidad lo hizo el jueves pasado.
Ese día reunió a sus partidarios más cercanos. No acudieron todos los que son (faltó, por ejemplo, Humberto Moreira) pero sí son todos los que estaban. Al desayuno en que se dio noticia sobre el movimiento que encabeza ya desde ahora el gobernador nada le faltó para ser una explícita fiesta de lanzamiento.
Si bien entre los concurrentes había jóvenes, políticos nuevos, imperaba la presencia del viejo PRI. Participación notoria tenían los emisarios del pasado, madracistas descobijados desde la derrota de 2006. Uno de ellos es el senador Carlos Jiménez Macías, al que también cabe identificar con la delegación oaxaqueña, cuya orfandad es más reciente. Allí estaban los íntimos de Ulises Ruiz, que con esa aportación busca revalidarse: el senador Adolfo Toledo, los diputados Heliodoro Díaz Escárraga y Héctor Pablo Ramírez Puga.
Quien formuló la lista de invitados pareció obrar guiado por una mentalidad escenográfica, El elenco era una suerte de mosaico representativo de la clase de PRI que aspira a convocar Peña Nieto, políticos cortados por la misma tijera: Chon Orihuela, Manuel Añorve, que tras su victoria como alcalde de Acapulco no alza cabeza, ni frente a Gloria Guevara, la secretaria federal panista de Turismo. Había también quienes asistieron para favorecer su propia causa, sean peñistas o no. Un ejemplo vivo de esa actitud lo es el senador guanajuatense Juan Francisco Arroyo Vieyra, aspirante a la candidatura tricolor para el gobierno de Guanajuato.
Aunque estaba presente Luis Videgaray, el muy joven y fallido precandidato al gobierno, que formalmente encabezó una campaña como la que hubiera buscado para sí propio. Aunque estaban presentes los diestros operadores hidalguenses, en cuya acción descansa la eficacia del gobernador: Jesús Murillo Karam y Miguel Ángel Osorio, hizo las veces de discreto anfitrión, o por lo menos de organizador , de "gente de casa", un diputado local que es la quintaesencia del priismo mexiquense, ese del que los políticos locales no pueden ni quieren apartarse. Se trata de Jesús Alcántara, el segundo de ese nombre en la historia reciente del partido invencible en el Estado de México.
Su nombre completo es Jesús Sergio Alcántara Núñez. Su biografía escueta lo presentaría como un hábil ganador de posiciones de elección popular. Fue alcalde de Acambay, diputado local dos veces por el distrito respectivo y módico diputado federal en la LX legislatura, la anterior a la presente.
Pero es parte de una familia poderosa e influyente. Su abuelo y tocayo, que calcó en menor escala el trayecto de Carlos Hank González, de quien era muy cercano, y probablemente socio, fue Jesús Alcántara Miranda. Como lo sería su nieto, ya rico fue presidente municipal de Acambay, en 1958, el mismo año en que el profesor lo era de Toluca. Construyó su bonanza en el transporte público, en las inmediaciones de su localidad y luego en el centro del país. Presidió el consejo de administración de Autotransportes Flecha Roja al mismo tiempo en que era diputado federal (dos veces: en 1979 y en 1985). Coronó su carrera política en el Senado, en el sexenio salinista.
Ya para entonces su hijo mayor, Roberto Alcántara Rojas, iba haciéndose cargo de los negocios, con sus hermanos José Luis y Arturo. En esa época el patrimonio familiar visible se integraba ya con nuevas líneas de autobuses, beneficiarias del programa de modernización emprendido por Salinas, que trocó los vehículos vetustos de la abajeña Flecha Amarilla en las unidades comodísimas de Primera Plus, ETN y otras por el estilo. También ingresó a la transportación turística y hasta a la aérea, con Viva Aerobús.
El único traspié de un hombre próspero como Roberto Alcántara fue prontamente remediado con dinero público. Adquirió en 1992, en el bazar bancario abierto por Salinas, el Banco de Crédico y Servicios, Brancreser. Era utilizado, como otros varios, para financiar los negocios propios, a través de créditos quirografarios y préstamos cruzados. Cuando reventó esa situación generalizada en el nuevo sistema bancario recién privatizada, allí estaba el presidente Zedillo para sufragar los costos del fracaso. El Bancrecer en ruinas fue vendido por el Instituto de protección al ahorro bancario, que reemplazó al Fobaproa.
Por eso, primero el hombre.
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