Guadalupe Acosta Naranjo no tiene la menor autoridad para andar lanzando culpas por su estrepitosa derrota en Nayarit.
El “chuchista” era un mal candidato, se veía a leguas. Y los resultados preliminares –con el 90% computado—lo confirman, situándolo apenas con el seis por ciento de la votación, mientras que el PAN alcanza un 38% y el PRI triunfa con el 46%.
Imaginemos que con las actas que faltan por registrarse el perredista llegara a un 10 por ciento. ¡Ni así podría decirse que jugó un papel decoroso!
Comparemos estos resultados con lo que ocurrió hace seis años, en la elección anterior para gobernador de la entidad:
En 2005, subrayemos, tampoco hubo alianza PAN-PRD.
El priista Ney González obtuvo un trabajoso triunfo (cuatro puntos apenas de diferencia frente a su más cercano competidor) con el 46.2% de la votación. Porcentaje muy similar, por cierto, al que lleva en estos momentos Roberto Sandoval, también del PRI.
El PAN, en ese entonces con Manuel Pérez Cárdenas apenas si arañó la magra cifra de 6%. Ahora en cambio suma a su contabilidad 30% más del electorado, gracias a la candidata que presentó: Martha Elena García Gómez, ex perredista y ex esposa del ex gobernador Antonio Echevarría (1999-2005).
Hace seis años, la alianza PRD-PT-PRS presentó como candidato a Miguel Ángel Navarro, quien obtuvo la nada despreciable cifra de 42.3% de la votación. Hoy, con Acosta Naranjo, se derrumba por debajo de los dos dígitos.
Caer, en el mejor de los casos, más de 32 puntos es desastroso. Y eso se le debe en buena medida al propio candidato del sol azteca y a la dirigencia de su partido.
Acosta Naranjo se emperró en ser el candidato y en hacer a un lado a Martha Elena García. El partido, los “Chuchos”, lo apoyaron en esa decisión.
Pero no contaban con que a los panistas no les hacía ninguna gracia Acosta Naranjo.
Los del blanquiazul, aprovechando la división en el PRD y viendo que dejaban suelta a candidata tan popular con Martha Elena, le ofrecieron la zanahoria de la candidatura panista y la hicieron suya.
Finalmente Martha Elena obtuvo cuatro veces más votos que Guadalupe Acosta.
Tales resultados –que son los que en verdad cuentan para los decires del perredista—demuestran que Acosta Naranjo peca de soberbia: se creyó mejor o más popular que Martha Elena, o pensó que con la siglas perredistas sería más que suficiente para darle el triunfo sobre su ex compañera de partido.
Pero lo que es verdaderamente un monumento al cinismo es, después de semejante debacle producida por su propia tozudez y porque los electores preferían a otra u otros candidatos, salir a echarle la culpa a Andrés Manuel López Obrador por no haber querido “las alianzas”
Eso no amerita más que un calificativo: desvergüenza.
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