Ser ciudadano significa estar expuesto a todas las arbitrariedades y sin ninguna instancia a la cual se pueda acudir para protestar, quejarse o recibir ayuda. Nuestros representantes, ya se sabe, sólo existen en el momento en que están en campaña, prometiendo el oro y el moro si les damos el voto. Apenas electos, desaparecen de nuestras vidas. No existe una de esas instituciones tipo Procuraduría Social o del Consumidor, ni una comisión de derechos que al menos pudiera mandar una recomendación a quienes nos afectan. Nada. Tienen más posibilidad de defenderse quienes adquieren una licuadora defectuosa o quienes delinquen, que los ciudadanos que cumplen con la ley.
Por ejemplo: un día al equipo del jefe de Gobierno de la capital (y lo mismo pasa con los gobernadores de los estados), que se la pasa pensando cómo conseguir más dinero para la próxima campaña electoral, se le ocurre obligarnos a cambiar las tarjetas de circulación. El pretexto es la modernización: las nuevas tarjetas, dicen, vienen con chips cuyas ventajas, juran, son muchísimas.
Ahora bien: dado que dicha modernización es totalmente falsa, sucede que no están organizados para llevar a cabo el cambio. Y el resultado es un enredo: ciudadanos haciendo cola durante horas, teniendo que ir una y tres y cinco veces, pidiendo permiso en el trabajo, faltando a la escuela, cancelando sus citas y abandonando sus obligaciones para cumplir con el trámite.
Eso sí: mientras, los coyotes hacen su agosto en el mar de corrupción en el que se convierte todo lo que parte de y llega a la burocracia.
Algo similar sucede con el Registro Civil. Era una institución que funcionó bien durante 100 años, hasta que decidieron modernizarla. Y entonces empezaron los problemas: o usted no existe o su nombre no está bien escrito o su lugar de nacimiento es otro. Y todo por culpa de esa secretaria que lo escribió mal cuando digitalizaron el asunto. Pero usted es el amolado porque el documento viejito que ya tenía, ya no se lo valen y ahora tendrá que hacer un millón de trámites y de colas para que compongan lo que ya estaba bien hecho y descompusieron.
Y suma y sigue. No se le ocurra a usted enfermarse porque aunque los anuncios en la televisión muestran a secretarias y enfermeras amables que reciben a los pacientes del IMSS o del Seguro Popular, a médicos que los atienden y a farmacias que les surten sus medicamentos, no hay un mexicano que pueda dar fe de que esto es así. Y menos se le ocurra tratar de arreglar su cambio de empleador o domicilio, porque aquello se convierte en vía crucis. Tiene que ir una y otra vez, o lo mandan a una oficina que está en el fin del mundo porque sólo allí hacen el trámite. Y allí va usted, transportándose por toda la ciudad para por fin llegar y escuchar un “no se puede”, porque le falta un papel o el que firma tiene día económico o el sello se quedó bajo llave.
Depositar efectivo, abrir un negocio, conseguir cualquier documento, eran acciones sencillas y podrían seguirlo siendo si nuestros funcionarios y burócratas no pasaran su vida inventando la manera de complicar la nuestra. Un estudio del Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad reveló que en promedio se requieren 11 horas para levantar y ratificar una denuncia en el Ministerio Público.
Pocos ejemplos más terribles que el de los jubilados y ancianos, personas que trabajaron toda su vida y tienen que hacer colas infinitas mes tras mes para cobrar sus pensiones.
Ser ciudadano pues, es lo más despreciado que existe. Pero dígaselo usted al candidato en campaña y verá cómo le juran que lo van a resolver. Allá usted si les cree, aunque ahora firmen sus promesas frente al notario. Y es que eso no significa nada porque, como me dijo un burócrata del SAT cuando le fui a solicitar la devolución de lo que pagué de más en impuestos, que no me había querido pagar porque alguien había tecleado mal mi nombre, lo que me obligó a solicitarle un escrito a un notario, quien es, según la ley, el capacitado para dar fe de que yo era la misma persona: “A mí, los notarios me valen”.
sarasef@prodigy.net.mx www.sarasefchovich.com
Escritora e investigadora en la UNAM
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