martes, 7 de junio de 2011

Hank es lo de menos.

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Hank es lo de menos. La noticia es que la negociación entre los cárteles subió de tono. Felipe Calderón cumplió con su amenaza de emprender acciones judiciales contra priístas destacados y empezó por uno de los más indefendibles: Jorge Hank Rhon, ex alcalde de Tijuana, involucrado en los homicidios de dos periodistas del semanario Zeta, presunto responsable del desvío de 300 millones de pesos de las arcas municipales y, a decir de Ronald Kramer, ex cónsul estadunidense en esa ciudad, protector de narcotraficantes. Carente de originalidad, el gobernante panista siguió, paso a paso, en las formas, el guión del Quinazo, la operación lanzada en los albores del salinato para domesticar al jurásico priísta: allanamiento militar de la morada, siembra de armas, inmediato traslado de los detenidos a la capital. Pero las intenciones son distintas. En aquel entonces Salinas buscaba imponer su autoridad –emanada de un escandaloso fraude electoral– a los sectores del aparato que se sentían amenazados por su proyecto; Calderón, ahora, trata de negociar, así sea con modales bruscos, su permanencia en el poder o, cuando menos, su sobrevivencia.

A partir de este hecho pueden ocurrir varias cosas: que la cúpula priísta dé su brazo a torcer, por lo pronto, a la espera de una circunstancia en que la correlación de fuerzas le resulte más favorable, y que Eruviel Ávila reciba la instrucción superior de jugar a la pérdida (más o menos, como lo hizo Fernández de Cevallos en 1994), o algo así. Pero puede suceder también –nunca se sabe– que el PRI respingue, cierre filas, ruja, y que Calderón salga corriendo como niño asustado, mande a Blake y a alguien más a aplacar al dinosaurio y que Hank se convierta en destinatario de un usted disculpe tras la chambonada de acusación por posesión de armas.

Pero podría asimismo pasar algo peor: que tanto el calderonato como los jerarcas priístas estén pasando por un momento de alta testosterona y que avancen, así sea en forma temporal, a una confrontación en regla, y que lleven al país a una nueva sima del todo se vale, con escenarios que es mejor no escribir y ni siquiera imaginar. De por sí, unos y otros cuentan con aparatos militares, paramilitares y/o policiales, sin contar con las alineaciones sugeridas por el centro Stratfor de inteligencia global (cártel del Pacífico, azul; los Zetas, rojo; la Familia Michoacana, amarillo).

Claro que a la larga terminarán por ponerse de acuerdo –para dar margen a las negociaciones se puede, por ejemplo, ampliar en un par de días el término para definir la situación jurídica del detenido– aunque, antes de que las partes alcancen la armonía, bien pueden darle una tremenda inflada a la cifra, de por sí aplastante, de 40 mil muertos, y convertir la descomposición institucional en curso en desintegración institucional.

Por lo pronto, la suspensión del orden constitucional sigue su curso y las Fuerzas Armadas, la Policía Federal y la PGR empiezan a asumir funciones que hasta ahora corresponden a los organismos electorales y decidirán quién puede ser candidato, quién no, y quién gana y quién pierde en las elecciones. Hank es lo de menos. A la corta o a la larga, con o sin sentencias de por medio, Calderón y los suyos acabarán por ponerse de acuerdo con él, como lo hicieron con Mario Marín, con Carlos Romero Deschamps, con Ulises Ruiz y con Elba Esther Gordillo.

Que no nos vengan con eso. El ruido que hicieron los militares en el allanamiento de Tijuana no es el sonido de la justicia sino el barullo de Calderón, quien negocia en tono subido con las mafias priístas.

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