miércoles, 1 de junio de 2011

Adiós al sufragio


En Adiós a las armas, Ernest Hemingway plantea una objeción de conciencia, originalmente amorosa, para la deserción militar. Hoy nuestro confuso estamento gobernante está en búsqueda de los artilugios imaginables para eludir un proceso electoral que pudiese arbitrar desde la sociedad y la confrontación racional de las opciones políticas los inmensos desafíos del país. Tal vez el último asidero del Estado nación.

La guerra no es, sin duda, más que la continuación de la política por otros medios. El pretexto de una paz ficticia se ha convertido en el argumento mayor para la cancelación de las libertades. Todo parece acreditarlo: la servidumbre frente a una estrategia de ocupación extranjera, la enajenante militarización del país, el debilitamiento intencionado de las instituciones electorales y el llamado polivalente a la descalificación de los actores políticos. La tabla rasa y áspera en que medra el golpismo.

El “segundo michoacanazo”, como se ha llamado a la intentona fugaz de cancelar las elecciones en esa entidad so pretexto de la inseguridad avasallante, exhibe la pequeñez de las dirigencias partidarias y un proyecto soterrado por el que la protesta social y los poderes fácticos coincidirían en un diseño de representación política que no estuviese sostenido por el sufragio. Una combinación entre anarquismo oligárquico, bonapartismo criollo y caciquismo elemental.

El contexto mortífero argumentado en el caso michoacano es aplicable a la mayoría de las entidades del país. Se trata de una suspensión selectiva de garantías que explica las coincidencias y arrepentimientos erráticos entre las bancadas del PRI y del PAN en la iniciativa de seguridad nacional, cuyo sentido último es el control autoritario del país en nombre de los poderes reales a los que sirve una caricatura de gobierno.

José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, en declaración del 27 de diciembre del 2009 con motivo de la situación en Honduras, afirmó: “el estado de sitio es incompatible con la normalización del país y la celebración de elecciones democráticas”. El “paréntesis electoral” ha sido una constante de las intervenciones armadas que lo han decretado en ocasiones con el concurso de los organismos internacionales o lo han impuesto por la fuerza y la complicidad de una opinión pública manipulada por la moral del antiterrorismo.

Los intentos de demolición indiscriminada del sistema de partidos, el debilitamiento perverso de los organismos electorales y el llamado creciente —en el estilo argentino— a la cancelación de la política: ¡que se vayan todos!, abona una consolidación sin intermediarios de los poderes fácticos y trasnacionales en la conducción de los asuntos públicos. La dosis de fascismo que nos hemos merecido.

Unos pretenden la eliminación de los procesos electorales porque les aterra perderlos. Otros están ciertos de que pueden secuestrarlos mediante el dispendio aberrante de recursos económicos y complicidades mediáticas, como en el Estado de México. Es en ambos casos una oferta gerencial en favor de poderes superiores al Estado, que ha precipitado la declinación de los poderes públicos y amenaza una ruptura catastrófica entre las pulsiones de la sociedad y los dictados de quienes la subyugan.

La sensatez posible sería la búsqueda de un acuerdo sobre el escenario electoral que garantizara legitimidad en la sucesión presidencial y las normas básicas de una gobernabilidad democrática. El proyecto de reforma política proveniente del Senado es un aborto de los cerros; un engaño a la ciudadanía a la que se finge empoderar cuando en realidad se la excluye o se administra su participación a cuentagotas diferidas. Terminó la hora de un Congreso sometido y debiera iniciarse la de una conciencia rebelde.

Para un cambio democrático se necesitan actores comprometidos. Habría que buscarlos donde quiera que se encuentren. No veo otro camino que la emergencia de movimientos dialogantes que promuevan una salida libertaria y soberana a la crisis de la nación. O bien el abrazo mortal del mexicano con el otro mexicano, como lo describiera Octavio Paz.

Diputado federal del PT

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