martes, 3 de mayo de 2011

Sabato: nunca más




PLAZA PÚBLICA
Miguel Ángel Granados Chapa


El domingo murió uno de los últimos hombres universales que ha parido madre alguna. Ernesto Sabato (él escribía su nombre sin acento, a pesar de que editores y lectores esdrujulizamos su apellido, tal vez por razones fonéticas) estaba por cumplir 100 años. Había nacido el 24 de junio de 1911, en la misma provincia de Buenos Aires desde la cual se marchó en su despedida. Será recordado, más que como un notable escritor, merecedor de los premios mayores de la lengua española, por su condena a la dictadura militar que asoló a su patria de 1976 a 1983. Presidió la Comisión nacional de desaparecidos instituida cuando retornó la democracia, nombrado por el presidente Alfonsín, y él mismo escribió el resumen del estremecedor informe que fue la base para procesar a los altos jefes del Ejército y la Marina, enjuiciamiento ejemplar, porque no lo ha conseguido ningún país que sobrevive a sus dictadores.

Dueño de varios talentos y pasiones, fue formado en las ciencias exactas, la física y las matemáticas, en que se desempeñó de modo sobresaliente. Fue también dibujante y pintor, y practicó el boxeo. Militó en el partido comunista argentino, del que se apartó no sin denunciar al estalinismo, cuando esa práctica no era común. Su vida literaria conoció fortuna desde el comienzo. Su primer libro, Uno y el universo, mereció premios y lo instaló en la vida literaria, a la que fue reticente. Aunque el domingo por la noche se le rindió tributo en la feria del libro bonaerense, con cuya clausura coincidió su muerte, prefirió que se le velara en el club del barrio donde vivió sus últimos años y en que jugaba dominó, para que lo acompañaran sus vecinos. Se aproximó al grupo de la revista Sur, en que reinaban Victoria y Silvina Ocampo, así como Adolfo Bioy Casares Jorge Luis Borges. Esa editorial publicó El túnel, su primera novela.

A ésa siguieron otras que también gozaron de reputación mundial, como Sobre héroes y tumbas, y Abbadón el exterminador. Aunque Sabato abandonó pronto esa vertiente de la escritura, la de ficcionista, su prestigio alcanzó para que se le discerniera en 1984 el Premio Cervantes, que se insiste en considerar el Nobel de lengua española (y que fue también otorgado a Gonzalo Rojas, el poeta chileno muerto una semana antes que el narrador argentino).

El abandono de su militancia comunista no significó perder sus ideales políticos. Proclamaba una suerte de socialismo con libertad, o un liberalismo político con acento justiciero. Esa difícil posición lo condujo a deslices que lo convirtieron en protagonista de encendidas polémicas, o en blanco de acusaciones, alguna de las cuales lo siguió hasta hoy. Antiperonista como Borges, sirvió a la "revolución libertadora", como se llamó al golpe militar de 1955 promovido por la Iglesia y los grandes propietarios rurales. Hasta se hizo cargo, como interventor gubernamental, de alguna publicación. No demoró mucho en alejarse de ese gobierno. Todavía unos años después, sin embargo, en una carta al Che Guevara, comparó esa "revolución libertadora" con la encabezada por Fidel Castro. La equiparación ofendió al médico argentino que en ese momento era todavía ministro de Industria en La Habana, antes de lanzarse a su gran empresa fallida, la de la liberación latinoamericana. Su respuesta a Sabato, sin embargo, si bien fue enérgica estaba impregnada del respeto que merecía la acrisolada ética pública del escritor.

El golpe militar de 1976 dejó a Sabato en un gran predicamento. Aceptó reunirse el 19 de mayo de 1976, junto con Borges y otros intelectuales, con el general Jorge Rafael Videla, líder del sangriento cuartelazo. Aunque después reconoció que había cometido un error, lo explicó recordando que consultó el paso con intelectuales cercanos que lo aprobaron, y que el asalto al poder de los militares parecía poner fin al funesto régimen de Isabelita Perón en que prosperó la Alianza Argentina Anticomunista, y a dos meses del comienzo del Proceso, como llamó la cúpula militar a su intento de transformar a la Argentina, y aún no mostraba del todo sus macabros perfiles. Sabato, además, aprovechó el almuerzo con Videla para abogar por algunos desaparecidos, lo que no dejó de hacer durante la dictadura, ya desde la trinchera de enfrente. Por eso el presidente Alfonsín le pidió encabezar la Comisión nacional de desaparecidos, que realizó la más extensa y detenida investigación sobre las víctimas del despotismo militar.

Su texto, en el prólogo al informe de la Comisión, concluye con una moderada esperanza:

"Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el periodo que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976, y servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana. Únicamente así podremos estar seguros de que nunca más en nuestra patria se repetirán hechos que nos hicieron trágicamente famosos en el mundo civilizado".

Su prólogo generó una polémica, porque Sabato equiparó a la violencia guerrillera con el terrorismo de Estado, como causantes del dolor que vivió Argentina en aquel septenio horroroso. Su acendrado humanismo logró, sin embargo, que la discusión fuera superada y permitiera proclamar la paz con justicia -dos valores sabatianos- en que la República argentina se empeña en vivir ahora y los próximos años.

Cajón de Sastre

A pesar de que no se trata de un litigio entre particulares, sino de que la Suprema Corte resuelva una contradicción de tesis de tribunales colegiados -función que ese tribunal ejerce con gran frecuencia- el ministro Arturo Zaldívar pidió que el pleno lo declarara impedido de participar en el debate sobre suspensión de amparo en materia de interconexión de telefonía celular. Hace años representó a Telcel y no quiere dar siquiera la apariencia de parcialidad. La mayoría de los ministros lo acompañaron en ese escrúpulo ético más que jurídico, y Zaldívar quedó excusado de intervenir en ese debate. He allí una lección que debería ser escuchada en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación cuyos magistrados permitieron que su presidenta esté presente en un caso donde puede presumirse un sesgo favorable a una de las partes.

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