lunes, 14 de marzo de 2011

La pesadilla


Jesús Silva-Herzog Márquez

Somos presa de las pesadillas de los políticos. Ese horror que los despierta con pánico por las noches, esa tragedia que imaginan en la soledad los atrapa hasta obsesionarlos. Todo lo que hacen puede subordinarse a la causa de impedir la profecía que los espanta. El mundo es visto desde el delirio: ningún costo (económico, político, moral) es alto si logra inhibir la desgracia que le aterra. Todo adquiere la forma monstruosa de su alucinación. No hay más propósito para ellos que evitar que la pesadilla se haga realidad. La prudencia rige en salud. Bajo la ofuscación del poder, los sentidos se tapan: los ojos ven sólo lo que el prejuicio registra, los oídos se abren sólo a las palabras que reafirman la manía. El sentido del tacto se pierde. Valdría calificar a los políticos por el sentido y la escala de sus temores.

La pesadilla de Felipe Calderón es que la mañana del 1o. de diciembre del próximo año entregue en el Congreso la banda presidencial a un priista. Lo ha dicho con todas sus letras: nada sería peor para México que el retorno triunfal del PRI. Calderón se tortura con la imagen: ser el Zedillo del PAN. Entregarle las llaves de la Presidencia a su enemigo, abrirle de nuevo la puerta a su rival histórico, legitimar a un partido que a su juicio es irredimible. La imagen tortura al Presidente y parece que está dispuesto a entregar su resto a impedirlo: hacer cualquier cosa para que pierda el PRI. Es claro que la derrota del PAN no es lo que le quita el sueño. Este hombre que es panista desde la cuna no parece empeñado en la victoria de un panista o en la imposición de un candidato de su círculo. Tampoco le preocupa su legado. Tal vez reconoce que ese legado es mínimo, que no hay una conquista histórica que haya que preservar tras su sexenio. Su obsesión es negativa: impedir que el PRI gane la Presidencia.
Calderón ha compartido su pesadilla con el país. No ha tenido empacho en decir que el país caería al precipicio si ganan sus enemigos. Ahora, en la casa del PAN llegó al extremo de sostener que el ideario del PAN y los cuadros del PAN podría archivarse en la próxima campaña electoral para impedir que el PRI gane la Presidencia. Acción Nacional debe tener la capacidad de elegir al mejor candidato, aunque no sea panista, dijo. Lo importante es que pueda ganarle al PRI. No importa si no ha militado en nuestro partido, si no comulga con nuestras ideas, si desconoce nuestras tradiciones, lo que importa -lo único que cuenta es que se impida el triunfo del PRI. La expresión reciente no fue un desliz. No fue una expresión trivial que se haya sacado de contexto o que se haya interpretado maliciosamente, como sugirió el dirigente de Acción Nacional. Se trata, de hecho, de un mensaje reiterado. Felipe Calderón ha insistido que su partido debe considerar la postulación de un no panista. No deja de ser un recado insólito: el Presidente duda en público de los liderazgos de su partido. Con micrófono en la mano pone en tela de juicio las capacidades de los miembros de su gabinete y del talento de los panistas que han hecho público su deseo de contender por la Presidencia. Calderón hace pública su sospecha de que los panistas no están a la altura del desafío inminente. Pide que las puertas del PAN se abran a cualquiera que pueda ganarle al PRI. ¿Un expriista? ¿Por qué no? Hay que dejar atrás las mezquindades, ha dicho Calderón. ¿Un candidato que sostenga un programa distante a nuestro ideario? Podría ser. Hay que proponer al mejor, no premiar los "méritos partidistas".

Acción Nacional forma parte del patrimonio político de México. No se necesita simpatizar con ese partido para apreciar su aportación a la democratización de México: una institución admirable por su tenacidad institucional. Vale subrayar que la aportación del PAN a la vida pública de México deriva de su corpulencia orgánica. Nunca ha sido el juguete de un caudillo. En ningún momento de su larga historia fue un vehículo de resentimiento. Fue un persistente crítico del autoritarismo priista cuando ejercía las responsabilidades de la oposición, aunque desde el gobierno entró en connivencia con sus prácticas más aberrantes. En todo caso, en el PAN había denuncia y argumentos. Acción Nacional era mucho más que antipriismo. Se equivoca Felipe Calderón si piensa que su partido se volverá el instrumento de su obsesión personal. Si una constante hay en la tradición panista es un sentido del tiempo. Frente a la urgencia de los que siempre piensan que el país se juega todo en una elección, los panistas han sabido que la democracia se riega con la paciencia de las instituciones, con la defensa de un programa, con la formación de cuadros y liderazgos propios. Ni en los tiempos del autoritarismo más tupido, el PAN cayó en la trampa que hoy quiere tenderle Felipe Calderón. Perder el poder, perder el partido, pero impedir la victoria de los malos.

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