jueves, 31 de marzo de 2011

La inteligencia americana en la mexicana




LORENZO MEYER

En la historia de la relación de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y México, ¿quién ha usado a quién y para qué?

Una historia vieja

El ataque contra dos agentes norteamericanos del U.S. Immigration and Costums Enforcement en México en febrero pasado dejó a uno muerto y al otro herido y volvió a poner sobre la mesa la discusión del papel de los servicios de inteligencia de Estados Unidos en nuestro país. Un libro reciente de Aaron Navarro, Political intelligence and the creation of modern Mexico, 1938-1954 (Pennsylvania, 2010), muestra, entre otras cosas, que la presencia en México de agentes de los servicios de inteligencia del país vecino, con el consentimiento del gobierno mexicano, tiene una historia relativamente larga y no siempre positiva.

El examen histórico de los servicios de seguridad política del gobierno mexicano hecho por Navarro -y que reconoce el valor del trabajo previo de Sergio Aguayo: La charola: una historia de los servicios de inteligencia en México (2001)- sitúa en 1939 el inicio de la institucionalización de la presencia y colaboración de las agencias de inteligencia norteamericanas en México.

Formalmente Navarro tiene razón, pero también es posible considerar que los agentes confidenciales que el presidente Woodrow Wilson envió para que lo representaran y le informaran sistemáticamente sobre lo que acontecía dentro de cada una de las grandes fuerzas de la Revolución Mexicana, puede ser otro punto de partida de esa presencia que nos investiga políticamente desde dentro para que Washington cuente con información para elaborar sus decisiones sobre México. Gracias a la actividad de los agentes William Hale, John Lind, Reginald del Valle, George Carothers, John Silliman, Leon Canova y Paul Fuller, a partir de 1913 la Casa Blanca recibió más información sobre el movimiento revolucionario mexicano que cualquiera de las otras potencias imperiales con intereses en nuestro país (Larry D. Hill, Emissaries to a revolution: Woodrow Wilson"s executive agents in Mexico, 1973). En los años veinte y treinta, los agregados militares norteamericanos y su aparato de inteligencia se mezclaron -se siguen mezclando- con sus contrapartes mexicanas y enviaron a Washington torrentes de información sobre el ejército revolucionario, un actor político central de esos años.

La institucionalización

Navarro muestra y con razón que fue en 1939 cuando el FBI estableció lo que sería una presencia permanentemente y aceptada en México. Es posible suponer que esa aceptación, por parte de un gobierno de innegables credenciales nacionalistas como el de Lázaro Cárdenas, se explica por la coyuntura internacional de la época, es decir por la orientación anti Eje compartida por Cárdenas y Roosevelt y porque México supuso que sería una situación positiva pero pasajera. Como sea, entre los objetivos de los agentes de Edgar Hoover en México al estallar la Segunda Guerra Mundial, estaba recabar información sobre el actual partido en el poder, el PAN, por sospechar, y con cierta razón, que tenía simpatías por El Eje.

Durante la Segunda Guerra, en América Latina operó como la estructura cupular de la inteligencia y contra inteligencia norteamericana el Special Intelligence Service (SIS). El FBI llevó la voz cantante en el SIS, cuya premisa básica era clara: Estados Unidos no podía confiar en la capacidad o voluntad de los gobiernos del sur del hemisferio para neutralizar de manera efectiva las acciones del nacionalsocialismo y debían de hacer ellos mismos la tarea. Entre agosto de 1940 y diciembre de 1941 el SIS operó en México sin bases legales.

Sólo después que Washington aceptó las propuestas por México para llegar a un arreglo en sus términos sobre la expropiación de las empresas petroleras en 1938, Ávila Camacho aceptó formalizar lo que ya era una realidad tolerada: la operación de agentes norteamericanos en nuestro país. El SIS actuó contra los agentes alemanes y franquistas, además de vigilar de cerca al PAN y a los sinarquistas.

Con el fin de la guerra también llegó el fin del SIS pero no de la presencia del FBI y posteriormente de la CIA en América Latina y, por tanto, en México. Se trató, desde luego, de una presencia aceptada e incluso alentada por los gobiernos de la región. El enemigo original, El Eje, ya no existía pero de manera casi inmediata fue reemplazado por uno nuevo: el comunismo. Y en este caso los intereses del gobierno presidido por Miguel Alemán y por quienes le sucedieron a todo lo largo de los más de cuatro decenios que duró la Guerra Fría, coincidieron de nuevo con los intereses de Washington. De acuerdo con Navarro, en los 1940 los Estados Unidos se vieron "obligados" a armar y entrenar al personal mexicano de las agencias de inteligencia porque estaba en su interés que éstas superaran rápido la ineficiencia y la falta de coordinación que habían detectado los estadounidenses y que supuestamente les dificultaba su lucha contra la izquierda y sus actividades de subversión (p. 181).

La Guerra Fría y el apoyo al autoritarismo

La Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) y la Dirección Federal de Seguridad (DFS) fueron dos pilares del régimen priista. La primera fue creada en vísperas de la Segunda Guerra Mundial pero la segunda nació en 1947, al calor del alemanismo y de la Guerra Fría y hasta el final mantuvo ese sello de origen. Y mientras la DGIPS, cuyos antecedentes datan del carrancismo, dependía directamente de la Secretaría de Gobernación, la DFS, aunque formalmente también era parte de esta misma Secretaría, en realidad dependió y reportó directamente al presidente de la República. Más que aparatos de Estado, esas agencias, pero especialmente la DFS, se convirtieron en instrumentos de la Presidencia y del PRI.

Según Navarro, fue en el alemanismo cuando se profesionalizó la estructura de inteligencia mexicana pero justo entonces "se convierte en un instrumento de primera importancia para subvertir, cooptar o destruir a la oposición electoral de la élite política [mexicana]" (p. 151). Sergio Aguayo, en la obra ya citada, y teniendo como base los archivos del Cisen, muestra de manera irrebatible cómo en apoyo del régimen, la DFS no tuvo empacho en contravenir el marco jurídico y llegar hasta la tortura y al asesinato de opositores, especialmente en la época de la "guerra sucia" que siguió a la represión de la oposición pacífica en 1968 y 1971, pero también en usar su poder para operar como mera organización criminal, por ejemplo, en el narcotráfico.

Navarro saca a relucir a agentes norteamericanos que operan en zonas grises, como es el caso del coronel Rex Applegate, quien había recibido entrenamiento de dos oficiales de la policía británica en Shangai y que durante la Segunda Guerra fue parte de la Oficina de Servicios Estratégicos, antecesora de la CIA. Applegate se convirtió en experto en armas y en combate cuerpo a cuerpo y en esa calidad entrenó al personal encargado de la seguridad del presidente Roosevelt. Más tarde, y ya en México, el personaje participó en el entrenamiento de la DFS y de la policía de la Ciudad de México, notablemente en la formación del cuerpo antimotines. Así, una experiencia policiaca colonial y de la Guerra Mundial vino a desembocar en el México de la Guerra Fría. Finalmente el coronel capitalizó sus contactos con el aparato de seguridad mexicano y se convirtió en importador de armas (pp. 183-184). Sería útil saber más sobre el capítulo mexicano del coronel Applegate.

La influencia norteamericana sobre el aparato de seguridad mexicano, la DFS, no sólo provino del FBI. También de la CIA, como bien lo muestran las obras de Philip Agee, Inside de company. CIA diary (1975) o de Jefferson Morley, Our man in Mexico. Winston Scott and the hidden history of the CIA (2008), que van tan lejos como sostener que Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz o Luis Echeverría fueron parte integral y muy importante de la estructura de colaboradores de la CIA en México, lo mismo que Fernando Gutiérrez Barrios, en Gobernación.

Conclusión

Washington apoyó la "profesionalización" de un aparato de seguridad mexicano porque le quiso emplear en su lucha mundial en contra el comunismo y no le importó que también le sirviera al autoritarismo local. Sin embargo, es notable que, al final, la DFS tuvo que ser disuelta por corrupta y que la herencia de "profesionalización" supuestamente impulsada por los norteamericanos no ha logrado controlar al nuevo enemigo común: al narcotráfico. ¿La presencia de la acción norteamericana en México que supone la Iniciativa Mérida será cualitativamente distinta a la del pasado? Ojalá la experiencia histórica nos sirva para ser cautos, muy cautos, en este campo.

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