martes, 22 de marzo de 2011

El “triunfo” de Calderón y WikiLeaks

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Roberta Garza

  • 2011-03-22•Acentos

No faltó quien se apresurara a canonizar a Assange como un nuevo dios de la libertad de expresión y de la justicia histórica cuando salieron las primeras noticias de los cables diplomáticos que pronto se darían a conocer no en su propio sitio, ni por medios electrónicos abiertos como Twitter o Facebook, sino a través de periódicos internacionalmente emblemáticos elegidos por el mismo apóstol, con la notable excepción del New York Times: ese diario fue excluido de las revelaciones, pues había corrido tiempo antes un retrato suyo que no le agradó al australiano, aunque el rotativo las obtuvo como sea gracias a su cercanía con el británico The Guardian.

Así, la trayectoria y el comportamiento de Assange, al margen de los cargos absurdos por agresión sexual que ahora enfrenta, no son los del adalid de las buenas causas que le endilgan sus fans, sino los de un político común y corriente con algunos rasgos megalómanos. Por lo mismo, los resultados de sus revelaciones, muy sobredimensionados, no dejan de ser dudosos, como lo ilustra el último y más cacareado de todos: la renuncia del embajador Carlos Pascual.

Pascual no escribió nada que no supiéramos pero, como en las mejores familias, para la Presidencia el problema no fue la veracidad de lo afirmado, sino el que se ventilara públicamente; como en García Lorca, lo importante es que se diga que mi hija ha muerto virgen, no que lo sea. Se entiende la rabia de Calderón al ver su gestión y su estrategia devaluada y descalificada, y no extraña que haya pedido la cabeza del involuntario mensajero, pero, ¿alguien se ha preguntado qué tan bueno será el gesto para México?

Al final, ése debía ser el punto: más allá de los orgullos personales y presidenciales lastimados, Pascual es un diplomático mesurado, genuinamente interesado en el país y comprometido en estudiarlo y entenderlo. El que se vaya no resuelve ni palia, en modo alguno, los problemas por sus memos señalados; problemas que, nadie lo dude, seguirán siendo, además de padecidos por todos nosotros, observados y reportados por quien sea que vaya a venir a ocupar el puesto.

Los nacionalistas, sin embargo, estarán de plácemes: con la caída del embajador indiscreto hemos revindicado el orgullo patrio. El que Calderón haya desperdiciado una magnífica oportunidad de jugar la carta del agravio para obtener beneficios tangibles, no sólo guiños simbólicos, es lo de menos: como en el caso de los cables, aquí importó más el golpe escenográfico que la sustancia.

roberta.garza@milenio.com

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