El día que mataron a Luis Donaldo Colosio –23 de marzo de 1994—me encontraba en San Cristóbal de las Casas. Como muchos otros reporteros, aguardaba el resultado de la consulta que realizaban los zapatistas entre sus bases sobre los acuerdos a los que se había llegado en los llamados “Diálogos de Catedral” entre el EZLN y el gobierno.
Manuel Camacho Solís, quien entonces encarnaba la figura de Comisionado para la paz en Chiapas, aguardaba también en un pequeño hotelito de San Cristóbal alguna comunicación del sub comandante Marcos.
Camacho venía de reunirse apenas unos días atrás con Colosio –cuya nominación a la candidatura presidencial por el PRI no había reconocido en su momento, pues él se sentía con el derecho y los méritos para ser el sucesor de Carlos Salinas—con el que finalmente había hecho las paces y Donaldo lo acababa de hacer saber en un acto de campaña.
Otro de los actores importantes de aquella época, el obispo Samuel Ruiz, se encontraba en un salón de la nunciatura de San Cristóbal conversando con algunos de sus ayudantes más cercanos.
Ninguno –ni el sub, ni Camacho, ni don Samuel, ni los reporteros—imaginábamos lo que ocurría aquella tarde noche en Lomas Taurinas, Tijuana.
Yo me enteré por una llamada que recibí de la redacción de Excélsior (entonces no existían aún los celulares) en la que me alertaban del suceso. En ese momento sólo se sabía que le habían disparado a Colosio al salir de su último mitin y que se encontraba grave, hospitalizado.
Salí al patio del hotel donde solían realizarse las conferencias de prensa y me encontré con Oscar Arguelles, que hacía las veces de jefe de prensa de Camacho Solís, y le comenté la noticia. No estaba enterado. Salió rápidamente a avisarle al ex regente de la ciudad de México.
Unos minutos después vi a Camacho Solís caminar a toda prisa hacia la nunciatura en busca de don Samuel. Lo alcancé en la calle. Iba alterado, por no decir horrorizado. Me tomó por el codo y sentí cómo sus manos temblaban.
Los reporteros nos reunimos en distintos cuartos del hotel donde nos hospedábamos para seguir por televisión las noticias. Ya para esos momentos, la transmisión sobre el atentado era continua. Así nos enteramos, en una imagen a las afueras del hospital y a través de la voz de Liébano Sáenz, de que Luis Donaldo había fallecido.
Ya muy noche, en plena madrugada, enfilé hacia el hotel donde se hospedaba Manuel Camacho. Subí hacia su cuarto y vi algo que no había sucedido durante todo el tiempo que llevaba el conflicto con el EZLN: ante su puerta estaba un soldado haciendo guardia.
Me quedé paralizada. ¿Lo están vigilando o lo están cuidando?, me interrogué. Di media vuelta y volví a mi hotel.
Aquella noche, sabría tiempo después, muchos fueron vigilados-custodiados. Las hipótesis sobre quién había mandado matar a Luis Donaldo abarcaban todo el espectro: político, militar, policiaco, criminal.
Han pasado 17 años desde entonces. El destino de algunas de las figuras en aquella fecha ha seguido derroteros distintos, extraños en algunos casos:
Samuel Ruiz recién falleció y fue despedido con honores por sus feligreses aún y cuando la jerarquía religiosa y distintos gobiernos intentaron acabar con él y su causa por los indios. Su cuerpo reposa en la catedral de San Cristóbal.
El sub comandante Marcos sigue en “las montañas del sureste mexicano”. En su última misiva niega padecer cáncer, versión que corrió en algunos medios. La famosa consulta que se hacía en aquellas fechas se interrumpió por completo. Los posteriores Acuerdos de San Andrés terminaron siendo para los zapatistas una farsa.
Carlos Salinas de Gortari tuvo que decidirse por Ernesto Zedillo para reemplazar a Colosio. Ello le significó su derrumbe político. Vivió un exilio voluntario por años y ya con Vicente Fox en la Presidencia de la República volvió al país. Se ha dedicado a escribir libros para tratar de limpiar su imagen y a acusar a Zedillo del “error de diciembre”. Ahora, algunos lo consideran el “Maquiavelo” del retorno del PRI a Los Pinos.
Manuel Camacho Solís, señalado por su mezquindad ante Colosio al no reconocerlo, hubo de pagar durante años una especie de cargo de conciencia. Abandonó el PRI, intentó formar un partido que lo llevara a la frustrada candidatura presidencial. Fracasó. Ahora es el arquitecto de las alianzas PRD-PAN que buscan evitar el regreso del PRI a Los Pinos.
Liébano Sáenz se convirtió en secretario particular de Zedillo. Tuvo gran poder durante todo ese sexenio. Ahora es presidente del gabinete de Comunicación Estratégica y mantiene una columna semanal en el periódico Milenio.
Otro de los personajes de aquel entonces fue Manlio Fabio Beltrones. Era gobernador de Sonora. Apenas ocurrido el atentado a Colosio, se trasladó a Tijuana para investigar lo que había ocurrido. Habló a solas con el acusado, Mario Aburto. Nunca ha referido lo que le dijo. Zedillo intentó acabar políticamente con Manlio. Sólo pudo contenerlo. Hoy, Beltrones es el coordinador de los priistas en el Senado de la República y aspirante a la candidatura presidencial.
Ernesto Zedillo, quien era el coordinador de la campaña de Colosio, se convirtió en Presidente de la República. Marcó lo que llamó una “sana distancia” –que resultó ser más bien enfermiza—con el PRI y le entregó el poder al PAN. Vive fuera de México asesorando distintos organismos internacionales e ignorando cuantas pullas y acusaciones le lanza Carlos Salinas.
Sí, hace diecisiete años mataron a Luis Donaldo Colosio. Nos conmocionamos. Fue la primera bala. Ahora sumamos en ese tipo de cuentas criminales, alrededor de 36 mil muertos en lo que va de este sexenio.
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