Con motivo de la presentación de las iniciativas para fortalecer el marco jurídico contra la corrupción, queda de manifiesto que lo menos que se quiere desde el órgano destinado a vigilar estos casos -la Secretaría de la función pública- es solucionar los problemas derivados del cáncer de la corrupción.
Vale la pena reflexionar sobre lo que ahí se dijo. En primer lugar, se recurre a la tan socorrida excusa: “esto pasa en todo el mundo no es sólo en México”, “el problema se ha triplicado a nivel global”, consuelo de tontos. Mediocridad en todo sentido en esas declaraciones.
Se mencionó que se pagan más de 27 mil millones de pesos en prácticas relacionadas con la corrupción, si se cuenta con esta información ¿por qué no se reporta el avance en detenciones, multas y condenas a quienes cometen dichos ilícitos? Sólo se concentraron en mencionar el número de denuncias pero nunca a comunicar el éxito que se ha tenido al atender dichas denuncias.
De buenos deseos está empedrado el camino hacia el infierno.
Risibles sin duda fue cuando el titular de la Secretaría de la Función Pública, Salvador Vega, exhortó a “que sociedad y gobierno emprendan un frente común para dar golpes certeros a ese cáncer social”. Cómo me gustaría que el funcionario me explicara esa utopía. Esa no será la manera de acabar con el problema. La aplicación de las leyes y nada más, resolverá la sofocante situación que agobia a los mexicanos. Desde el franelero y agente de tránsito de crucero, hasta el político influyente y el prominente hombre de negocios que busca favores del gobierno, serán contenidos con funcionarios honestos que cumplan y hagan cumplir la ley.
Antes de apelar a la educación en el seno familiar, puesto que es un tema relacionado con la prevención y está sujeto al largo plazo, se tiene que recurrir a la ley, ya que el problema es urgente. La cultura de la denuncia tiene que ir acompañada de la seguridad del denunciante y de la eficacia de las autoridades, por lo que no se le puede exigir a la ciudadanía mucho, antes de limpiar la casa (la del gobierno).
En ninguna parte del mundo, ser humano alguno está exento de sentir la tentación de cometer un acto de corrupción, la diferencia es que en algunos países el miedo a la autoridad es tal, que los contiene. Sus leyes y procedimientos, están vacunados para que los individuos encargados de investigar, procurar justicia y consignar este tipo de delitos, tampoco sucumban a la tentación de una mordida.
En mi experiencia, siempre he sostenido que los países que se jactan de tener bajos niveles de corrupción y criminalidad en general, han cambiado aquella imagen de la justicia sosteniendo una balanza, por otra que sostiene un garrote y al que se salga del carril… ¡zas!
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