Rodolfo Echeverría Ruiz
18 de marzo de 2011
Hoy, 73 aniversario de la expropiación de nuestra industria petrolera, es obligado reflexionar, aunque sea con la brevedad de un artículo de prensa, acerca de las muchas aportaciones de Lázaro Cárdenas al desarrollo modernizador de México y al entendimiento de la tarea política como arte del compromiso honorable y de la fidelidad a los principios y a las ideas.
Evoquemos a Cárdenas —hombre de principios— ahora, precisamente ahora, cuando la política no es expresión de racionalidad democrática, sino mercadeo de la peor ralea.
Hoy no cuentan ni los principios ni las ideas. Ningún partido ha esbozado ni un pálido intento de lo que podría configurar un programa —moderno, realizable— vector de transformación democrática de nuestra sociedad.
Entre 1925 y 1927, Cárdenas desempeñó la más alta responsabilidad militar en la zona de Tampico. Durante esos años se acerca a los obreros petroleros y estudia las características específicas y los problemas concretos de las diferentes facetas humanas, técnicas y sociales relacionadas con nuestra decisiva industria nacional.
Testigo de la formación de diversos movimientos de trabajadores, combate las maniobras fascistas de las guardias blancas, financiadas por las compañías petroleras extranjeras con el avieso propósito de ahogar en sangre a las nacientes organizaciones sindicales.
El joven general de brigada impulsa la creación de escuelas para hijos de soldados, al lado de muchas otras medidas encaminadas a dignificar su vida y la de sus familias.
En 1928 es candidato a gobernador de Michoacán. El mando lo promueve a general de división. Su política agraria al frente del Ejecutivo michoacano es notable. Entre 1928 y 1932 repartió casi 142 mil hectáreas.
Su impetuosa tarea educativa creó redes de escuelas primarias en el Estado. Incorporó a la educación a los indígenas. Impulsó la creación de planteles técnicos. Cárdenas miraba lejos.
La credibilidad del político sagaz y la formación del militar de honor se conjugan día con día y lo convierten en descollante líder nacional. Preside al PNR. Organiza estructuras partidarias básicas dotándolas de vigoroso aliento social alejado de toda tentación burocrática.
Al cabo de muchos meses de arduo trabajo, de coincidencias y discrepancias con otras fuerzas, corrientes y personalidades, en diciembre de 1933 es postulado candidato a la Presidencia de la República.
Su campaña electoral sacudió íntimamente al país, trascendió con largueza los límites formales del partido y consolidó la fuerza de su personalidad política. Entendió e interpretó como nadie la víscera histórica de México.
Los principios de la Revolución estaban a punto de naufragar. Con hipersensibilidad democrática, don Lázaro lo percibió de manera lúcida y angustiada. Recogió demandas y protestas, escuchó a campesinos y obreros, dialogó con las entonces escuálidas clases medias urbanas y rurales. Comprendió que la paz mexicana y la continuidad constitucional de la República pasaban, necesaria, inevitablemente, por el inaplazable relanzamiento de los principios matrices de la Revolución.
Cárdenas llega a la Presidencia sustentado en una amplísima legitimidad popular. En medio de inmensas dificultades y profundos desgarramientos interiores conduce a un gobierno —progresivamente independiente— situado, de manera inequívoca, del lado de los intereses concretos de las mayorías sociales.
La reivindicación de nuestro petróleo fue hazaña precursora. Ello significó —y significa—, entre otras muchas de sus consecuencias económicas, sociales y políticas, el triunfo del principio de legalidad. Los principios, siempre los principios.
Consejero político nacional del PRI
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