LYDIA CACHO
Al día siguiente de que MVS despidió a Carmen Aristegui, leí y escuché en redes sociales y medios buena parte de las opiniones a favor y en contra de su despido, a favor y en contra de Carmen como persona, y a favor y en contra de su estilo periodístico. Lo primero que vino a mi mente fue que si un despido igual, motivado por tocar un tema incómodo para las oficinas del Presidente lo hubiera sufrido Pedro Ferriz o Ciro Gómez Leyva, mi postura pública habría sido la misma: denuncia del cierre de un espacio informativo debido a la censura. Me explico.
Los insultos, descalificaciones y exabruptos que originó este caso impiden ver con mayor claridad todos los verdaderos temas que subyacen en el papel que medios y periodistas juegan (jugamos) en la conformación del debate público y de la idea de país que vamos construyendo según las variopintas realidades que nos rodean y tocan nuestras vidas.
Los propietarios de los medios no solamente protegen sus intereses, sino en ocasiones incursionan en este negocio justo para incidir en ciertos temas públicos. Los medios son empresas que para existir precisan tener credibilidad y popularidad; para ello contratan a periodistas que a su entender logren cubrir ambos objetivos. A medida que los propietarios están limitados por el contexto del poder y por su pertenencia a ciertas élites, entran en una tensión permanente. Por ejemplo, tener un noticiero que da voz a los grupos sociales más maltratados por el poder da credibilidad y rating, a la vez que genera fricciones con quienes pretenden imponer una visión del mundo a costa de otra.
Dicho esto, lo que da credibilidad a un medio es su capacidad de hacer un periodismo equilibrado que, más allá de sus intereses primarios, sea capaz de una cobertura honesta de la realidad; para ello existen códigos deontológicos del periodismo y códigos éticos. En ese contexto es responsabilidad de los medios separar la información, el análisis y la opinión, tal como lo hacen Aristegui y en general las y los conductores de noticieros profesionales. Lo cierto es que la objetividad total no existe.
Ahora mismo usted lee una columna de opinión, lo que significa que mis palabras no reflejan la postura de este diario, sino sólo la mía. Éste no es un reportaje, sino una reflexión personal. A los medios profesionales les corresponde acoger diferentes puntos de vista, además de la información concreta de la realidad. Cuando yo investigo para un reportaje me corresponde mostrar diferentes aspectos de los hechos siguiendo criterios profesionales para ratificar fuentes, información y contenidos.
Estoy convencida, por ejemplo, de que el discurso de Noroña es, en general, delirante, lo mismo que el del panista Francisco Solís llamado Pancho cachondo; sin embargo, cuando se trata de cubrir noticias hay que escucharles y darlas a conocer. Lo mismo cubrimos las posturas públicas del priísta Emilio Gamboa o del panista Emilio González, y las privadas, cuando el primero litiga en el Senado para que Kamel Nacif tenga casinos, o el segundo opina e insulta a la ciudadanía estando beodo.
Más allá del estilo de Noroña, éste llevó a la tribuna una cuestión que circulaba ya en la opinión pública. Al igual que le sucedió a Fox, cuando se le preguntó si tomaba Prozac para gobernar México. Él simplemente dijo que no y el asunto se diluyó.
Muchos medios luchan por mantenerse a flote, algunos se decantan por estar cerca de los poderes que cobijen su permanencia, otros dan la batalla, unos más se debaten entre sus principios y las presiones políticas para arrebatarles permisos de operación. En ese complejo contexto es que defender la libertad de expresión resulta inobjetable. Yo puedo no coincidir en las posiciones políticas de algunos colegas, o en sus estilos belicosos, pero jamás celebraría que sean censurados. Nuestras diferencias simplemente muestran la diversidad del país, diversidad que no debe ser anulada ni mutilada, sino asumida, analizada o cuestionada por la sociedad.
Al día siguiente de que MVS despidió a Carmen Aristegui, leí y escuché en redes sociales y medios buena parte de las opiniones a favor y en contra de su despido, a favor y en contra de Carmen como persona, y a favor y en contra de su estilo periodístico. Lo primero que vino a mi mente fue que si un despido igual, motivado por tocar un tema incómodo para las oficinas del Presidente lo hubiera sufrido Pedro Ferriz o Ciro Gómez Leyva, mi postura pública habría sido la misma: denuncia del cierre de un espacio informativo debido a la censura. Me explico.
Los insultos, descalificaciones y exabruptos que originó este caso impiden ver con mayor claridad todos los verdaderos temas que subyacen en el papel que medios y periodistas juegan (jugamos) en la conformación del debate público y de la idea de país que vamos construyendo según las variopintas realidades que nos rodean y tocan nuestras vidas.
Los propietarios de los medios no solamente protegen sus intereses, sino en ocasiones incursionan en este negocio justo para incidir en ciertos temas públicos. Los medios son empresas que para existir precisan tener credibilidad y popularidad; para ello contratan a periodistas que a su entender logren cubrir ambos objetivos. A medida que los propietarios están limitados por el contexto del poder y por su pertenencia a ciertas élites, entran en una tensión permanente. Por ejemplo, tener un noticiero que da voz a los grupos sociales más maltratados por el poder da credibilidad y rating, a la vez que genera fricciones con quienes pretenden imponer una visión del mundo a costa de otra.
Dicho esto, lo que da credibilidad a un medio es su capacidad de hacer un periodismo equilibrado que, más allá de sus intereses primarios, sea capaz de una cobertura honesta de la realidad; para ello existen códigos deontológicos del periodismo y códigos éticos. En ese contexto es responsabilidad de los medios separar la información, el análisis y la opinión, tal como lo hacen Aristegui y en general las y los conductores de noticieros profesionales. Lo cierto es que la objetividad total no existe.
Ahora mismo usted lee una columna de opinión, lo que significa que mis palabras no reflejan la postura de este diario, sino sólo la mía. Éste no es un reportaje, sino una reflexión personal. A los medios profesionales les corresponde acoger diferentes puntos de vista, además de la información concreta de la realidad. Cuando yo investigo para un reportaje me corresponde mostrar diferentes aspectos de los hechos siguiendo criterios profesionales para ratificar fuentes, información y contenidos.
Estoy convencida, por ejemplo, de que el discurso de Noroña es, en general, delirante, lo mismo que el del panista Francisco Solís llamado Pancho cachondo; sin embargo, cuando se trata de cubrir noticias hay que escucharles y darlas a conocer. Lo mismo cubrimos las posturas públicas del priísta Emilio Gamboa o del panista Emilio González, y las privadas, cuando el primero litiga en el Senado para que Kamel Nacif tenga casinos, o el segundo opina e insulta a la ciudadanía estando beodo.
Más allá del estilo de Noroña, éste llevó a la tribuna una cuestión que circulaba ya en la opinión pública. Al igual que le sucedió a Fox, cuando se le preguntó si tomaba Prozac para gobernar México. Él simplemente dijo que no y el asunto se diluyó.
Muchos medios luchan por mantenerse a flote, algunos se decantan por estar cerca de los poderes que cobijen su permanencia, otros dan la batalla, unos más se debaten entre sus principios y las presiones políticas para arrebatarles permisos de operación. En ese complejo contexto es que defender la libertad de expresión resulta inobjetable. Yo puedo no coincidir en las posiciones políticas de algunos colegas, o en sus estilos belicosos, pero jamás celebraría que sean censurados. Nuestras diferencias simplemente muestran la diversidad del país, diversidad que no debe ser anulada ni mutilada, sino asumida, analizada o cuestionada por la sociedad.
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