miércoles, 16 de febrero de 2011

Caso Cassez: ¿y así queremos que nos respeten?



INTERLUDIO
ROMÁN REVUELTAS RETES



No basta ser bueno. Hay que parecerlo. Justamente, con la peculiar justicia que tenemos en este país, lo que hubiera sido un simple procedimiento para juzgar a una secuestradora se convirtió en un sainete desde el momento mismo en que las autoridades se prestaron para montar un numerito delante de las cámaras de la televisión.

En el pecado está la penitencia, señores fiscales y policías de la nación. Hagan las cosas bien, desde un principio, y podrán plantarle cara a Sarkozy y a quien sea con la mirada bien en alto. Porque cuando las imágenes de la pantalla son más importantes que el respeto a las normas jurídicas entonces ya no queda lugar para ningún crédito. ¿Quieren ser respetados por los franceses (y por todos los demás, incluidos nosotros)? Pues, gánense primeramente el respeto comportándose como personas cabales, responsables y profesionales.

¿Ustedes qué son? ¿Guionistas de telenovelas? ¿Aspirantes a directores de cine? ¿Empleados de las televisoras? ¿Conductores de un reality show? ¿Sí? No. Para nada. Son policías y funcionarios encargados de combatir a los delincuentes. Nada más. Todo lo otro sobra.

No me toca a mí recordarles que la justicia es un asunto muy serio: los juicios no se tramitan delante de las cámaras ni bajo la luz de los reflectores sino en los discretos ámbitos de las fiscalías y los juzgados. No sé realmente si Florence Cassez es culpable pero la mera idea de que una inocente pueda estar viviendo una terrorífica pesadilla perturba grandemente mi conciencia. Lo importante aquí, sin embargo, es que este caso estuvo fatalmente perdido desde el momento en que los propios encargados de hacer justicia fueron los primeros en desdeñar los procedimientos. Ahora estamos pagando simplemente las consecuencias.

Sarkozy anda en lo suyo. Su negocio es defender los derechos de sus compatriotas. Nosotros, en vez de sentirnos tan agraviados por sus desplantes, deberíamos comenzar primero a limpiar la casa. Luego, ya sacaremos todo el orgullo patrio que quieran. Pues eso.

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