lunes, 21 de febrero de 2011

Candiles

TOLVANERA

Roberto Zamarripa


Una de las asombrosas capacidades del viejo sistema autoritario del partido único del siglo pasado era la convivencia entre una democracia enclenque de rasgos represivos y monopólicos, con una imagen exterior respetable que colocaba a los políticos mexicanos (diplomáticos de carrera) como personajes confiables, atendibles, conciliadores y constructivos.

La expresión candil de la calle, oscuridad en la casa era plenamente aplicable en un México que afrontó la Guerra Fría con extraordinaria astucia y sólido sustento doctrinario pero que su propia polarización interna la confrontó con rapacidad, abusos, con gobernantes parados en una telaraña de corrupción e impunidad. Lo que México exigía en el exterior con prestancia no lo cumplía en el interior. Llegamos a los absurdos de realizar una Olimpiada con el emblema de la paloma de la paz que sobrevoló el Tlatelolco manchado de sangre estudiantil o la caricatura repetida en el Mundial de Futbol de 1986 con un balón que rebotaba sobre la fosa común de los muertos del sismo del año anterior.

Hoy la política exterior ha sido alcanzada por el desastre interno. Los principales conflictos surgen de la malograda política de seguridad. El affaire Cassez tiene su punto de inflexión en el montaje televisivo de una detención que quiso trucar la procuración de justicia en propaganda barata. La fractura en el trato con los gobiernos centroamericanos ha sido producto de las reiteradas violaciones a derechos humanos y homicidios contra migrantes que no franquean la aduana criminal plenamente consentida por autoridades de distinto rango.

No es nuevo que desde Estados Unidos diferentes funcionarios y congresistas escupan sobre nuestro muro. De Westphal a Napolitano, pasando por cualquier cantidad de funcionarios de Arizona o Texas, ahora las críticas al desatino en la estrategia de seguridad calan y remueven. Los estadounidenses no tienen por qué quejarse del empeño mexicano. Les han sido abiertas todas las puertas posibles para conocer tripas de oficinas y cuarteles. Su embajador hasta ha pasado revista a las tropas policiacas en un detalle que ilustra el nivel de confianza (¿o subordinación?) que profesan las autoridades mexicanas.

La diplomacia mexicana ha sido arrastrada a territorios desconocidos. Antes México conciliaba, ahora responde demandas de las víctimas ante tribunales internacionales; antes ofrecía mediadores, ahora presta servicios funerarios; antes se asesoraba para la paz, ahora se revisan los catálogos de los más recientes y modernos aparatos para la guerra. El programa Top Gear fue una gracejada de mal gusto pero un síntoma de que ahora cualquiera escupe sobre México. Y también del extravío: a la menor provocación un embajador replica como si le fuera la vida en ello.

Al ser arrastrada la diplomacia por la guerra interna contra la violencia del narco, inevitablemente topa con la misma piedra que detiene el éxito de la estrategia de limpieza criminal: la corrupción en las Fuerzas Armadas.

No puede arrastrarse a la diplomacia a los territorios donde queda en la indefensión. Por el contrario, debe rescatarse lo mejor de la tradición, escuela y servicio diplomático para ayudar a resolver nuestro desastre interno.

Recientemente -en 2010- México presidió el Consejo de Seguridad en Naciones Unidas. Durante dicha gestión, encabezada por el embajador Claude Heller, dicho Consejo afrontó las consecuencias del terremoto en Haití, actuó frente a la inestabilidad en Somalia y el pirataje en aguas internacionales, enfrentó la crisis humanitaria en Sudán y los conflictos de ataques terroristas en Iraq y Afganistán. Las gestiones fueron exitosas. Heller fue un impulsor denodado para aprobar resoluciones de protección a los niños involucrados en conflictos armados. Vaya paradoja, mientras en México nos poblamos de sicarios pubertos.

Jorge G. Castañeda preguntaba recientemente si para afrontar la crisis con Francia habían sido llamados los ex embajadores de México en aquel país, Jorge Carpizo y el propio Heller, entre otros. Desde luego que no.

Por ello hay que pensar si antes que llamar a consulta a los embajadores extranjeros sería prudente llamar a nuestros expertos. Hay muchos y muy valiosos embajadores y funcionarios -Heller, por ejemplo- que pueden aconsejar y orientar. En temas de conciliación, mediación, conflictos armados, distensión, manejo de crisis.

El gobierno mexicano debe dejarse ayudar. Siempre en la búsqueda de congruencia entre la política interior y exterior que supere la esquizofrenia de antaño y que resuelva el desorden del presente. Sus operadores de política interior y exterior sucumben ante provocaciones e ineptitudes. Deben abrirse al consejo, al apoyo, antes de fundir todos los candiles, los de la casa y los de la calle.

No hay comentarios: