domingo, 2 de enero de 2011

Principio de año




Sara Sefchovich



Desde hace un par de años, el presidente Calderón ha insistido en que los mexicanos debemos “hablar bien de México”. En reiteradas ocasiones se ha lamentado de que “los mexicanos juzgamos a nuestro país con la mayor severidad que podemos, incluso por encima de la severidad respecto de otros temas” e incluso ha sostenido que “hablar mal del país para muchos es un esfuerzo cotidiano”. Y eso, según dice, “no se vale”.

Por su parte, la primera dama Margarita Zavala, ha dicho lo mismo: “Tenemos que aprender a hablar bien de México, a no mirarlo con desprecio”. Y se ha mostrado molesta con quienes “viven de señalar que nada sirve”. También hay ciudadanos que piensan así. Hace algunos años un lector me escribió: “Existen dos tipos de mexicanos. Los que se la pasan criticando y los que construyen. Criticones empedernidos que desorientan, que su universo cultural sólo da para echarle lodo al gobierno.”

Varios funcionarios han repetido estas palabras, desde la secretaria de Relaciones Exteriores hasta la de Turismo. Incluso el jefe de gobierno, Marcelo Ebrard, se ha sumado a esta prédica, pero llevando agua a su molino. En un foro de empresarios afirmó que “debemos hablar bien de México, pero con base en resultados como los de la Ciudad de México.” Y también lo han hecho algunos intelectuales como Héctor Aguilar Camín y Jorge G. Castañeda, quienes aseguran que “México es un país mejor que el que la mayoría de los mexicanos tiene en la cabeza”, o Macario Schettino, para quien “Comparado con los últimos 30 años, 2010 no ha sido malo. En algunas mediciones (como el empleo) será el mejor de las tres décadas. En otras (crecimiento, inflación) estará entre los mejores.” Y concluye: “No estamos entre los países con dificultades”.

Sin embargo, muchos, muchísimos, ven las cosas de otro modo. Según Lorenzo Meyer, "La élite política mexicana está dividida, echa bolas, y no sabe realmente qué hacer con el país". Para Luis Petersen Farah: “Mientras otros países latinoamericanos empezaron a correr, la economía mexicana resultó ser aún demasiado lenta. Y a eso le sumamos las consecuencias de la violencia en el turismo, (que) en la educación México continuara a la cola de las pruebas de la OCDE, (que) no avanzamos en la lucha contra la ilegalidad y (que) el sistema de justicia no dio un solo paso significativo” Alan Arias llega más lejos todavía: “2010 ha sido uno de los años mas desgraciados del México moderno. Nadie con dos dedos de frente no reconoce el sentido profundo de desavenencia realmente existente entre los mexicanos, el agudo individualismo, la desconfianza como regla de sobrevivencia, el miedo como condición básica de existencia. Y Román Revueltas habla de “la crónica imposibilidad de resolver las cosas en este país. Los problemas están ahí, a la vista de todos y son tan identificables como los pasos que hay que dar para resolverlos. Pero no pasa nada. En algún punto de la cadena se rompe la racionalidad y todo aquello que parece posible, deseable o peor aún, impostergable, se desvanece en una bruma de impedimentos absurdos e incumplimientos descarados. Nadie puede solucionar realmente las complicaciones, nadie puede tampoco limpiar la casa y despejar el camino para que México se convierta en el país de ese futuro tan prometedor que tanto nos cacarean. Todo es tan colosalmente enredoso que muchos de nosotros comenzamos a creer que nadie puede ya arreglar los grandes desaguisados nacionales: una maraña de intereses corporativos, rancios usos y costumbres, prácticas ilegales y corrupciones endémicas ocurren en todos los ámbitos.” Guadalupe Loaeza se pregunta: “¿Por qué diablos tendremos la corrupción tatuada en nuestra piel? ¿Por qué se habrán robado nuestra confianza y esperanza?” Y hace afirmaciones fuertes como esta: “Todos somos corruptos, todos somos secuestradores y todos somos mexicanos.”

Triste manera de empezar un nuevo año, con este ánimo pesimista y desesperanzado. Pero ¿qué hacer si así son las cosas? No es un deseo de “hablar mal de México”, de criticar por criticar, sino una necesidad de poner en palabras lo que vemos, vivimos y percibimos.

sarasef@prodigy.net.mx

Escritora e investigadora en la UNAM

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