La Liga Internacional de los Trabajadores-
Cuarta Internacional saluda la insurrección popular, la Intifada, que acabó con 23 años de dictadura en Túnez. Los sectores pobres del campo, las barriadas obreras y los jóvenes desocupados a la cabeza demostraron que con lucha consecuente y sostenida es posible derrotar a los regímenes más represivos.
Túnez es un país del Norte de África, situado en una región,
el Magreb, altamente conflictiva. No hace muchos meses, el pueblo saharaui enfrentaba la represión del régimen marroquí de Mohamed VI, en una lucha que ya dura más de 30 años por el derecho a recuperar su territorio.
Al tiempo que la población tunecina se levantaba contra el régimen de Ben Ali, los jóvenes parados de Argelia se enfrentaban a su gobierno por las alzas en los precios de productos de primera necesidad.
El régimen tunecino de Ben Alí llegó al poder hace 23 años, tras un golpe de estado contra el régimen surgido de la Independencia en 1951, y desde su llegada al poder desarrolló la política que se le decretó desde el FMI, de privatizaciones y austeridad, al tiempo que avanzaba en las relaciones privilegiadas con la Unión Europea, y en concreto con la antigua potencia colonial, Francia, que tiene en su territorio 1350 empresas, además de las italianas (400 empresas), británicas, belgas o españolas.
En los últimos años Túnez había sido presentado como un ejemplo del “milagro económico” que supone aplicar las recetas de austeridad y liberalización del FMI y de los organismos imperialistas. Mientras la Unión europea y sus Acuerdos de Asociación sostenían a la dictadura títere colonizando el país y condenando a la población a la miseria y la emigración.
Pero el estallido que comenzó con la muerte del joven vendedor ambulante en Sidi Bouzid, desnudó la realidad de un país controlado por una familia, la del dictador Ben Alí, enriquecido con los negocios con el imperialismo, con un alto nivel de paro, que rondaba el 40% entre los jóvenes licenciados.
La corrupción generalizada, la fuga de cerebros, la dependencia del imperialismo, el analfabetismo en amplias capas de la población del sur, especialmente en las regiones donde se produjeron las primeras movilizaciones, unido a la represión policial, amalgamaban una situación que tarde o temprano tenía que estallar.
El estallido, que en un mes se extendió a todo el país, provocó la huida del dictador a Arabia Saudi, después de intentar que su aliado francés, Sarkozi, lo acogiera; pero la presencia de cientos de miles de emigrantes tunecinos junto con los millones de magrebís que residen en Francia, se lo “desaconsejó”.
De esta manera, el régimen perdía el centro del poder y se abría un vacío de poder, con las fuerzas policiales, bastión fundamental del régimen (150.000 policías, más otras fuerzas de represión, que ocupa el primer rango en el Magreb con una media de un policía para cada 27 tunecinos) enfrentadas a la población y a un ejército que había roto con el gobierno de Ben Ali.
En el vacío de poder que se crea, las fuerzas policiales intentan provocar el mayor caos posible para intentar derrotar a la población. Pero estas chocan con las masas populares, organizadas en Comisiones de Defensa Popular en casi todas las ciudades y barrios obreros de la capital, y con las fuerzas del ejército.
Antes de su huida el mismo dictador ya había reconocido su derrota ante la movilización, primero dimitiendo al ministro del interior, después a todo el gobierno, al final, y tras un discurso en el que prometió reformas democráticas, rebajar los precios y la creación de 300 mil puestos de trabajo, anunció su intención de no presentarse a la reelección en el 2014.
Pero la movilización había llegado ya a su punto crítico, a pesar de la represión y de más de un centenar de muertos. Ya nadie creía en sus promesas y el sindicato UGT-T, a pesar del carácter pro régimen que tenia su dirección, no lo que quedó más remedio que declarar la huelga General.
Mientras, en países como Jordania, Argelia, Egipto, etc., se están produciendo movilizaciones en la calle; por su parte, el gobierno marroquí prohíbe las manifestaciones. El incendio social con epicentro en Túnez amenaza a todo el mundo árabe y el Magreb.
El dictador huye pero el aparato de la dictadura todavía pervive, en plena crisis. Tras la huida del dictador, asume “temporalmente” el gobierno del Primer Ministro, Mohamed Gannuchi, que propone un gobierno de unidad nacional.
A las 20 horas, por presiones de la oposición, Gannuchi deja la presidencia en manos del Presidente del Parlamento, para encabezar el gobierno de unidad nacional.
Las fuerzas de la oposición entran en juego para estabilizar la situación, con propuestas de la formación de un “gobierno de coalición”, hecha por los Islamistas, o de que haya “garantías” de que se cumpla el último discurso de Ben Ali, como exige la dirección de la UGT-T.
Las potencias imperialistas, la Unión Europea y los EEUU, los mismos que sostuvieron la dictadura, están empeñados en “estabilizar” la situación sobre la base de preservar al Partido del régimen Reagrupamiento Constitucional Democrático (RCD), un Partido que ha formado parte -hasta la salida del dictador, de la Internacional socialista, y cuyos cargos siguen en su mayoría en el poder.
Al día siguiente se forma un gobierno de coalición donde entran fuerzas de la oposición, de la UGT-T, pero los ministerios claves siguen en manos del partido de Ben Ali. Son de nuevo las movilizaciones contra el fraude que significa la presencia de restos de la dictadura en el gobierno, las que fuerzan la dimisión de los opositores y de la UGT-T, abriendo un nuevo vacío de poder.
Como afirma Fathi Chamkhi, profesor de geografía y miembro de la Liga Tunecina de Derechos Humanos, la revolución tunecina. “Es una revolución social y democrática. Es democrática porque hay reivindicaciones concernientes a las libertades políticas, y social porque existen demandas económicas y laborales. Hay una acumulación de hechos durante 23 años, a lo que se suma la crisis mundial de 2008”.
Por eso todas las fuerzas de la burguesía, se adornen con el color que sea, con el apoyo abierto de las potencias imperialistas, están empeñadas en desviar el curso del proceso revolucionario, “estabilizar” el país y evitar así que la caída del dictador se transforme en una lucha social revolucionaria que junto a las libertades democráticas cuestione la dependencia colonial y el sistema social mismo. Los sectores populares y obreros al grito de “Pan, água, y no Ben Ali”, han abierto un proceso que abre la vía a la lucha por la Segunda Independencia, y por una salida socialista contra el sistema capitalista que los mata de hambre. Una vía que tiene el peligro para el imperialismo y sus gobiernos títeres de extenderse al resto del Magreb y el mundo árabe.
El pueblo tunecino ha roto uno de los sacrosantos principios de la sociedad capitalista, ese que dice que la revolución no existe. Pese a los defensores de “izquierda” del sistema capitalista como Bernard-Henri Lévy que sostienen que la revolución es de las clases medias y los internautas y que “el motor de esta revolución no ha sido el proletariado”, el proceso insurreccional surgió de los campesinos pobres del centro y sur del país y prendió como reguero de pólvora en los barrios obreros de la capital. La llamada por muchos “revuelta de los parados” no ha disociado hasta la fecha sus demandas democráticas de aquellas que les empujaron a salir a la acalle, el trabajo y el pan. Pan, trabajo y libertad son los estandartes de la lucha del pueblo tunecino.
Las movilizaciones siguen en la calle y sectores como los maestros han declarado la huelga general indefinida.
Obviamente ningún sector de la burguesía está interesado en llevar hasta sus últimas consecuencias la revolución iniciada en Túnez. Todos ellos y sus instituciones como el partido del dictador el RCD, el ejercito, tarde o temprano, chocarán con la clase trabajadora lo que implicará sin ningún género de dudas la lucha entre la contrarrevolución, “seudodemocrática”, apoyada por los imperialistas y los gobiernos árabes, asustados por los acontecimientos, y las masas populares en su lucha resuelta por el desmantelamiento de la dictadura, la soberanía nacional y el pan y el trabajo para todos/as.
El empeño de la contrarrevolución no es otro que el levantar una barricada contra la perspectiva socialista más o menos consciente que abre el proceso revolucionario.
Se trata por tanto de apoyar incondicionalmente la movilización obrera y popular para lograr las plenas libertades democráticas, la amnistía de los presos, desmantelar hasta la raíz las estructuras de la dictadura, los aparatos represivos, depurándolos y procesando a los responsables de las matanzas.
Se trata de recuperar las riquezas robadas por la familia de Ben Ali, expropiándole todas sus empresas, nacionalizándolas bajo control de los trabajadores y las trabajadoras.
Se trata de romper los acuerdos con el imperialismo, acuerdos de dependencia y expolio, con una Unión Europea responsable de la miseria del pueblo de Túnez.
Los restos de la dictadura, las bandas paramilitares que desde la policía ya han comenzado a actuar con el apoyo de los gobiernos de la zona (Libia, especialmente), tienen que encontrar adecuada respuesta en la organización de la clase trabajadora y del pueblo, tal y como han comenzado a hacer con la conformación de las Comisiones de Defensa Popular, su extensión es clave para frenar los intentos contrarrevolucionarios. En este sentido, los soldados y suboficiales deben integrar esas Comisiones y no esperar que ningún mando militar enfrente coherentemente la contrarrevolución.
La clase trabajadora y el pueblo tunecino están dando un ejemplo al mundo y así deben seguir sin depositar ninguna confianza en “gobiernos de unidad nacional”, “de coalición”, etc., donde se integren fuerzas burguesas, puesto que estas tenderán inevitablemente al pacto y la negociación con el imperialismo para estabilizar la situación a costa de eludir las demandas populares, el paro masivo, el analfabetismo, la miseria y al dependencia colonial.
La única garantía de que estas demandas son atendidas es como ha hecho hasta ahora el pueblo tunecino, la movilización independiente y consecuente contra las maniobras, organizándose y apoyando a sus organizaciones, con el objetivo de avanzar en la constitución de un gobierno de los trabajadores y el pueblo.
La revolución tunecina va a enfrentar enormes peligros, especialmente por la intervención de los gobiernos de la Liga árabe, en concreto de los del Magreb, y el imperialismo. Este aislamiento tiene que ser roto por la solidaridad internacional.
Los jóvenes y los trabajadores y trabajadoras tunecinos solo pueden contar con el apoyo de sus hermanos de clase del Magreb y del mundo árabe. Es responsabilidad de sus organizaciones obreras y populares no permitir el aislamiento de la revolución tunecina, convocando a acciones de solidaridad y contra sus gobiernos pro imperialistas.
La LIT CI compromete todas sus fuerzas al apoyo y extensión de la lucha revolucionaria de las masas tunecinas por un futuro mejor.
¡Por la victoria de la revolución tunecina!
¡Por una Federación de Repúblicas Socialistas del Magreb!
23 Enero de 2011
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