Aceleró la participación de la sociedad en los asuntos de la República, hasta entonces tímida, la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que favoreció el “destape” de los medios y la posibilidad de confrontar abiertamente al gobierno, aunque de éste no se recibiera respuesta alguna, como hasta hoy, cuando la declaración de guerra a la delincuencia organizada, a los barones de la droga, parece haber quedado huérfana.
Curiosamente la primavera de la prensa mexicana se vivió con intensidad y entre 1994 y 2000, porque después se iniciaron los amagos para restablecer sobre la relación entre los medios y el gobierno las viejas normas no escritas e impuestas por el autoritarismo. Reporteros, analistas, directivos y dueños se engolosinaron con la libertad, investigaron y exhibieron los enormes gastos de la casa presidencial y otras áreas gubernamentales, sin hacer hincapié en la simulación del panismo, que pronto se acomodó a disfrutar de la creación de Plutarco Elías Calles: el presidencialismo mexicano.
Vicente Fox supo, desde el principio, lo que debía corregir, incluso amenazó con llevar a la cárcel a los “peces gordos” de un régimen que creyó concluido, pero seguramente en su lucha contra la corrupción y la impunidad se dio cuenta, percibió -no sé si con agrado u horror- que él y su gobierno eran parte de lo mismo, la continuidad de un sueño que se convirtió en pesadilla en cuanto Álvaro Obregón decidió traicionarse a él mismo y a los mexicanos, al asegurar su reelección.
Ciertamente Fox intentó conciliar las exigencias de su consciencia con la realidad política mexicana, que se le impuso con el peso de una lápida. Sin embargo, sacó adelante un proyecto que ensancharía el camino de la nación hacia la sociedad abierta: la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental, y el Instituto Federal de Acceso a la Información.
Pero conocer, saber, no significa vivir en una sociedad abierta, donde todo ha de ser transparente. Lo primero que ha de hacerse, es asegurar el acceso a la información, y una vez logrado ese primer paso, lo más importante es recibir una respuesta gubernamental. Desde el gobierno no pueden soportar el escrutinio de la opinión pública, y todo lo sepultan en el silencio o en el desdén, como lo hicieron desde que no quisieron ni pudieron explicar la compra de las toallas ni los arreglos de la cabaña de Los Pinos, que no son sino frivolidades, a fin de cuentas. ¿Cómo responderían, entonces, cuando se tratara de asuntos de seguridad nacional, del patrimonio de los mexicanos, de la permanencia de la corrupción y la impunidad, del impasse de la transición?
El propio Vicente Fox se encargó de sepultar su obra, desconozco si por temor o por estar políticamente incapacitado para buscar consensos que permitiesen encausar la transición, o simplemente porque prefirió acomodarse a una realidad que le sentaba bien, la de disfrutar de un poder presidencial menguante, pero que de cualquier manera lo hacía sentir como dios, como si hubiese comido del árbol del bien y del mal.
El caso es que entregó al sector de la información de los poderes fácticos las llaves que controlan el IFAI, al proclamar el decretazo y al permitir que se convirtiera en responsabilidad de los medios lo que puede y no conocer la sociedad, lo que le hace bien o la perjudica, lo que la hace feliz o le permite regodearse en su victimización.
Hoy, lo que no se transmite en televisión nunca existió, aunque eso está por acabarse, como lo muestran las filtraciones de WikiLeaks, la aparición del twitter, la presencia de los espontáneos que con videoteléfono se convierten en informadores. La velocidad de los transmisores de información supera la prevención de todo gobierno. Un twitter puede sacudir a la República y ser más rápido que la comunicación entre el jefe de Estado y su vocero, quien tendría que dar a conocer lo que buena parte de la sociedad ya sabe, con o sin deformaciones de interés político o ideológico.
La realidad supera a la ficción. Los medios dejaron de competir entre ellos, para hacerlo ahora contra la velocidad, los recursos cibernéticos y los aficionados que “twittean” o suben a portales o blogs información o imágenes antes de que hayan sido supervisadas o maquilladas por los actores de lo que se dice e informa.
A pesar de las esfuerzos del actual gobierno por permanecer en la simulación y acotar la realidad en torno al combate militar y policial contra la delincuencia organizada, la sociedad civil por ella misma y acompañada sólo por algunos medios, permanece activa en la consolidación de una sociedad abierta que le permita transitar a la democracia, porque está consciente de que alargar la agonía del presidencialismo mexicano sólo puede conducir a México al desastre.
Tengo la certeza de que la reflexión producto de la literatura es más acertada que la ofrecida por la sociología o la historia o la ciencia política, para conocer el entorno y advertir sobre el futuro inmediato. Escribe Sándor Márai: “Siempre ha habido cambios, pero tuvieron que pasar siglos, a veces incluso milenios, para que el ser humano se levantara de sus cuatro patas y empezase a andar sobre dos piernas; para que cambiara el caballo por el carro de ruedas, éste por la máquina de vapor y más tarde por el motor de explosión; de modo que la gente tenía tiempo suficiente de adaptarse y acostumbrarse a los cambios. Sin embargo, en ese momento nadie sospechaba que el futuro y el cambio eran inminentes y que caerían sobre el negligente y achacoso presente con la rapidez de un rayo, como un castigo divino…”
Si no liquidan al viejo régimen pronto y sin concesiones, si no entregan su cuerpo al doctor Jack Kevorkian, el castigo para México y sus gobernantes irá más allá de lo divino.
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