Desfiladero
¿No más sangre? La Marina en el DF
Mañana, en Guerrero, ganará Rubén Figueroa
Jaime Avilés
¿Cómo se llama el partido que mañana ganará las elecciones en Guerrero? PRI. No importa cómo se apellide el candidato que reciba el mayor número de votos. ¿Aguirre o Añorve? Da igual. De todos modos, ninguno de los dos gobernará. El poder seguirá en manos del cacique de los caciques del estado: Rubén Figueroa, cabeza de la familia que domina la entidad desde el sexenio de Luis Echeverría.
Siete años atrás, ante el desgaste político del PRI, los caciques echaron mano de un santurrón, egresado del Tec de Monterrey, que se envolvió en la bandera del PRD y les besó los huaraches, antes de lanzar su candidatura y prometer el siempre anhelado y postergado cambio.
Zeferino Torreblanca mantuvo su palabra y, en la medida de sus limitaciones, que eran muchas y pronto se hicieron visibles, cumplió sus compromisos con los caciques y dio la espalda a todas las fuerzas y proyectos de izquierda que lo habían apoyado. Le hizo la vida imposible al esforzado presidente municipal de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, y lo dejó al garete, defendiendo la ciudad con veinte uñas ante la brutal irrupción del narcotráfico, de la que el saliente no podrá alegar inocencia.
En los municipios enclavados en las regiones de la Montaña y la Costa Grande, Torreblanca combatió, como el furibundo derechista que es, la organización de la Policía Comunitaria, que hace más de 16 años brinda efectiva seguridad y protección a los habitantes de esas localidades.
Con igual desprecio, impidió de mil maneras que se desarrollara la Universidad Intercultural de los Pueblos del Sur (Unisur), que sin recursos estableció planteles, o lo más parecido a eso, en Xalitla, cerca de Iguala; en Xochistlahuaca, pueblo amuzgo de tejedoras prodigiosas, cerca de Chilpancingo; en San José del Rincón (Montaña media), y en Cuajinicuilapa, centro de la Costa Chica, esa hermosa región colindante con Oaxaca y poblada desde la segunda mitad del siglo XVI por descendientes de esclavos africanos.
De igual modo, Torreblanca reprimió a las comunidades campesinas que en las inmediaciones de Acapulco se oponen a la construcción de la presa La Parota, una terquedad que arruinaría la vida de miles de personas, desaparecería pueblos enteros y acarrearía graves daños ecológicos, sólo para satisfacer los intereses de un grupo de inversionistas privados que desean lucrar con el negocio de la producción ilegal de energía eléctrica.
Zeferino Torreblanca se irá sin esclarecer el asesinato del presidente del Congreso del estado, el perredista Armando Chavarría Barrera, que el 20 de agosto de 2009 fue balaceado al salir de su domicilio. Ese homicidio, que intentó presentar como “pasional” sin demostrarlo, tiene todas las características de un crimen político, para eliminar al hombre que iba adelante en todas las encuestas.
¿Por qué Torreblanca filtró a la prensa el expediente de la investigación, según el cual Chavarría sostenía relaciones con múltiples mujeres y, en represalia, un marido ofendido lo habría matado? ¿Por qué se atrevió a encarcelar al periodista Juan Angulo, director de El Sur de Acapulco, luego de presionarlo con insistencia para que le revelara detalles de la vida privada de Chavarría?
Pues bien, esta fichita representa los “ideales” y “banderas” del PRD, que abrazó con similar hipocresía el priísta Ángel Aguirre Rivero, a quien respaldan, dándole trato de “compañero”, Marcelo Ebrard, Manuel Camacho, Jesús Ortega, Felipe Calderón, El Yunque y Ruth Zavaleta, que no se descarta para ocupar un puesto en su gabinete.
Aguirre, dicen los que saben, era el candidato natural del PRI, pero lo desplazó en el ancho corazón de Beatriz Paredes y en lo que haya debajo del copete de Enrique Peña Nieto, el xenófobo Manuel Añorve Baños, quien cuando era presidente municipal de Acapulco y estalló el brote de gripa porcina en el Distrito Federal, arrestó a cuatro chilangos en la costera Miguel Alemán y los expulsó del puerto adoptando medidas sanitarias propias de la Edad Media.
Malquerido por el partido de sus amores, Aguirre encontró comprensión y consuelo en los dirigentes del PRD, el PT y Convergencia. Pero muy pronto mostró el cobre. El 5 de diciembre del año pasado, Andrés Manuel López Obrador condicionó su adhesión a Aguirre, si y sólo si éste firmaba 10 compromisos públicos:
A saber, impulsar un programa para combatir la pobreza, dar más apoyo a campesinos y jornaleros, pensión universal para adultos mayores, discapacitados y madres solteras; atención médica y medicinas gratis a campesinos, obreros, estudiantes, vendedores ambulantes, meseros y trabajadores de otros ámbitos que carecen de seguridad social.
Además, otorgar becas a estudiantes de bajos recursos, respetar los derechos de los pueblos indios, mejorar los servicios públicos y pronunciarse explícitamente contra la construcción de La Parota. Aguirre se negó a suscribir los compromisos. Luego, se echó en brazos de Calderón. Y en el cierre de su campaña, Marcelo Ebrard le levantó el brazo.
La última gota
Cuando se escriba la historia del calderonato, los hechos demostrarán que se trató de un golpe de Estado en cámara lenta, de principio a fin, que al parecer se acerca a su clímax con la militarización de la ciudad de México.
Recordemos: Calderón llega al gabinete de Fox como secretario de Energía; va a Estados Unidos y ofrece privatizar Pemex; por medio de Mouriño amarra el apoyo español; comete fraude en las elecciones internas del PAN para arrebatarle la candidatura presidencial a Creel y, haiga sido como haiga sido, llega a Los Pinos.
Declara la guerra al narcotráfico, privatiza y saquea Pemex, saca a las fuerzas armadas a las calles, pierde militarmente numerosas ciudades y carreteras de la frontera norte, del Golfo, del Pacífico y del sur del país; la expansión del narcotráfico es inversamente proporcional a este supuesto “combate”: las exportaciones de droga desde México llegan a 36 países, el consumo interno de cocaína se duplica en seis años (datos de la Ssa), y la militarización y la paramilitarización avanzan impertérritas, con el aplauso de Estados Unidos, mientras el Estado se desfonda y la vía electoral se pudre.
Ahora, la Marina llega al Distrito Federal y Marcelo Ebrard, atado de manos por sus alianzas con Calderón, mantiene cerrada la boca, al igual que la Asamblea Legislativa. Pero también guarda silencio el gobierno legítimo. Y los ciudadanos. ¿Esta es la respuesta a la campaña No + Sangre? ¿Qué sigue? ¿La primera batalla campal entre militares y paramilitares en Plaza Universidad? Y después, ¿cateos sin orden judicial a domicilios particulares (¿se acuerdan de la ley Gestapo?), secuestros y desapariciones de personas inocentes, represión generalizada y estado de excepción no declarado pero permanente?
Como en el juego del go, el ajedrez chino, después de apoderarse con militares y paramilitares de la mayor parte del país, ahora Calderón viene por el centro del tablero. El próximo 19 de febrero, distintas organizaciones sociales realizarán una movilización que pretenden que sea nacional, para exigir el regreso del Ejército y la Marina a sus cuarteles. Parecerá una obviedad, pero los vasos se desbordan cuando les cae la primera gota de agua que ya no les cabe. ¿Cuándo caerá la nuestra? ¿Cuándo diremos, como el pueblo de Túnez, hasta aquí?
jamastu@gmail.com
¿No más sangre? La Marina en el DF
Mañana, en Guerrero, ganará Rubén Figueroa
Jaime Avilés
¿Cómo se llama el partido que mañana ganará las elecciones en Guerrero? PRI. No importa cómo se apellide el candidato que reciba el mayor número de votos. ¿Aguirre o Añorve? Da igual. De todos modos, ninguno de los dos gobernará. El poder seguirá en manos del cacique de los caciques del estado: Rubén Figueroa, cabeza de la familia que domina la entidad desde el sexenio de Luis Echeverría.
Siete años atrás, ante el desgaste político del PRI, los caciques echaron mano de un santurrón, egresado del Tec de Monterrey, que se envolvió en la bandera del PRD y les besó los huaraches, antes de lanzar su candidatura y prometer el siempre anhelado y postergado cambio.
Zeferino Torreblanca mantuvo su palabra y, en la medida de sus limitaciones, que eran muchas y pronto se hicieron visibles, cumplió sus compromisos con los caciques y dio la espalda a todas las fuerzas y proyectos de izquierda que lo habían apoyado. Le hizo la vida imposible al esforzado presidente municipal de Acapulco, Félix Salgado Macedonio, y lo dejó al garete, defendiendo la ciudad con veinte uñas ante la brutal irrupción del narcotráfico, de la que el saliente no podrá alegar inocencia.
En los municipios enclavados en las regiones de la Montaña y la Costa Grande, Torreblanca combatió, como el furibundo derechista que es, la organización de la Policía Comunitaria, que hace más de 16 años brinda efectiva seguridad y protección a los habitantes de esas localidades.
Con igual desprecio, impidió de mil maneras que se desarrollara la Universidad Intercultural de los Pueblos del Sur (Unisur), que sin recursos estableció planteles, o lo más parecido a eso, en Xalitla, cerca de Iguala; en Xochistlahuaca, pueblo amuzgo de tejedoras prodigiosas, cerca de Chilpancingo; en San José del Rincón (Montaña media), y en Cuajinicuilapa, centro de la Costa Chica, esa hermosa región colindante con Oaxaca y poblada desde la segunda mitad del siglo XVI por descendientes de esclavos africanos.
De igual modo, Torreblanca reprimió a las comunidades campesinas que en las inmediaciones de Acapulco se oponen a la construcción de la presa La Parota, una terquedad que arruinaría la vida de miles de personas, desaparecería pueblos enteros y acarrearía graves daños ecológicos, sólo para satisfacer los intereses de un grupo de inversionistas privados que desean lucrar con el negocio de la producción ilegal de energía eléctrica.
Zeferino Torreblanca se irá sin esclarecer el asesinato del presidente del Congreso del estado, el perredista Armando Chavarría Barrera, que el 20 de agosto de 2009 fue balaceado al salir de su domicilio. Ese homicidio, que intentó presentar como “pasional” sin demostrarlo, tiene todas las características de un crimen político, para eliminar al hombre que iba adelante en todas las encuestas.
¿Por qué Torreblanca filtró a la prensa el expediente de la investigación, según el cual Chavarría sostenía relaciones con múltiples mujeres y, en represalia, un marido ofendido lo habría matado? ¿Por qué se atrevió a encarcelar al periodista Juan Angulo, director de El Sur de Acapulco, luego de presionarlo con insistencia para que le revelara detalles de la vida privada de Chavarría?
Pues bien, esta fichita representa los “ideales” y “banderas” del PRD, que abrazó con similar hipocresía el priísta Ángel Aguirre Rivero, a quien respaldan, dándole trato de “compañero”, Marcelo Ebrard, Manuel Camacho, Jesús Ortega, Felipe Calderón, El Yunque y Ruth Zavaleta, que no se descarta para ocupar un puesto en su gabinete.
Aguirre, dicen los que saben, era el candidato natural del PRI, pero lo desplazó en el ancho corazón de Beatriz Paredes y en lo que haya debajo del copete de Enrique Peña Nieto, el xenófobo Manuel Añorve Baños, quien cuando era presidente municipal de Acapulco y estalló el brote de gripa porcina en el Distrito Federal, arrestó a cuatro chilangos en la costera Miguel Alemán y los expulsó del puerto adoptando medidas sanitarias propias de la Edad Media.
Malquerido por el partido de sus amores, Aguirre encontró comprensión y consuelo en los dirigentes del PRD, el PT y Convergencia. Pero muy pronto mostró el cobre. El 5 de diciembre del año pasado, Andrés Manuel López Obrador condicionó su adhesión a Aguirre, si y sólo si éste firmaba 10 compromisos públicos:
A saber, impulsar un programa para combatir la pobreza, dar más apoyo a campesinos y jornaleros, pensión universal para adultos mayores, discapacitados y madres solteras; atención médica y medicinas gratis a campesinos, obreros, estudiantes, vendedores ambulantes, meseros y trabajadores de otros ámbitos que carecen de seguridad social.
Además, otorgar becas a estudiantes de bajos recursos, respetar los derechos de los pueblos indios, mejorar los servicios públicos y pronunciarse explícitamente contra la construcción de La Parota. Aguirre se negó a suscribir los compromisos. Luego, se echó en brazos de Calderón. Y en el cierre de su campaña, Marcelo Ebrard le levantó el brazo.
La última gota
Cuando se escriba la historia del calderonato, los hechos demostrarán que se trató de un golpe de Estado en cámara lenta, de principio a fin, que al parecer se acerca a su clímax con la militarización de la ciudad de México.
Recordemos: Calderón llega al gabinete de Fox como secretario de Energía; va a Estados Unidos y ofrece privatizar Pemex; por medio de Mouriño amarra el apoyo español; comete fraude en las elecciones internas del PAN para arrebatarle la candidatura presidencial a Creel y, haiga sido como haiga sido, llega a Los Pinos.
Declara la guerra al narcotráfico, privatiza y saquea Pemex, saca a las fuerzas armadas a las calles, pierde militarmente numerosas ciudades y carreteras de la frontera norte, del Golfo, del Pacífico y del sur del país; la expansión del narcotráfico es inversamente proporcional a este supuesto “combate”: las exportaciones de droga desde México llegan a 36 países, el consumo interno de cocaína se duplica en seis años (datos de la Ssa), y la militarización y la paramilitarización avanzan impertérritas, con el aplauso de Estados Unidos, mientras el Estado se desfonda y la vía electoral se pudre.
Ahora, la Marina llega al Distrito Federal y Marcelo Ebrard, atado de manos por sus alianzas con Calderón, mantiene cerrada la boca, al igual que la Asamblea Legislativa. Pero también guarda silencio el gobierno legítimo. Y los ciudadanos. ¿Esta es la respuesta a la campaña No + Sangre? ¿Qué sigue? ¿La primera batalla campal entre militares y paramilitares en Plaza Universidad? Y después, ¿cateos sin orden judicial a domicilios particulares (¿se acuerdan de la ley Gestapo?), secuestros y desapariciones de personas inocentes, represión generalizada y estado de excepción no declarado pero permanente?
Como en el juego del go, el ajedrez chino, después de apoderarse con militares y paramilitares de la mayor parte del país, ahora Calderón viene por el centro del tablero. El próximo 19 de febrero, distintas organizaciones sociales realizarán una movilización que pretenden que sea nacional, para exigir el regreso del Ejército y la Marina a sus cuarteles. Parecerá una obviedad, pero los vasos se desbordan cuando les cae la primera gota de agua que ya no les cabe. ¿Cuándo caerá la nuestra? ¿Cuándo diremos, como el pueblo de Túnez, hasta aquí?
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