miércoles, 19 de enero de 2011

La "guerra alimentaria" de la bancocracia global provoca "revoluciones de supervivencia"

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

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Un niño coloca el precio a un costal de arroz en una tienda de Calcuta, donde el valor de los alimentos ha ido en aumentoFoto Reuters

Antecedentes: hace casi tres años, Bajo la Lupa (16 y 23.4.08) –y cinco meses antes de la eclosión oficial de la crisis financiera global creada en Wall Street– alertó la guerra alimentaria auspiciada por el oligopólico cártel alimentario de la dupla anglosajona (Estados Unidos y Gran Bretaña) y sus seis trasnacionales que controlan granos y cereales en el mundo.

Agregué que “un organigrama del cártel alimentario tendría a la cabeza a Archer Danields Midland, Unilever (¡ojo!), Grand Metropolitan (Pillsbury), Cargill y Cadbury”. Ruego no perder de vista a Unilever por lo que sigue.

Luego puntualicé que “las alzas descomunales en los precios de los alimentos ocurrieron en paralelo a las apuestas sin precedente con los contratos de futuros, mediante los ominosos hedge-funds (fondos de cobertura de riesgos) en las bolsas de materias primas agrícolas del Chicago Board of Trade y en el eje agromercantilista Kansas-Minneapolis-Londres”.

Cuatro días después formulé que Stratfor, centro neoliberal de pensamiento texano-israelí, daba a entender el despliegue de una guerra alimentaria en la que saldrían como vencedores Estados Unidos y la Unión Europea, supremos acaparadores de alimentos a escala global (La geopolítica del alza de los hidrocarburos y los alimentos, Bajo la Lupa, 27.4.08).

El genuino cronograma de la guerra alimentaria, a la que se trepó Goldman Sachs (Bajo la Lupa, 4.8.10), se inició cuando la parasitaria bancocracia global conocía su insolvencia mucho antes a la fecha oficial de su eclosión del 15 de septiembre de 2008 que ya sabían los bancos centrales de EU y GB (según Wikileaks).

Hechos:

¿La guerra alimentaria anglosajona está diseñada contra China e India, además de la OPEP (como sugiere Stratfor)?

Paul Polman, director ejecutivo de la poderosa trasnacional alimentaria anglo-holandesa Unilever (¡súper sic!), con cerca de unos colosales 40 mil millones de dólares de ingresos en 2009 (ahora ha de ser mucho más), había fustigado en el Foro neoliberal Económico Mundial de Davos (por cierto, más agónico que nunca) que los especuladores en corto de la City estaban dañando (sic) las necesidades de largo plazo del negocio para cambiar la forma en que operan (The Daily Telegraph, 15.1.11).

Vale un paréntesis cultural sobre la alta letalidad financierista de la venta en corto (short-selling), que inclusive se enseña en centros académicos, y consiste en vender activos prestados a terceros (v.gr las corredurías bursátiles y bancos de inversiones) con la intención de recomprarlos en una fecha ulterior como retorno de la prenda prestada.

Esta especulación letal (por los montos apalancados involucrados que ejercen la unidireccionalidad artificial de los precios) permite oscilaciones artificiales de los precios donde los especuladores ganan en sus variaciones vertiginosas (a la venta y a la recompra) gracias a la colusión de la bancocracia global que brinda a la fauna especulativa necrófila toda clase de facilidades de crédito a expensas de los consumidores exsangües en sus ahorros. Tal es uno de tantos artilugios lúdicos del totalitarismo neoliberal que deja desamparada a la mayoría de la población mundial.

En la posmodernidad financierista no existe nada más barbárico que la venta en corto (uno de los juegos de casino favoritos de la banca esclavista de los Rothschild y su operador global George Soros) que debería ser proscrita de la faz de la Tierra por las sociedades civilizadas.

En su entrevista al rotativo británico de marras, el holandés Polman comentó que los especuladores en corto han contribuido a la inflación alimentaria y son quienes lucran a expensas de que la gente viva (sic) una vida digna (sic), lo cual es difícil entender si se desea trabajar para los intereses de largo plazo (sic) de la sociedad.

Se preocupa de que el cambio climático y la carestía del agua afectará la producción de tomates por Unilever, que compra 6 por ciento de su abasto mundial.

A su juicio,los subsidios de la Unión Europea han creado distorsiones (sic) del mercado (sic) que operan contra las necesidades del mundo en vías de desarrollo.

¿Y dónde dejó los subsidios por más de 800 mil millones de dólares por una duración de 10 años que regaló Baby Bush a su tecno-industria agrícola-alimentaria y que colocó el último clavo al féretro del agro del México neoliberal herido de muerte por la estulticia del TLCAN?

Es una perogrullada deducir que el alza de los alimentos y el petróleo es resultado de la hiperinflación gestada por Ben Shalom Bernanke, polémico gobernador de la Reserva Federal (Jeremy Warner; La Fed nutre la catástrofe del alza acelerada de las materias primas, The Daily Telegraph, 29.10.10), con el fin avieso de intentar rescatar a la insolvente bancocracia global, lo cual propició el daño colateral de revueltas sociales en varios países en vías de desarrollo y catalizó la revolución de supervivencia (por hambruna) en Túnez (ver Bajo la Lupa, 16.1.11).

Luego de revisar las variadas causas clásicas del alza de los alimentos –sequías, inundaciones, el bioetanol, alza de la gasolina, compra masiva de China e India, etcétera– y sin tomar en cuenta la flagrante especulación financierista posclásica, John W. Schoen, principal productor de la televisora MSNBC (14.1.11) y quien parece pertenecer a las escuelas de pensamiento tanto de la polaca-francesa María Antonieta como de Stratfor, alega que el mundo de-sarrollado (sic) ha salido bien librado con un precio modesto (¡súper sic!) en EU debido a que comen más alimentos procesados, además de que el consumidor promedio estadunidense gasta 13 por ciento de su ingreso disponible en alimentos frente a más de 50 por ciento de los países menos desarrollados (14.1.11)”. ¡Sin comentarios!

Lo mejor de la vesania globalista: antes de la revuelta de estudiantes desempleados de Túnez y sus inmolaciones regenerativas, el estadunidense Robert Zoellick, director del Banco Mundial y uno de los sátrapas del totalitarismo neoliberal, urgió evitar medidas proteccionistas (El libre-mercado todavía puede alimentar al mundo, The Financial Times, 5.1.11). A ver si convence el desfasado cuan desincronizado Zoellick a los hambrientos de la Tierra que el libre mercado los va a salvar y nutrir.

¿Como, entonces, se van a proteger los países damnificados, ya no solamente del alza, sino más que nada de las revoluciones de supervivencia (de hambuna)? ¿Blindando financieramente a la tortilla, al estilo itamita, como ha optado Calderón?

No todo es insanidad mental en la narrativa anglosajona y Rowena Mason (The Daily Telegraph, 17.1.11) arguye que la inflación alimentaria está destinada a convertirse en un asunto político, más que financierista o economicista.

Conclusión:

La revolución del jazmín en Túnez –genuina revolución de supervivencia (por hambruna) de desempleados universitarios– colocó a EU y GB ante la disyuntiva insalvable de que muchos de sus indefectibles aliados geopolíticos en el mundo pueden ser derrocados humillantemente debido al alza especulativa de los alimentos, lo cual obliga a los países damnificados a recurrir a medidas netamente políticas y protectoras de salvaguarda nacional. Son tiempos políticos, no financieristas.

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